Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

31 ago 2010

Primavera en el otoño artístico



Coinciden, al comienzo de la temporada artística madrileña, en pleno otoño, con un desfase de un mes, dos grandes exposiciones rotuladas bajo la enseña mediática del impresionismo, un estilo en principio primaveral.
La primera, más lacónica de enunciado, aunque también más contundente, titulada Pasión Renoir, que se exhibirá en el Museo del Prado entre el 19 de octubre y el 6 de febrero; la segunda, rotulada con la sugerente y espectacular convocatoria de Jardines impresionistas, aunque, como veremos, de alcance más en efecto impresionístico que real, que podrá verse entre el 16 de noviembre y el 13 de febrero en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid.
Se trata de una feliz coincidencia para mostrarnos cómo se vive paisajísticamente la naturaleza en nuestro atribulado mundo urbano contemporáneo.

Lo único criticable es la ausencia de los maestros españoles del género

Salvando la crisis, los dos museos ofrecen propuestas de indudable interés

Hay un elenco de obras de una cualidad incuestionable

El jardín es un invento antiguo que se remonta a la noche de los tiempos
El Sterling and Francine Clark Art Institute, ubicado en la pequeña y bucólica ciudad universitaria de Williamstown en Massachusetts, es en sí mismo un "jardín dentro de un jardín", si abordamos la localidad en sus periodos primaveral y estival, un típico microcosmos de belleza del patrocinio americano del Este, con sus pujos aristocráticos bien sedimentados y con cierto aire a lo Henry James. Hasta el 17 de octubre -o sea, hasta un par de días antes de la inauguración de la muestra en el Prado-, allí se estará mostrando la exposición del escultor español Juan Muñoz -Juan Muñoz at the Clark- en la que ha intervenido también la española Carmen Giménez y que ubica las piezas dramáticas y expresionistas de Muñoz entre obras de los grandes impresionistas franceses de los que la Clark atesora una porción selectiva muy brillante.
Tan brillante, que se puede permitir ahora prestar 31 obras de Renoir al Prado, un conjunto que es casi la totalidad de lo que atesora este instituto americano del genial pintor francés.

Sensual hasta ribetear lo goloso, pero con un aprendizaje severo de artesano, Pierre Auguste Renoir (1845-1919) fue uno de los pioneros del impresionismo al juntarse, con Monet, Bazille y Sisley, en el taller de Gleyre en 1862.
Aunque quizá el arranque del impresionismo le deba mucho a sus excursiones domingueras en La Grenoullière en 1869, en las riberas del Sena, a un tiro de los arrabales de París, lo cierto es que Renoir no cabe solo en esta adscripción porque compatibilizó el paisaje y el bodegón con otros géneros -el retrato, el desnudo, las escenas de género, etcétera- y porque su técnica alternó sucesivamente las pinceladas cortas y divididas con efectos cromáticos complementarios con la práctica de un diseño lineal severo.
Esta riqueza de registro la podemos apreciar perfectamente en la cuidada selección de la colección Clark que se exhibirá en el Prado con un puntual recuento de la evolución cronológica y temática de un excelente artista.

Jardines impresionistas, cuyo comisariado ha correspondido a Clare Willsdon y que proviene de una cita previa en las Galerías Nacionales de Escocia, de Edimburgo, es un interesante popurrí de pintura occidental sobre jardines del siglo XIX, más o menos orientada hacia la eclosión impresionista entre 1860 y 1880.
Hay obra de medio centenar de pintores de todo el mundo, sobre todo de la segunda mitad del siglo XIX -franceses, italianos, alemanes, belgas, nórdicos y estadounidenses- de muy desigual calidad y proyección, pero centrados todos en la captación del paisaje más característico del mundo contemporáneo, que reinterpreta de forma singular la estética del jardín.
El jardín es un invento antiguo que se remonta, como quien dice, hasta la noche de los tiempos, pero que se singulariza en nuestra época, urbana e industrial, a fuerza de acosar a la naturaleza, bien para domesticarla hasta circundarla en un balcón o una terraza, bien para afrontarla de la manera más silvestre.
Ante tan sugestiva, pero también tan laxa tesitura, casi importa poco la perspectiva ortodoxa de enjuiciamiento de un historiador del arte, porque ante un conjunto tan variopinto de flora, seduce más lo que esta nos aporta como reflejo especular de nuestra sociedad y sus ideales cada vez más nostálgicos.
Aun así hay un elenco de obras de una calidad incuestionable, las cuales, además, nos aportan el testimonio de maestros no por menos populares de calidad desdeñable. En este sentido, al margen de figuras plenamente consagradas, como Delacroix, Corot, Millet, Manet, Monet, Renoir, Pissarro, Sisley, Cézanne, Bonnard o Klimt, hay un conjunto de otros pintores europeos y americanos de enorme interés y que seguramente serán un descubrimiento para el público español.
El único pero que se puede alegar a esta muy amplia cartografía de lo que supuso la pintura del paisaje occidental la segunda mitad del siglo XIX es la ausencia de los más acreditados maestros españoles del género (Fortuny, Regollos o Sorolla), algunos de los cuales triunfaron internacionalmente en aquella época, con lo que tampoco se puede explicar en principio el que hayan sido excluidos.
Lo que resulta verdaderamente positivo para la actividad de nuestros principales museos es que, salvando la dura crisis que nos afecta actualmente, se puedan seguir ofreciendo de manera simultánea propuestas de indudable interés artístico, como estas dos del Prado y el Thyssen-Bornemisza, que nos permiten no solo reencontrarnos con los pioneros del arte moderno, sino que también lo revisan de una forma no convencional, aportando perspectivas monográficas o temáticas.
El otoño madrileño se reviste con las glorias pasadas de la feracidad primaveral que seguramente nos ayudarán a encarar con mejor espíritu el indeclinable invierno.

Es muy probable que desde el punto de vista museológico, la muestra de Renoir tenga un peso específico mayor, pero eso no significa que una revisión aleatoria de la pintura occidental de ese periodo tocando el tema de la interpretación de los jardines podamos considerarla comparativamente como una exposición menor. Ambas convocatorias suscitarán una respuesta pública de envergadura, lo cual tampoco ha de considerarse ni mucho menos como un defecto.

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