Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

17 feb 2010

Giorgio de Chirico: las memorias de un superhombre

Giorgio de Chirico: las memorias de un superhombre

El viejo tenía muy mala leche. El viejo es Giorgio de Chirico; ayer terminé de leer sus memorias, que son muy graciosas, aunque involuntariamente. No las escribió para que nos partamos la columna de risa, pero son divertidas, da igual si se revuelve en su tumba. A veces no. A veces se pone pesado, sin más, pero poco. A no ser cuando se le ocurre salvar el mundo con sus opiniones sobre lo humano y lo divino el libro se lee bien y tiene su guasa y su interés, aunque uno esperaba que se parase más en ciertas etapas por las que pasa casi volando, dando estocadas a diestro y siniestro sin profundizar.
A poco que empezamos a leer notamos algo raro; Giorgio de Chirico está como una cabra.



Sí, y ¿quién no está cómo una cabra? Vale, es verdad, pero él más. Son incontables las veces que se refiere a sí mismo como un gran hombre y un verdadero artista, una inteligencia excepcional, etcétera, y esto cuando se pone modesto. Cree a pies juntillas que es el único artista del siglo XX que no está cagando sobre el bendito nombre del arte. Odia a los franceses desde que empezaron a pintar peor que niños de ocho años y cree que hay una conspiración en Italia (y fuera) para acabar con él, todo por envidia, según comenta un millón de veces por circunstancias distintas.
Quitando los muchos párrafos que dedica a señalar que él y su mujer son algo así como una nueva raza de superhombres, y que a veces se hacen coñeros, y los pormenores de las tramas conspiradoras contra su persona y trabajo derivadas de la envidia, el libro es ameno y tiene pasajes de cagarse por la pata. Y además el estilo alambicado que gasta a veces toma un cariz realmente alucinante, que ya no sabes si estás leyendo un libro de ciencia-ficción:

“Pero llegó el 4 de junio de 1944. Los últimos ectoplasmas de ojos glaucos e inexpresivos habían desaparecido hacia Occidente y hacia el Septentrión. Pudimos salir y vivir como personas.”Pura ciencia-ficción. Los ectoplasmas son los nazis entrando en Italia; “hombres de piel enrojecida y con ojos de hiena”.
Pero claro, cualquier persona de bien con un poco de sangre en el cuerpo y escaso interés por la pintura y milagros de don Giorgio, se compra estas memorias para leer el momento maravilloso en que aparecen en escena los surrealistas. La cosa promete porque don Giorgio digamos que flirteó con el surrealismo, no poco, se metió hasta las cachas entre ellos y después se desdijo y se deshizo toda la vida; se desdijo argumentando que era un ingenuo y no sabía que esos señores eran tan cabrones y subnormales, y se deshizo renegando de las telas de esa época, hasta el punto, sospecho, de tildar de falsos muchas telas que no lo eran (perdió juicios incluso).
La verdad es que no decepciona:
“Al poco de llegar a París, encontré una fuerte oposición por parte de aquel grupo de degenerados, de canallas, de hijos de papá, de holgazanes, de onanistas y de abúlicos que, pomposamente, se habían autobautizado como surrealistas y hablaban hasta de “revolución surrealista” y de “movimiento surrealista”. Este grupo de individuos poco recomendables estaba capitaneado por un sedicente poeta que respondía al nombre de André Breton, que tenía como ayudante de campo a otro seudopoeta llamado Paul Eluard, que era un muchachote pálido y banal, con la nariz torcida y una cara con algo de onanista y algo de cretino místico. André Breton, además, era el tipo clásico de asno pretencioso y de arribista impotente.”
Como se ve domina el arte de la descripción. No tiene “pelos en la pluma”.
“Escribo todas estas cosas y seguiré escribiéndolas, indiferente a las reacciones que provoquen, porque sé que, además de ser un gran pintor y un gran hombre, también tengo una misión que cumplir”. (En cursiva estas tres últimas palabras, supongo, que por el autor).

Tengo que decir que no recuerdo haber visto un De Chirico delante en mi puñetera vida, y en cromo o en pantalla de ordenador no es lo mismo; pero, a decir verdad, su pintura metafísica (eufemismo por surrealista) parece tan espantosa como la de Dalí, otro eunuco artístico para don Giorgio.
Otro día trascribo aquí un pasaje tronchante sobre una actuación en directo de lo que él llama música dodecacofónica, “un fenómeno ultramoderno”.
Amén.

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