Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

31 mar 2013

“Confiaba en la directora de la oficina y nunca pensé que me engañaría

José Luis Serna y Blas Asensio confiaron su dinero en preferentes de Caixa Laietana

La caja se las canjeó por acciones de Bankia que hoy no valen nada.

Blas Asensio (izquierda) y José Luis Serna, delante de la oficina de Caixa Laitania de Mataró. / MASSIMILIANO MINOCRI

Blas Asensio, de 61 años, y José Luis Serna, de 48, son dos de los 15.000 afectados que Caixa Laietana ha dejado en Mataró
. La indignación aún les embarga cuando recuerdan cómo accedieron a unos productos que les han infligido pérdidas gigantescas. “Confiaba en la directora y nunca pensé que me engañaría. Fue una estafa”, afirma Serna.
 “Me dijeron que [las preferentes] eran totalmente seguras”, añade Asensio.
 Él recibió en 2001 una indemnización por un accidente que le dejó una parte de la cara paralizada. Acudió a Caixa Laietana, donde le ofrecieron una cuenta que “era mejor que las otras porque no se tenía que renovar cada año, pero que no tenía otras diferencias”.
Aun así, cuando llevaba los papeles a su mujer para que firmara vio que en el contrato ponía “preferencial”. No sabía qué significaba y volvió a la oficina a preguntar si podría retirar el dinero cuando quisiera. Recuerda que los oficinistas se rieron de él y le dijeron que no debía preocuparse por nada.
 Al principio le ofrecieron cerca de un 3,5% de interés, pero los últimos años fue solo del 1,8%.
 Hasta 2011 no tuvo problemas para retirar su dinero, pero todo cambió a finales de ese año: los 30.000 euros que le quedaban fueron bloqueados.
Empezó entonces un periplo de reclamaciones que no fueron respondidas hasta marzo de 2012, cuando Caixa Laietana le conminó, si quería recuperar el dinero, a canjear las preferentes por acciones de Bankia. “Me dijeron que si no lo hacía, lo perdería todo”, recuerda. Aceptó.
 Ahora se arrepiente y explica que se sintió “forzado a tener acciones”.
 Según cuenta, la caja le aseguró que recuperaría el 75% del importe en poco tiempo, aunque tendría que esperar más de un año para el 25% restante.
 Parecía que poco a poco podría disponer del dinero, pero no fue así. Las acciones han ido perdiendo valor desde que salieron a Bolsa hasta valer solo un céntimo.
 Además, la condición de “accionista obligado”, como él lo define, no le permite acogerse a un arbitraje para recuperar ni tan solo una parte del dinero.
José Luis Serna también se siente impotente. Él y su mujer están en el paro. Tienen tres hijas en edad escolar y viven en casa de sus suegros.
 Todos sus ahorros acumulados gracias a jornadas de trabajo de más de 12 horas están atrapados en Caixa Laietana.
Cree que cuando le vendieron estos productos, a finales de 2010, los banqueros ya sabían que “era una estafa”, pero “les daba igual porque querían cobrar comisiones”.
Como a la mayoría de afectados, le dijeron que no tendría ningún problema para recuperar el dinero cuando le apeteciera.
 El desconocimiento del producto era tal que cuando un familiar le explicó los riesgos de las preferentes y le preguntó si él tenía, Serna respondió que no. No fue hasta unos días más tarde cuando se enteró de que su dinero estaba bloqueado. “No me lo podía creer”, recuerda ahora.
 Desde ese momento él y su mujer han pasado muchas noches sin dormir, tomando medicación para la depresión y el estrés.
 Fuera de las participaciones solo disponían de 2.500 euros, así que durante este tiempo han vivido de trabajos temporales y del paro. Ahora reciben 428 euros de subsidio y sus familiares les ayudan.
En marzo de 2012 Caixa Laietana le ofreció, como a todos los afectados, canjear participaciones por acciones.
 El movimiento no estaba claro, por lo que consultó con un abogado quien le recomendó que aceptara el cambio pero con un documento firmado en el que explicara que lo hacía en contra de su voluntad.
Ahora lucha para poder ser tratado como afectado por las preferentes y no accionista y recuperar así su dinero.
 Se siente “triplemente engañado”: primero por la venta de las preferentes, luego por el canje obligatorio en acciones y ahora por no poder acogerse al arbitraje.

 

La Verdad sobre el caso Savolta


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Según cuenta Eduardo Mendoza, La verdad sobre el caso Savolta se publicó el 23 de abril de 1975, fecha en la que «el país atravesaba por un momento de febril expectativa: un sistema que parecía inamovible se resquebrajaba a ojos vistas y el cambio, aunque incierto, era inminente». ¿A qué cambio se refiere el autor?

Del Blog "Mujeres"María Magdalena, preferida y detestada

María Magdalena, preferida y detestada

Por: | 31 de marzo de 2013
MagdalenaComo Jesús no escribió nada ni dejó una biografía autorizada sobre sus años públicos, hay que acudir a múltiples fuentes, muchas veces contradictorias, para saber cómo fue realmente su vida.
En todo caso, lo que la Iglesia romana ha seleccionado como verdadero en sus evangelios  canónicos, escritos por evangelistas que no habían conocido al fundador cristiano ni de lejos,  no parece ser una verdad absoluta. Evangelio es una palabra griega que quiere decir buen mensaje o buena noticia. Roma tiene cuatro evangelios bien condimentados. Antes de llegar a ese canon, despreció decenas y decenas de otros relatos igualmente dignos de tener en cuenta.
 Por ejemplo, de la primera conferencia apostólica de los cristianos, alrededor de mediados del siglo I, muy probablemente el año 49, sabemos dos versiones o dos reseñas, la de san Pablo en una de sus cartas, y la más tardía de Lucas en Hechos de los Apóstoles.
 El resto de las informaciones se han desechado, por ejemplo el relato de lo que en aquel (llamemos) concilio hicieron las mujeres.
Ni una palabra.
Dos cosas quedaron claras en esa conferencia política.
 La preponderancia de Pablo frente a san Pedro, y la decisión de salirse de Israel (con el reto de llegar a Roma), para lo cual había que dejarse de circuncisiones y otras gaitas judías (ahí dejaron de ser una secta judía).
 Y otra, de más graves consecuencias históricas, el ya citado arrinconamiento de las mujeres, que, sin embargo, habían sido compañía imprescindible para Jesús, sus auténticas mantenedoras y organizadoras de la campaña electoral del fundador en sus últimos años, hasta morir en la cruz de forma tan horrible.
Es cierto que, según los evangelistas, no hubo mujeres en la última cena de Jesús con los suyos, a modo de despedida ante lo que se avecinaba, pero es también cierto que cuando, tal día como este domingo, el fundador cristiano decidió resucitar, las primeras en saberlo fueron las mujeres de su entorno, no los espantados apóstoles, que se habían escondido como conejos en un incendio forestal (Pedro incluso llegó a negar que lo conociese, una y tres veces, cuando le reconocieron como a uno de sus fieles).
Cabe suponer que la principal víctima de la conferencia política de Jerusalén fue María Magdalena, que aparece en la primera tradición cristiana especialmente vinculada a Jesús
. Cierta literatura, a lo Código da Vinci, la ha convertido incluso en su amante.
 Es probable que lo fuese, pero en sentido espiritual, no físico, lo que enfadaba a los celosos apóstoles.
La llamaban Magdalena porque era de Magdala, una ciudad de pescadores de la costa del mar de Galilea, entre Cafarnaún y Tiberiades, que contaba con más de 200 barcos, famosa por sus salazones.
 El hecho de que no llevara unido el nombre o apellido de su padre o marido, sino el de su ciudad, indica que era independiente.
 No estaba sometida a otras personas y tenía autoridad para formar parte del grupo de Jesús.
 Nada se dice en los evangelios sobre cómo lo conoció, pero Lucas, que no debía ser muy partidario, la presenta como endemoniada (Jesús la liberó de siete demonios, llega a decir). Supongo que era endemoniada porque era pagana antes de convertirse. Aún hoy, algunos prelados romanos tachan de endemoniados a quienes no les siguen la corriente.
Tenemos, por tanto, a María la de Magdala en el círculo más estrecho de los discípulos de Jesús.
 Es más, debió (de) ser una mujer con dinero, capaz de pagar las estancias (posada, comida y organización de los eventos) del revoltoso mitinero allá por donde convenía que predicase la Buena Nueva del Reino de Dios que más tarde se convirtió en una Iglesia repleta de jerarquías sacerdotales sobrealimentadas.
 De sobra se escribió en los primeros años del cristianismos que Jesús no era eso lo que vino a predicar, sino todo lo contrario: predicó contra el poder de los Caifás de turno, y para que el César tuviera lo que es del César, y Dios lo que es de Dios...  
¿Cómo y cuando cayó en desgracia María Magdalena? Es una de las más conmovedoras historias de los evangelios y también de las más enigmáticas.
 Inicialmente, hubo un debate para fijar su personalidad, pues hay tres pasajes con nombre de María: María la pecadora, “que unge los pies del Señor”. (Lucas, VII, 37-50); María la de Magdala, la posesa liberada por Jesús, que se incorporó a las mujeres que le asistían (también Lucas, VIII, además de Juan, XX, 10-18) hasta la crucifixión y resurrección; y María de Betania, la hermana de Lázaro y Marta. (Lucas, X, 38-42). La liturgia romana identifica los tres pasajes como referidos a la misma mujer: María Magdalena.
 La liturgia griega, sin embargo, las reconoce como tres mujeres distintas. El santoral litúrgico actual celebra a una sola: María Magdalena, en homenaje a su encuentro con Jesús resucitado.
Lo seguro es que nuestra María estuvo al pié de la cruz donde murió su maestro, en el monte Calvario, mientras sus hombres lo han abandonado. Allí estaba Magdalena, acompañando a la otra María, la madre del crucificado. "Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena", escribe el evangelista Juan (19:25). Y esta otra versión, por si caben dudas: "Había allí muchas mujeres mirando desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle. Entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo" (evangelista Mateo 27:55-56). Más. “Después que José de Arimatea entierra a Jesús y se fue, María Magdalena quiso quedarse. Estaban allí María Magdalena y la otra María, sentadas frente al sepulcro" (Mateo 27:61).
María Magdalena también fue la primera en ir al sepulcro el domingo de Resurrección: "Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro" (Mateo 28:1). “Iban con los perfumes para embalsamarlo...
Descubrieron así que alguien había apartado la pesada piedra del sepulcro del Señor”. Y ¡la noticia!: "Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios". (Marcos 16:9).
Así que María Magdalena, la pecadora convertida en contemplativa, fue la primera que vio, saludó y reconoció a Cristo resucitado.
 Jesús la llamó: "¡María!" Y ella, al volverse, exclamó: "¡Maestro!" Y Jesús añadió: "No me toques, porque todavía no he subido a mi Padre. Pero ve a decir a mis hermanos: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios" (Jn 20:17)
Y María de Magdala fue, y los apóstoles no quisieron creerla. ¿Por qué se iba a aparecer el maestro a la Magdalena, si ellos eras sus preferidos, los doce, los apóstoles? Imposible de soportarlo.
La tradición oriental afirma que, después de Pentecostés, María Magdalena fue a vivir a Efeso con la madre del crucificado, y que murió allí.
 Una tradición francesa sostiene que María Magdalena fue con Lázaro y Marta a evangelizar la Provenza y pasó los últimos treinta años de su vida en los Alpes Marítimos.
Sea como fuere (los evangelios no dejan de ser un cuento, dicho sea con el respeto que se supone a todas las creencias religiosas), lo cierto es que la Iglesia (hoy llamada)  romana ha demonizado a María Magdalena, identificándola como una prostituta.
 Ha sido la manera de espantar la posibilidad de que se consolidase un liderazgo femenino en el cristianismo primitivo, ya antifeminista.

La literatura ha aprovechado el conflicto muchas veces, incluso novelando sobre un amor entre el fundador y su hermosa pecadora arrepentida.
 El último en hacerlo ha sido el escritor Jesús Bastante Liébana, en Y resucité de entre los muertos (Ediciones B. 2012). No hay que descartar (el famoso Brown, el autor del Código Da Vinci, también lo novela), que existió una pugna entre el "partido de la Magdalena" y el partido vencedor que sigue a Pedro y a Pablo hasta conquistar Roma y erigirse en un nuevo Imperio Romano (de perseguidos se convierten entonces en perseguidores persistentes).
Lo seguro (lo sabido) es que quien perdió fue la mujer. La mujer caída del paraíso; la denigración de la mujer. “De todos los innumerables pecados cometidos a lo largo de su historia, de ningún otro deberían de arrepentirse tanto las iglesias como del pecado cometido contra la mujer", ha escrito la gran teóloga católica Uta Ranke-Heinemann.
 Todavía hace apenas un año, el 15 de junio de 2012, la Iglesia católica reformó su código penal, por decisión del ya emérito Benedicto XVI, para endurecer las penas de los que el Vaticano considera los delitos más graves que pueden cometerse en su seno. La reforma se publicó como carta apostólica con un título en latín: Normae de gravioribus delictis (Normas sobre los delitos más graves). Entre ellos figura la pederastia, que tantos disgustos, penales, morales y económicos, está causando a la jerarquía del catolicismo. También aparece como delito “más grave” la ordenación sacerdotal de mujeres.  Es una discriminación más hacia las mujeres, un paso adelante “en la ideología del apartheid” tradicional en la Iglesia romana.
Si María de Magdala, que tanto acompaño y tanto ayudó a Jesús en sus primeros mítines, levantara la cabeza..

“Doné sangre para comer”

Jose y su pareja han pasado de tener dos comercios en Albacete a comer gracias a Cáritas y Cruz Roja.

 

José Blanco y su pareja esperan el desahucio. / tania castro
Hace dos años, José Blanco, de 27 años, tenía una cristalería en Albacete. Su pareja, de 32, una papelería. Todo iba bien. Ahora, esta familia formada por los dos y el hijo de ella, de seis años, se alimenta de la comida que les entregan Cáritas el último jueves de mes y Cruz Roja cada día 15.
José se ha propuesto no dejarse arrastrar por la situación.
 Y, por encima de todo, blindar al pequeño. El desánimo se lo guarda para él. Lo combate por las noches con lorazepam (un sedante) y por las mañanas con escitalopram (un antidepresivo).
“Me lo iban a quitar en enero pero al bajarme la dosis una mañana no pude levantarme, el desánimo era total”. Su pareja, que está embarazada, también necesita antidepresivos (toma Adofén).
A ella apenas le apetece hablar.
 Ni que se la identifique o se la reconozca en la fotografía que acompaña este artículo. “Si te digo que estoy bien te miento”, musita desde un extremo del sofá del comedor de su casa —de la que tienen un procedimiento de desahucio en marcha y que en breve dejarán por otra más barata—.
 “Con lo bien que nos iba y vernos así... Lo llevo mal”.
 Desde el otro extremo del sofá José no se guarda un detalle. “¿Por qué tendría que negarme a contar lo que nos pasa? Esto no es ningún pecado, y seguro que hay miles de personas en mi situación”. Y narra anécdotas como cuando acudió a donar sangre para comer un bocadillo cuando acompañó a su pareja a Murcia, donde permaneció ingresada una semana para someterse a un control por los desfallecimientos repentinos que sufre.
 “A los tres días sin apenas comer, no me tenía en pie”.
José y su compañera se conocían del pueblo, Beas de Segura (Jaén). En 2010 dieron un cambio a su vida y eligieron Albacete para este proyecto en común. Él abrió un almacén de distribución de cristales. Ella, una papelería
. Lo que se presentó como su mejor pedido —“me daba trabajo para todo el año”— fue una trampa de la que no pudo salir.
 Fue un encargo de 37.000 euros que nunca le pagaron y que le atrapó. Demasiado dinero para dos negocios que acababan de arrancar. “Entonces empecé a ver que tenía un problema”, explica. Aguantó hasta finales de 2011. Reunió a los proveedores y les dijo que no podía pagarles
. Cerró.
 Le embargaron por las deudas de las cuotas de la Seguridad Social de su empleado. Su cotización de autónomo no incluía paro, por lo que ninguno ha percibido prestación.
 Sin ayuda familiar y sin empleo —“me he llegado a ofrecer como carpintero por 300 euros”—, su situación era cada vez más agónica. “Lo pasamos muy mal”. En septiembre de 2012 se dieron de bruces con la realidad. “No teníamos leche para el niño”, comenta.
 Entonces se acercaron a los servicios sociales municipales. “Verte en esta situación es muy duro”, explica. Le remitieron a Cáritas. “A la cola de la iglesia a por comida voy yo, a la vista de los vecinos. Lo que sea para que no le falte nada al niño”.
José está ilusionado con un negocio que le puede salir con ayuda de Cáritas
. Su otra esperanza es que Pepa, la responsable de su oficina de empleo, le dé la noticia que lleva meses aguardando: “José, tengo un trabajo para ti”.

Dolce y Gabbana deben pagar más de 340 millones al fisco italiano

Los diseñadores Stefano Gabbana y Domenico Dolce, el pasado 21 de marzo en un desfile de su última colección. / CORDON PRESS

Tan italianos a la hora de aprovechar los tópicos sicilianos para publicitar sus prendas, pero a la vez tan poco patrióticos cuando toca pagar los impuestos.
 Finalmente, la justicia ha dictaminado que Domenico Dolce y Stefano Gabbana, dos de los diseñadores más famosos del mundo, tienen que devolver a Hacienda ni más ni menos que 343,4 millones de euros.
 Se trata de una sentencia en la que el sábado el Tribunal Fiscal de Milán confirmó la decisión de la primera instancia, que condenó a los padres de la firma Dolce & Gabbana por evasión fiscal en noviembre de 2011. En aquella ocasión, ambos diseñadores no dudaron en apelar el fallo, pero la jugada, de momento, les ha salido mal.
La guerra de los reyes del made in Italy contra Hacienda se viene librando desde hace varios años.
 En 2004, ambos modistos crearon dos sociedades en Luxemburgo, con las que se compraron a sí mismos por un precio de 360 millones de euros gran parte de su imperio de la moda.
 Sin embargo, acabaron gestionando las ganancias de igual manera, solo que bajo las leyes fiscales de aquel pequeño estado, donde el impuesto de sociedades es muchísimo más bajo que el italiano, uno de los más caros del mundo.
 El chollo era evidente. Tanto, que las operaciones, aunque bien encubiertas, despertaron las sospechas de la policía fiscal. En 2010, los diseñadores fueron acusados de haber montado “una caja fuerte” en el extranjero, para “generar una planificación fiscal internacional ilícita con el único objetivo de ahorrarse impuestos”. La Fiscalía de Milán vio en sus operaciones delitos de fraude fiscal y de estafa contra el Estado.
La sesión preliminar del juicio, sin embargo, se cerró con la suspensión de los cargos:
 “La transferencia se desarrolló a la luz del día”, escribió entonces el juez. Tras meses de batalla en los tribunales, a finales de 2011 el Supremo volvió a abrir el juicio, al considerar que sí existían motivos suficientes para que los dos creadores se sentaran en el banquillo.
 En noviembre de aquel año llegó la sentencia de la primera instancia: la operación en Luxemburgo era ilícita porque los diseñadores pagaron apenas 360 millones, cuando, según los investigadores, la parte de la empresa que compraron valía más de 730.
Ahora Hacienda gana su segunda gran batalla y pide su dinero de vuelta.
 Para evitar meterse la mano al bolsillo, Domenico y Stefano solo tienen una opción: jugar su última carta ante el Supremo.

Las sopas de Mitterrand..........Una Película sobre una interesante mujer.

Una antigua cocinera del expresidente francés inspira una película y revela algunas de sus debilidades

Daniele Mazet-Delpeuch le hizo la comida al mandatario durante dos años, de 1988 a 1990, en los que mantuvo largas conversaciones con él: "Había perdido ya la ilusión en la naturaleza humana”.

 

La cocinera de François Mitterrand, Daniele Delpeuch, en un restaurante de Madrid. / SAMUEL SÁNCHEZ

Hay formas de viajar en el tiempo, de regresar a la niñez, a la pubertad o a la juventud… Hay transportes más rápidos y más lentos.
 Entre estos últimos están la memoria, el sentido de la vista, el del oído… Pero hay viajes fulminantes al pasado, inesperados, que se hacen casi sin querer, con el olfato y el gusto.
 Lo sabía bien el expresidente de Francia François Mitterrand (Jarnac, Charente, 1916 - París, 8 de enero de 1996). Quizá por eso era un gastrónomo empedernido.
 Quizá por eso, pocos años antes de morir, —antes de elegir el día exacto de su deceso y después de diez años ocultando su cáncer de páncreas—, hizo dos cosas.
 La primera fue dirigir pormenorizadamente la preparación de una última cena.
Y la segunda, contratar a una cocinera que le hiciera las comidas de su abuela en el Elíseo.
 Cuentan las leyendas, que para aquel homenaje culinario de despedida en la Navidad de 1995 cerca de Burdeos eligió un menú que incluía ostras de Marennes, foie gras, capón y un plato prohibido, coup d’effet’, unas cazuelitas con escribanos hortelanos, unos preciados pajarillos de colores.
Para cocinarle diariamente en el palacio del número 55 de la calle Faubourg Saint-Honoré de París eligió —dejándose recomendar por el chef Joel Robuchon— a Daniele Mazet-Delpeuch, una mujer del campo, del suroeste de Francia, con una debilidad muy propia de su región, Périgord: las trufas.
El presidente era feliz pero estaba cansado, no tenía nada más que esperar y quiso darse un respiro
Las trufas de Périgord son conocidas como diamantes negros, son tan caprichosas como el clima y suelen dejarse oler a finales del otoño y principios del invierno.
 Desde que los egipcios las incorporasen a su cocina, se han difundido toda clase de cuentos que perfuman, más si cabe, a estos hongos amorfos y negruzcos que se encuentran esturreados por los bosques de robles o castaños y que llevan el sabor de sus tierras en las entrañas.
 Que si son afrodisiacos, que si están endemoniados… Al expresidente francés le gustaban tanto como para dejar el despacho, bajar las escaleras hasta los sótanos de palacio y meterse en la cocina para aspirar profundamente su olor mientras las desenvolvían del trapo.
 Tanto como para sentarse allí en un taburete con su cocinera y comerse una tostada con aceite y trufa laminada… Mmm… Uno segundos de silencio y, a continuación, un viaje privado, de esos que se hacen con los ojos cerrados mientras se mastica.
Y, de regreso, una frase: “La adversité me donne la force” (“La adversidad me da la fuerza”).
Así ocurrió. La escena está contada en Carnets de cuisine du Périgord à l'Elysée, escrito por Delpeuch en 1994, dos años después de dejar el Eliseo. “Lo escribí para dejar constancia de esa experiencia, porque sabía que se me olvidarían muchas cosas de esos días”, dice esta mujer de 71 años que, desde los fogones del Eliseo, ha popularizado “la cocina burguesa francesa” por todo el mundo
. Porque ese libro, que asegura que escribió para sus nietos, ha servido de guión en el rodaje de La cocinera del presidente (Les saveurs du palais), la película del director galo Christian Vincent que se estrenó la semana pasada en los cines españoles con Catherine Frot y Jean d'Ormesson como protagonistas, en los papeles de Delpeuch y Mitterrand, respectivamente.
Yo tenía el poder en la cocina y él en su sitio. Había confianza y distancia. Era un hombre que respetaba mucho al personal y el trabajo
“El 98% de lo que se ve en la cinta es cierto”, asegura Delpeuch, que ahora recorre el mundo como embajadora de este filme que cuenta los dos años, de 1988 a 1990, que pasó junto al hombre que más tiempo fue presidente de la república francesa, de 1981 a 1996.
“Cuando yo llegué, acababan de elegirle por segunda vez, ya no tenía nada que esperar de ese cargo, simplemente no había nadie para tomarle el relevo y por eso le reeligieron”, cuenta Delpeuch, en lo que dura un café en la cafetería de un hotel de Madrid. “Él había crecido en una familia donde cocinaba la abuela junto a otra cocinera y, llegado este punto de su trayectoria vital y profesional, y teniendo en cuenta que tenía otros siete años por delante, quiso darse un respiro”, prosigue la cocinera —que sigue impartiendo cursos de cómo hacer foie gras en su granja de Périgord—.
“El presidente era feliz pero estaba un poco cansado, había perdido ya un poco la ilusión en la naturaleza humana”, agrega.
 Puede que buscara sosiego en los sabores de aquellos días porque la única directriz que le dio fue: “Hágame la cocina de mi abuela”.
Las conversaciones de horas que Delpeuch mantuvo con Mitterrand, y que dieron lugar a toda clase de intrigas y de envidias en el Eliseo, comenzaron cuando ella le pidió audiencia para que destensara las relaciones entre su pequeña cocina y la central del palacio, que se encargaba de la comida del personal.
Un director de gabinete es solo un director de gabinete y un presidente es solo un presidente
“Mi intención era trasladarle los problemas para que tomara decisiones.
 Pero siempre empezábamos y acabábamos hablando de recetas, de la preparación de los espárragos o de libros de cocina
. Era tan exigente como se ha dicho”, cuenta, quien por aquel entonces ya había trabajado seis años en Estados Unidos “para devolverle un dineral al fisco”, y había sacado adelante a sus cuatro hijos, comprado su granja y cedido un terreno a su marido.
 “Al día siguiente de esos encuentros nadie me ponía ningún problema para nada porque se corría la voz de que había pasado varias horas charlando con el presidente”, recuerda.
Según relata esta cocinera, era habitual que Mitterrand se dejara caer por su cocina. “Simplemente porque le resultaba más sencillo que llamar al servicio”. Y con tono desmitificador añade: “No había nada de sentimental en ese comportamiento. Yo tenía el poder en la cocina y él en su sitio. Había confianza y distancia
. Era un hombre que respetaba mucho al personal y el trabajo [fue en esos años en los que Mitterrand instauró el salario social] , lo que en mi caso implicaba curiosidad, generosidad y humanidad hacia la gastronomía”.
Delpeuch se fue cuando consideró que “la aventura había acabado”, conoció a mucha gente importante en el Eliseo y sacó una conclusión: “Un director de gabinete es solo un director de gabinete y un presidente es solo un presidente
”. Eso sí: “Preparar una sopa diferente cada día es un arte”.

El otoño del comunista

Eugen Ruge narra el desplome de la RDA en 'En tiempos de luz menguante'

En 2011 la novela recibió el Premio del Libro que concede el gremio de libreros alemanes.

Policías de frontera de la Alemania del Este durante la caída del muro de Berlín en la puerta de
Cada vez que en Alemania se publica un libro en el que salen más de tres veces las palabras comunismo y Alemania Oriental, se levanta una tormenta en las hojas literarias de los diarios y todos susurran excitados: la gran novela sobre la RDA.
 Resultaría risible si no correspondiese, casi un cuarto de siglo después de la caída del Muro, a una demanda lectora cada vez más justificada, aparte de implicar un interrogante grave para la literatura alemana actual: ¿es realmente capaz de aportar una novela que recoja e ilumine este periodo histórico como lo hacían Berlín Alexanderplatz con la época de entreguerras, o El tambor de hojalata con los años treinta, cuarenta y cincuenta?
Lo cierto es que no han faltado libros que salían al paso de esta exagerada expectativa —Es cuento largo, del propio Günter Grass; Bajo el nombre de Norma, de Ingrid Burmeister; Simple Stories, de Ingo Schulze, por nombrar sólo los más conocidos—, pero la excesiva proximidad a las vivencias propias y ajenas de la fracasada utopía socialista ha cargado la “novela de la reunificación” de un superávit de heroicidad y bufonadas, cuando no derivaba directamente en el ajuste de cuentas; excepciones aparte, como La torre, de Uwe Tellkamp, el fascinante panorama de un microcosmos intelectual en la Dresde de los años ochenta.
En tiempos de luz menguante. Novela de una familia de Eugen Ruge. Traducción de Richard Gross. Anagrama. Barcelona, 2013. 394 páginas. 19,90 euros (electrónico, 15,99)
En tiempos de luz menguante, sin embargo, tiene poco en común con estos antecedentes. Tal vez porque su autor, Eugen Ruge (Sosva, Urales, 1954), matemático geofísico en la RDA y luego dramaturgo y guionista, ha escrito esta su primera novela en la madurez y desde la distancia del tiempo.
 Sin pretensiones estilísticas, pero con escrupulosa precisión verbal y observación crítica, cuenta la historia de una familia de comunistas y su decadencia, al compás del decaimiento de la sociedad en la que viven. Y a juzgar por la vibrante presencia de los personajes, por los a veces solo insinuados detalles íntimos de sus relaciones y por la minuciosa recreación de los espacios interiores, hay mucho de la historia propia del autor.
En todo caso, es una saga familiar que repasa con magnífica serenidad y gran sentido de la ironía medio siglo de historia alemana, oriental y occidental, haciéndonos comprender, a través de la mirada interior de los personajes, algo más de los grandes desastres políticos del siglo XX. En este sentido, la comparación con las novelas de Alfred Döblin y Günter Grass no resulta tan desencaminada.
El relato arranca en el año 2001, pero se adentra mediante sucesivos saltos en el pasado de las distintas generaciones de los Powileit-Umnitzer, en los años cincuenta, sesenta y setenta, para fijar la atención en el 1 de octubre de 1989, el noventa cumpleaños del patriarca, Wilhelm Powileit.
Este día crepuscular, no solo para Wilhelm sino también para la RDA, se describe en seis capítulos desde seis perspectivas distintas, muy divergentes entre sí: la del mismo homenajeado, un terco cascarrabias y defensor del estalinismo; la de su esposa, la amargada oportunista Charlotte; la de su hijo Kurt, destacado historiador del régimen, pero inconformista; de la esposa rusa de Kurt, Irina, que ahoga su marginación en Alemania Oriental en alcohol; la de la madre anciana de Irina, casi analfabeta y replegada en el mundo de sus recuerdos, y la del bisnieto Markus, un adolescente desconectado ya del todo del politizado contexto familiar.
Este es el procedimiento narrativo en todo el libro y su gran acierto, pues nunca juzga ni pronuncia verdades, simplemente ofrece varias versiones de la verdad.
 De este modo tan discreto como eficaz se hace transparente el funcionamiento de este pequeño y privilegiado núcleo familiar que con sus egoísmos, ideales, titubeos y deserciones interiores resulta bastante representativo para la sociedad que lo rodea.
Y si bien Eugen Ruge evita, con su racionalidad narrativa y su admirable sentido del ritmo dramático, los momentos “denunciatorios”, sabe hablar a las claras, como en la escena del discurso de condecoración del “camarada Powileit”, en la que el pacífico historiador Kurt ve toda la inconsistencia de la labor política de su padrastro: “Bien mirado y con toda objetividad, pensó Kurt mientras seguía aplaudiendo, Wilhelm fue corresponsable de que las fuerzas de la izquierda se pulverizaran mutuamente durante la década de los veinte, facilitando así la victoria del fascismo en Alemania. (…) La historia de la resistencia antifascista no era más que una historia del fracaso, de las luchas fratricidas, de los errores de juicio y la traición cometida por ‘el gran timonel’ contra aquellos que pusieron el pellejo en la clandestinidad”.
Ruge escribe una prosa eficaz y cuidada —traducida por Richard Gross con fino oído para los distintos registros verbales de cada figura—, que se lee con auténtico placer: acompaña con suma discreción giros de acción inteligentes, emociones creíbles, pequeños clímax de humor sutil. Por una vez, el Premio del Libro, que desde 2005 concede a bombo y platillo el gremio de libreros alemanes en la Feria de Fráncfort, ha galardonado una novela de sólida sustancia que perdurará.
En tiempos de luz menguante. Novela de una familia de Eugen Ruge. Traducción de Richard Gross. Anagrama. Barcelona, 2013. 394 páginas. 19,90 euros (electrónico, 15,99)

 

Sus psicodélicas majestades

Flaming Lips se pasa al lado oscuro con el álbum ‘The terror’

Su rock entre delirante y espacial la convierte en una de las bandas más interesantes de EE UU.

 

Flaming lips, con Wayne Coyne, su cantante, en primera línea.

Wayne Coyne (Pittsburgh, 1961) es uno de los tipos más parlanchines del rock. Ya avisa un periodista belga al salir de la habitación del hotel de Londres donde el cantante de Flaming Lips promociona el nuevo disco del grupo, The terror:
 “O haces que se calle o se va pasar toda la entrevista en la primera pregunta”. Entonces se oye una voz que sale de la suite.“Ese tío es bueno, me ha dicho ‘¡Calla, Wayne!’ 20 veces. Pasa, hombre”.
En el dormitorio no se ve a nadie. Coyne está en el baño en plena batalla con la tapa del retrete: “¿A qué parece un hotel elegante? Pues mira”. La levanta y se cierra sola; lo vuelve a hacer, idéntico resultado. “Un cliente debería de poder mear sujetándosela con las dos manos ¿no? En fin, da igual, sentémonos”.
Se deja caer en una silla con la misma expansividad con la que lo hace todo.
Es de esa rara especie de músicos que después de 30 años parece disfrutar enormemente en las entrevistas. De hecho parece disfrutar enormemente de la vida. “No es una tortura. Es charlar con gente interesante que ha venido de lejos. Genial ¿no?”, cuando va a contestarse suena un móvil. Le echa una mirada. “Es mi mujer. ¿Te importa?”
. No da tiempo a decir nada. “¡Hola, cariño! Mira, estoy con un periodista”, gira el móvil y aparece efectivamente su señora, de la que conocemos casi todo. Coyne tiene la costumbre de publicar fotos de ella desnuda en su Twitter. “Disculpa un segundo”, suelta y vuelve al baño.
Este grupo de inadaptados son héroes locales en Oklahoma
En la última actuación de Flaming Lips en España, en el festival SOS Murcia de 2012, vagaban los dos por la zona VIP como aristócratas venidos a menos
. Antes, el grupo había desplegado todo su arsenal en directo.
 Y es mucho. Llevan 15 años desarrollando un concepto. Lo que en 2001 era una especie de carnaval de baratillo lleno de imaginación y sentimiento se ha convertido en una grandiosa fantasía entre lo psicodélico y lo espacial, que incluye, además del consabido paseo en el interior de un balón gigante de plástico transparente sobre las cabezas del público, confeti como para una fiesta de cumpleaños de los hijos de Ana Mato, pantallas gigantes, proyecciones espectaculares o decenas de tipos disfrazados sobre el escenario.
 El único problema es que las canciones han perdido importancia entre ese despliegue visual. Y son las canciones las que les hicieron grandes. She doesn’t use jelly, en 1993, les dio un nombre entre la generación MTV, y un sitio en la confusión del grunge. Dos álbumes, Yoshimi y The soft bulletin, les insuflaron vida una década después. Eran discos mayúsculos de pop asombrosamente brillante. “En el momento de The soft bulletin, con Steven [Dordz, alma musical del grupo] metido en la heroína, pensábamos que no teníamos futuro. Lo hicimos porque creímos que era el final
. Era nuestra despedida. Cuando salió fue creciendo. Y ahora es importante para mucha gente. Eso no lo vamos a lograr otra vez. Y no hay por qué volverse loco intentándolo”, explicará luego.
Ahora Coyne y su señora hablan de un vídeo que al parecer él le ha enviado hace un rato a Oklahoma City, donde ha vivido toda su vida. Uno en el que aparece de crío, con melenas, no las cool de ahora, las de macarrilla juvenil con las que sale en el documental Fearless freaks, esa maravilla de 2002 en el que Steven Dordz aparecía inyectándose heroína mientras se definía como “basura blanca de los suburbios”.
Estos inadaptados son héroes locales. En 2009, uno de sus temas Do you realize?, de 2002, fue elegida canción rock oficial de Oklahoma por votación popular.
 Aunque tuvo que firmarla el Gobernador como orden ejecutiva: el Senado del estado se negó a aprobarla porque el tercer componente del grupo, Michael Ivins, apareció en la grada de invitados del hemiciclo con una camiseta roja con una hoz y un martillo amarillo en la parte delantera. “No fue la mejor de las ideas, pero nunca hemos sido de pensar mucho las cosas”.
Nuestro lema: ‘Sea o no música, está hecho con amor por auténticos ‘freaks”
The terror es un álbum de psicodelia oscura. “No es optimista, pero tampoco derrotista. Cuando un hombre se enfrenta a la muerte puede aterrorizarse o decir:
 ‘Qué te jodan, moriré, pero no me derrotaras”.
 Lo curioso es que hace unos meses editaban un tema que no está en el disco, Sun blows up today, que no solo es lo más parecido a una canción con potencial de éxito que han hecho en años sino que también era el tema central de una campaña de Hyundai que se estrenó en el intermedio de la Superbowl.
“Estoy de acuerdo, sería un éxito, pero qué más da.
 Es solo una cancioncilla divertida”. The terror corre el riesgo de pasar inadvertido en medio de la miríada de cosas que hacen. Ni siquiera se puede saber exactamente qué número hace.
 Si contamos Embryonic como su último lanzamiento oficial en Warner, sería el decimotercero desde 1986, pero desde Embryonic han publicado uno de colaboraciones o una calavera con un pendrive dentro con una canción de 24 horas.
“Y también un corazón de chocolate, anatómicamente correcto”, añade al listado. “Tenemos un lema: ‘Sea o no música, si es de Flaming Lips está hecho con amor por auténticos freaks’
. Y esa es la pura verdad”.

Más desigualdad, más miseria

Los expertos, preocupados por la consolidación de la brecha entre ricos y pobres.

La caída de rentas deja a 11 millones de españoles bajo del umbral de la pobreza.

Crisis, paro, pobreza y desigualdad.
El estratosférico ascenso del desempleo (26% según la última Encuesta de Población Activa, una tasa inédita en las bases estadísticas del INE) ha traído consigo no solo la caída (en ocasiones hundimiento) de las rentas de las clases medias y un mayor empobrecimiento de las bajas.
 También el ensanchamiento y la consolidación de la desigualdad, esa brecha de niveles salariales —pero también de expectativas vitales o ilusiones— que pone cada vez más distancia entre los más ricos y el resto de la sociedad (en especial, con los más pobres).
¿Cuáles son las consecuencias del avance de la miseria y el ensanchamiento de la zanja económica? Antonio Ariño, catedrático de Sociología de la Universidad de Valencia, no habla solo de fractura económica como efecto de la desigualdad, sino de fracturas, en plural.
 De un factor con efecto multiplicador “en todos los frentes” que afecta, como punto de partida, a la renta, pero que se extiende “a la sanidad, al abrir un doble modelo de aseguramiento o entre quien puede permitirse un seguro y quien no; la educativa, la cultural, la digital o la que afecta a la cobertura de las pensiones, de nuevo la dualidad pública o privada...” Afecta a todos los ámbitos de la vida:
“Desde la inseguridad ciudadana hasta la infelicidad, la incertidumbre, el consumo de ansiolíticos...”
“La preocupación por la desigualdad es por la pobreza relativa”, dice Alfonso Novales, catedrático de Economía Cuantitativa de la Universidad Complutense de Madrid. Novales habla de esos 11 millones de españoles que ya se encuentran bajo el umbral de la pobreza (con ingresos por debajo del 60% de la renta mediana estatal, unos 7.300 euros en el caso de un adulto que viva solo), como puso de manifiesto Cáritas la semana pasada en la presentación del informe Foessa.
Novales destaca, por un lado, el lastre que suponen las elevadas diferencias de renta para la capacidad de crecimiento de un país. “Bajo las mismas condiciones, los países con mayor desigualdad crecen menos”, apunta este economista. Por otro lado, subraya cómo la desigualdad reduce la capacidad que tiene el crecimiento a la hora de reducir la miseria. Así, en Estados con similares tasas de desarrollo económico, “el menos desigual en la distribución de la riqueza es más capaz de combatir la pobreza”.
Las grandes diferencias de ingresos frenan el crecimiento
Estas conclusiones se han extraído a partir de estudios que han comparado estructuras socioeconómicas de países en desarrollo.
 Sin embargo, son plantillas que se ajustan a la situación de España, a juicio del profesor de la Complutense, por lo que las conclusiones en términos de dificultad de crecimiento y de reducción de las diferencias de niveles de renta son del todo válidas.
En estos trabajos se ha observado cómo, en función de las tasas de desigualdad, hay países (los que presentan menos brechas) que, con un crecimiento reducido, son capaces de mejorar el nivel de vida de los más desfavorecidos, mientras otros (los más desequilibrados), con mayor incremento del PIB apenas reducen la pobreza.
De la zanja abierta entre ricos y pobres no hay ninguna duda
. Lo advirtió el Consejo Económico y Social (CES) en el Informe sobre distribución de la renta en España: desigualdad, cambios estructurales y ciclos a principios de mes.
Una de las conclusiones del trabajo indica que en los años ochenta, el desarrollo económico fue acompañado por la reducción de la miseria y la desigualdad.
 Este proceso “se estancó durante la expansión económica (1995-2007)” y la desigualdad “está creciendo con intensidad en esta crisis, al mismo tiempo que los niveles de exclusión social”, concluye el CES.
 En esta idea insiste el estudio Foessa: “La desigualdad se ha enquistado en nuestra estructura social”.
 Desde 2007, la distancia entre la renta del 20% de población más pudiente y el 20% más desfavorecida ha crecido casi un 30%.
El empobrecimiento de la mayoría de la población es otra evidencia, y responde al efecto combinado del paro, la reducción de salarios y los recortes en las prestaciones sociales.
 Del avance del desempleo da cuenta que haya 380.000 hogares (el 10% del total) en los que no trabaje ningún miembro. De la caída de las remuneraciones, el hecho de que, de 2007 a 2010, la llamada “pobreza laboral” —las personas que pese a trabajar no superan el umbral de la pobreza— haya pasado del 10,8% al 12,7%, como ponía sobre la mesa el Informe sobre la desigualdad de la Fundación Alternativas.
El desequilibrio es económico, pero también sanitario y emocional
El martes, la Comisión Europea advertía, literalmente, del “agravamiento de la crisis social” en España en vista de la falta de signos de mejoría en indicadores como, por ejemplo, el empleo.
En la franja baja de la miseria, está la llamada pobreza extrema (3.650 euros de renta por persona al año). Son tres millones de ciudadanos que no solo necesitan ayudas puntuales de unos servicios sociales públicos cada vez más saturados y debilitados para pagar el agua, la luz o alimentarse, como pueden ser las personas en situación de pobreza moderada.
 Además requieren de todos los esfuerzos posibles para evitar caer en la exclusión, una categoría de degradación que implica situarse al margen de la sociedad.
Gustavo García Herrero, director del albergue municipal de Zaragoza conoce bien a estas personas. “Nuestro trabajo consiste en descubrir y potenciar las capacidades laborales, formativas, familiares de esta gente para sacarlos adelante”, explica.
 A García le cuesta ser optimista. “Me preocupa la falta de expectativas, nosotros trabajamos con la motivación de las personas; y cada dato nuevo sobre la situación económica aleja un poco la salida”.
El último comunicado del Banco de España es un ejemplo de ello.
 El martes auguró una “reducción notable” de puestos de trabajo durante todo el año 2013 e incluso durante 2014
. Malas noticias para la lucha contra la desigualdad.

 

30 mar 2013

Albert Camús

... Albert Camus es admirado en este rincón, como escritor y como ser humano. Fue alguien comprometido y con voz propia, que desde posiciones de izquierda condenó por igual al capitalismo y al comunismo real, lo que le supuso críticas feroces de unos y otros. Lo que sigue es el texto de su discurso de agradecimiento en la ceremonia de entrega del Premio Nobel que recibió en 1957. 
Fantástico, espléndido discurso. Un texto para la Historia de la Literatura y una visión insuperable de lo que significa la responsabilidad de escribir, y de hacerlo sin importar las consecuencias... Un ejemplo a seguir en todos los sentidos para el que desde este blog se declara su discípulo e intenta estar a la altura de semejante título que ha tenido la petulancia de arrogarse:


Al recibir la distinción con que vuestra libre Academia ha querido honrarme, mi gratitud es tanto más profunda cuanto que yo mido hasta qué punto esa recompensa excede mis méritos personales.

Todo hombre, y con mayor razón todo artista, desea que se reconozca lo que él es o quiere ser. Yo también lo deseo. Pero al conocer vuestra decisión me fue imposible no comparar su resonancia con lo que realmente soy. ¿Cómo un hombre, casi joven todavía, rico sólo de sus dudas, con una obra apenas en desarrollo, habituado a ‘vivir en la soledad del trabajo o en el retiro de la amistad, podría recibir, sin cierta especie de pánico, un galardón que le coloca de pronto, y solo, en plena luz? ¿Con qué estado de espíritu podía recibir ese honor a tiempo que, en tantas partes, otros escritores, algunos entre los más grandes, están reducidos al silencio y cuando, al mismo tiempo, su tierra natal conocer incesantes desdichas?

Sinceramente he sentido esa inquietud, y ese malestar. Para recobrar mi paz interior me ha sido necesario ponerme a tono con un destino harto generoso. Y como era imposible igualarme a él con el solo apoyo de mis méritos, no he hallado nada mejor, para ayudarme, que lo que me ha sostenido a lo largo de mi vida y en las circunstancias más opuestas: la idea que me he forjado de mi arte y de la misión del escritor. Permitidme, aunque sólo sea en prueba de reconocimiento y amistad, que os diga, con la sencillez que me sea posible, cuál es esa idea.

Personalmente, no puedo vivir sin mi arte. Pero jamás he puesto ese arte por encima de toda otra cosa. Por el contrario, si él me es necesario es porque no me separa de nadie, y me permite vivir, tal como soy, al nivel de todos. A mi ver, el arte no es una diversión solitaria. Es un medio de emocionar al mayor número de hombres, ofreciéndoles una imagen privilegiada de dolores y alegrías comunes. Obliga, pues, al artista a no aislarse; le somete a la verdad, a la más humilde y más universal. Y aquellos que muchas veces han elegido su destino de artistas porque se sentían distintos, aprenden pronto que no podrán nutrir su arte ni su diferencia más que confesando su semejanza con todos.

El artista se forja en ese perpetuo ir y venir de sí mismo, a los demás, equidistante entre la belleza, sin la cual no puede vivir, y la comunidad, de la cual no puede desprenderse. Por eso, los verdaderos artistas no desdeñan nada; se obligan a comprender en vez de juzgar. Y si han de tomar un partido en este mundo, sólo puede ser de una sociedad en la que, según la gran frase de Nietzsche, no ha de reinar el juez sino el creador, sea trabajador o intelectual.

Por lo mismo el papel de escritor es inseparable de difíciles deberes. Por la definición no puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la sufren. Si no lo hiciera, quedaría solo, privado hasta de su arte. Todos los ejércitos de la tiranía, con sus millones de hombres, no le arrancarán de la soledad, aunque consienta en acomodarse a su paso y, sobre todo, si en ello consiente. Pero el silencio de un prisionero desconocido, abandonado a las humillaciones en el otro extremo del mundo basta para sacar al escritor de su soledad, cada vez, al menos, que logra, en medio de los privilegios de su libertad, no olvidar ese silencio, y trata de recogerlo y reemplazarlo, para hacerlo valer mediante todos los recurso del arte.

Ninguno de nosotros es lo bastante grande para semejante vocación. Pero en todas las circunstancias de su vida, obscuro o provisionalmente célebre, aherrojado por la tiranía o libre poder expresarse, el escritor puede encontrar el sentimiento de una comunidad viva, que le justificará sólo a condición de que acepte, tanto como pueda, las dos tareas que constituyen la grandeza de su oficio: el servicio de la verdad, y el servicio de la libertad. Y pues su vocación es agrupar el mayor número posible de hombres, no puede acomodarse a la servidumbre que, donde reina, hace proliferar las soledades. Cualesquiera que sean nuestras flaquezas personales, la nobleza de nuestro oficio arraigará siempre en dos imperativos difíciles de mantener: la negativa a mentir respecto de lo que se sabe y la resistencia a la opresión.

Durante más de veinte años de una historia demencial, perdido sin recurso, como todos los hombres de mi edad, en las convulsiones del tiempo, sólo me ha sostenido el sentimiento hondo de que escribir es hoy un honor, porque ese acto obliga, y obliga a algo más que a escribir. Me obligaba, especialmente, tal como yo era y con arreglo a mis fuerzas, a compartir, con todos los que vivían mi misma historia, la desventura y la esperanza. Esos hombres nacidos al comienzo de la primera guerra mundial, que tenían veinte años a tiempo de instaurarse, a la vez, el poder hitleriano y los primeros procesos revolucionarios, Y que para completar su educación se vieron enfrentados luego a la guerra de España, la segunda guerra mundial, el universo de los campos de concentración, la Europa de la tortura y de las prisiones, se ven hoy obligados a orientar sus hijos y sus obras en un mundo amenazado de destrucción nuclear. Supongo que nadie pretenderá pedirles que sean optimistas. Hasta llego a pensar que debemos ser comprensivos, sin dejar de luchar contra ellos, con el error de los que, por un exceso de desesperación han reivindicado el derecho al deshonor y se han lanzado a los nihilismos de la época. Pero sucede que la mayoría de entre nosotros, en mi país y en el mundo entero, han rechazado el nihilismo y se consagran a la conquista de una legitimidad.

Les ha sido preciso forjarse un arte de vivir para tiempos catastróficos, a fin de nacer una segunda vez y luchar luego, a cara descubierta, contra el instinto de muerte que se agita en nuestra historia.

Indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizás mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida —en la que se mezclan las revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos, y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden hoy destruirlo todo, no saben convencer; en la que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión—, esa generación ha debido, en si misma y a su alrededor, restaurar, partiendo de amargas inquietudes, un poco de lo que constituye la dignidad de vivir y de morir. Ante un mundo amenazado de desintegración, en el que nuestros grandes inquisidores arriesgan establecer para siempre el imperio de la muerte, sabe que debería, en una especie de carrera loca contra el tiempo, restaurar entre las naciones una paz que no sea la de servidumbre, reconciliar de nuevo el trabajo y la cultura, y reconstruir con todos los hombres una nueva Arca de la alianza.
No es seguro que esta generación pueda al fin cumplir esa labor inmensa, pero lo cierto sí es que, por doquier en el mundo, tiene ya hecha, y la mantiene, su doble apuesta en favor de la verdad y de la libertad y que, llegado el momento, sabe morir sin odio por ella. Es esta generación la que debe ser saludada y alentada dondequiera que se halle y, sobre todo, donde se sacrifica. En ella, seguro de vuestra profunda aprobación, quisiera yo declinar hoy el honor que acabáis de hacerme.

Al mismo tiempo, después de expresar la nobleza del oficio de escribir, querría yo situar al escritor en su verdadero lugar, sin otros títulos que los que comparte con sus compañeros, de lucha, vulnerable pero tenaz, injusto pero apasionado de justicia, realizando su obra sin vergüenza ni orgullo, a la vista de todos; atento siempre al dolor y a la belleza; consagrado en fin, a sacar de su ser complejo las creaciones que intenta levantar, obstinadamente, entre el movimiento destructor de la historia.

¿Quién, después de eso, podrá esperar que él presente soluciones ya hechas, y bellas lecciones de moral? La verdad es misteriosa, huidiza, y siempre hay que tratar de conquistarla. La libertad es peligrosa, tan dura de vivir, como exaltante. Debemos avanzar hacia esos dos fines, penosa pero resueltamente, descontando por anticipado nuestros desfallecimientos a lo largo de tan dilatado camino. ¿Qué escritor osaría, en conciencia, proclamarse orgulloso apóstol de virtud? En cuanto a mi, necesito decir una vez más que no soy nada de eso. Jamás he podido renunciar a la luz, a la dicha de ser, a la vida libre en que he crecido. Pero aunque esa nostalgia explique muchos de mis errores y de mis faltas, indudablemente ella me ha ayudado a comprender mejor mi oficio y también a mantenerme, decididamente, al lado de todos esos hombres silenciosos, que no soportan en el mundo la vida que les toca vivir más que por el recuerdo de breves y libres momentos de felicidad, y por la esperanza de volverlos a vivir.

Reducido así a lo que realmente soy, a mis verdaderos limites, a mis dudas y también a mi fe difícil, me siento más libre para destacar, al concluir, la magnitud y generosidad de la distinción que acabáis de hacerme.
 Más libre también para deciros que quisiera recibirla como homenaje rendido a todos los que, participando el mismo combate, no han recibido privilegio alguno y si, en cambio, han conocido desgracias y persecuciones. Solo me resta daros las gracias, desde el fondo de mi corazón, y haceros públicamente, en prenda de personal gratitud, la misma y vieja promesa de fidelidad que cada verdadero artista se hace a sí mismo, silenciosamente, todos los días.

De Escrito con Sentido aunque Camus no es ningún desconocido para mi lo leí quzás muy joven como a tantos otros  soy lectora precoz y sus Novelas me hacían pensar y ponerme en el papel del Protagonista aunque fuera masculino.... 

Llámame “Kid”.......................Boris Izaguirre

Nada supera ese cariñoso mote. Urdangarin ve a su esposa, que es infanta, como una dama, pero la trata como a un chaval, uno más del equipo del que es capitán.

La infanta Cristina. / KIKO HUESCA (EFE)

Hay algo adictivo en la entrega folletinesca de los correos electrónicos de Diego Torres: igual que en los culebrones, siempre nos dejan en ascuas a la vez que van anunciando eficazmente el próximo episodio y su propio clímax.
 Esta última entrega, que como capítulo podría titularse Kid, desea prepararnos para una momentánea imputación de la duquesa de Palma. Ese será, si llega, un día de máxima audiencia.
Los e-mails informan de algunas otras cosas. En primer lugar, del recién aprendido lenguaje cosmopolita en el que se maneja la pareja ducal. El duque de Palma le pide a su esposa que repase unos papeles que piensa enviar sobre el Instituto Nóos y le pide que los lea, please, y se despide con un cariñoso y latino ciao.
 Se entiende que en Pedralbes, la parte noble de Barcelona, el bilingüismo se triplica porque además de castellano y catalán lo que se habla, y a veces piensa, es inglés.
 Nada supera ese cariñoso mote de “Kid” a la Infanta.
Kid, que significa chaval o chavala, implica cierta ternura porque tiene mucho de trato juvenil, de camaradería sanota y deportiva. Urdangarin ve a su esposa, que es infanta, como a una dama, pero la trata como a un chaval, uno más del equipo del que es el capitán
. Es la natural ignorancia de los kids: aún no han crecido, ni se rebelan, ni cuestionan. Siguen jugando, soñando con ganar, sonriendo allí donde vayan.
Marzo es el nuevo enero, lo hemos constatado en esta precoz y gélida Semana Santa.
 El caprichoso cambio climático se ha instalado entre nosotros casi como lo ha hecho el marketing de los dos papas: Benedicto, con su plumas acolchado blanco, y Francisco, con su humildad a cuestas, que no se decide a mudarse a los apartamentos papales. ¿Será algo de soberbia desdeñar tan confortable vivienda? Insistir en eso podría llegar a provocar un ERE en el Vaticano, sobraría mano de obra.
 ¿O será que el nuevo papa considera esos aposentos más peligrosos que salir de noche por las calles de la periferia de Buenos Aires? Algo se huele el Pontífice, y no es el incienso de las procesiones.
Aquí cerca, Artur Mas y Mariano Rajoy se reunían más discretamente, medio acorralados. Solo han dejado saber que hablaron más que nada de economía y corralito. Es hora de reconocerle a Madrid esa habilidad para conciliar reuniones secretas con nuevas apariciones y desapariciones marianas. Mientras unos veían a Corinna en todas partes, La Zarzuela desmentía su presencia.
Milagrosamente, esta probada capacidad madrileña para la opacidad y el disimulo no se practica en la televisión, que es una religión tan viva como cualquier otra, donde vivimos un desfile de trapos bíblicos en Antena 3 y cuerpos en distinto grado de desnudez en la piscina de Telecinco.
 Satán tentaba a Cristo en una, Mercedes Milá recordaba a Crónicas marcianas en otra. La Virgen lloraba a su hijo y Raquel Mosquera se lanzaba en un ángel reivindicando la mujer valiente con curvas.
 A ella no la llames Kid.

 

Los relojes se adelantan una hora el domingo

En la madrugada del domingo se suma una hora, y a las dos serán las tres.

 

Los relojes deberán adelantarse a las 2.00 del domingo una hora, y marcar las 3.00
. Esa noche, la que va del sábado 30 al domingo 31, al ser la última del mes de marzo, se recupera la hora que se ganó el último fin de semana de octubre. Con ello empieza el horario de verano en Europa Occidental, que durará hasta el 27 de octubre.
Retrasar una hora permitirá ahorrar hasta un 5% del consumo eléctrico en iluminación, que equivale a unos 300 millones de euros, según datos del Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE) recogidos por el Ministerio de Industria.
 De este potencial ahorro, 90 millones de euros corresponderían a los hogares -lo que supone unos 6 euros por hogar- y los 210 millones restantes a los edificios del sector terciario y la industria.
Sin embargo, el ahorro no es automático, como advierte el IDAE. Para conseguirlo el cambio horario tendrá que ir acompañado con el apagado de la iluminación cuando haya suficiente luz natural.
El cambio de hora comenzó a implantarse a partir de 1974, tras la primera crisis del petróleo, y se convirtió en directiva europea en 1981.
Bueno eso mientras no recorten las Horas este Gobierno Pepero.

Ni ángeles ni matrioskas

Ni ángeles ni matrioskas

Por: | 28 de marzo de 2013
GRAU

     Ni ángeles dorados ni campos de color. Por no pintar, Eulàlia Grau no ha pintado gran cosa dentro del panorama de la creación artística de los últimos cuarenta años y, sin embargo, la idiosincrasia y altura de su trabajo es más que evidente, como muestra la retrospectiva del MACBA, “Nunca he pintado ángeles dorados”, un centenar de obras que la propia artista califica de “retratos de la realidad circundante”, hechos a base de fotografías tomadas de periódicos y revistas que después recompone sobre telas emulsionadas, serigrafías, libros y pósters, como un mosaico de signos aparentemente inconexos listos para que inspeccionemos nuestro propio voyeurismo.
     Desde principios de los setenta, Eulàlia Grau (Terrassa, 1946) ha utilizado la fotografía, siguiendo al teórico Clement Greenberg y su argumentación de que cada medio debe hacer lo que “hace mejor”. La fotografía nunca es desinteresada, es literaria, comprometida, actúa y activa porque está conectada a la página del mundo, mientras que el lienzo moderno señala puramente lo subjetivo, la pintura se refiere a sí misma como una muñeca rusa dentro de su propia imagen. Puede que esta visión de los dos medios no esté suficientemente actualizada, pero es la que mejor sirve para explicar los fundamentos teóricos y prácticos de Eulàlia Grau, una autora con escaso reconocimiento dentro de la corriente del fotoconceptualismo –en esa distinción resbaladiza entre “fotógrafos artísticos” y “artistas que utilizan la fotografía”- pero que con esta retrospectiva ha acabado firmando sus credenciales.
     El interés de Grau por fusionar las estrategias de la cultura popular con contenidos explícitamente sociopolíticos desembocó en la serie titulada “Etnografías” (1972), donde a partir de imágenes tomadas de la prensa construye collages como denuncia de la instrumentalización de la vida humana marcada por los intereses del mercado, la religión y la política. En “La cultura de la muerte” (1975), la artista contrapone escenas de cacerías, manifestaciones, persecuciones policiales y atracos de bancos; y en “Viviendas… Viviendas” (1976-1977) establece dos tipologías de casas: las de las clases dominantes y las de las dominadas. En éstas últimas, la mujer ocupa un lugar de subalternidad, es madre y reina de un espacio doméstico pero a la vez esclava y mercancía. El activismo de Grau es aún más evidente en “Discriminación de la mujer” (1977), su serie más conocida y la que más abiertamente ha abordado esta cuestión.
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     El compromiso de Eulàlia Grau es con cuestiones que afectan al papel de la fotografía en la cultura. Su trabajo define su actitud frente a un problema, no frente a un medio: la diferencia sexual en la representación visual y la transformación en los medios de comunicación de masas que cambió -y cambiará aún más- el sistema de la producción y recepción de imágenes. De ahí que su obra se oponga a la fotografía artística, con sus valores de imágenes únicas asociados a la pintura. Su enfoque es postmoderno, en la línea de autores como Richard Prince, Douglas Huebler, Martha Rosler o Sarah Charlesworth, que utilizan la imagen como simulación a través de representaciones codificadas que construyen nuevas “realidades”.
     Algo radicalmente diferente a lo que propone la Fundación FotoColectania. La tesis de la colectiva “Obra-Col.lección. El artista como coleccionista” no es si la fotografía puede seguir desafiando su dimensión referencial o si los “efectos de lo real” pueden ser analizados y decodificados; al contrario, los diez fotógrafos seleccionados por el artista y ahora comisario Joan Fontcuberta renuncian a seguir haciendo fotos (lo que no implica una renuncia a la autoría) para pasar a ser una especie de “traperos” (Walter Benjamin) que acumulan y seleccionan “restos” de imágenes a las que dan una forma cerrada y una poética de catálogo. El repertorio de estos nuevos “coleccionistas” es un nuevo simulacro que triunfa sobre lo referencial. Pero no existe una crítica de la simulación: al contrario, se trata de una celebración de la banalidad, imágenes de ángeles dorados que se cuelan en nuestra realidad (a través de Internet, la imagen digital y el vídeo) listas para el intercambio de estampitas.

La excéntrica clase media de Anne Tyler

La esquiva Anne Tyler, que rehúye entrevistas y actos públicos, publica 'El hombre que dijo adiós'

Desde Baltimore, la escritora retrata la inquietante normalidad de la burguesía de Estados Unidos.

La escritora estadounidense Anne Tyler. / Graham Harrison

Se ha mantenido ajena al ruido que rodea la maquinaria editorial y mediática, no ha concedido entrevistas durante décadas, ni ofrecido lecturas públicas, ni impartido clases de escritura creativa en universidades, ni mucho menos asistido a fiestas literarias.
 Sin embargo, la distancia que la novelista Anne Tyler (Minneapolis, 1941) ha tomado respecto del ojo público carece del dramatismo que rodea otros célebres casos, como el de J. D. Salinger o Thomas Pynchon, que han cautivado el imaginario colectivo.
Los aspavientos no forman parte del vocabulario literario ni vital de esta autora, una de las grandes voces de la novela estadounidense desde que saltó a escena a finales de los sesenta, miembro de la Academia de las Letras Americana, admirada por John Updike y Eudora Welty, y galardonada con un Premio Pulitzer y un National Book Award.
Frente a la puerta de su casa en una urbanización rodeada de un bosque a 10 minutos de la estación de tren de Baltimore, cabe pensar en las peculiaridades de los personajes de sus novelas
. Las rarezas en el mundo de Tyler son hábitos, no excepciones para llamar la atención.
 Así Aaron, el protagonista de El hombre que dijo adiós (Lumen) su novela número 19 publicada ahora en España, habla con chocante naturalidad y sin atisbo de histrionismo sobre el fantasma de su esposa incorporado en su rutina, en un peculiar año del pensamiento mágico, conectado de alguna manera con aquel que describió con certera prosa Joan Didion en su libro de memorias.
Como ya lo hiciera con El turista accidental —una de las más célebres novelas de Tyler, cuya versión cinematográfica protagonizó William Hurt—, esta autora vuelve a incorporar los libros a la vida de sus personajes. Aaron, el protagonista, es un tullido, distante y tierno director de una editorial familiar dedicada a publicar libros de encargo, normalmente biografías de particulares, y una serie de guías de divulgación de temas tan diversos como los vinos, el cáncer o la observación de los pájaros
. Tyler enfoca su pluma en vidas aparentemente anodinas, y cava para mostrar humor y ternura, sin condescendencia, ni ñoñería. Su territorio de ficción es Baltimore, ciudad a la que llegó recién casada con el psiquiatra iraní y también novelista Taghi Modarressi, fallecido en 1997.
 “Es un lugar muy crudo, como The Wire, en muchos sentidos”, asegura Tyler, devota fan de la serie televisiva, que ha visto ya tres veces con un grupo de amigas.
 “Siempre fue industrial con puerto, la crema de la sociedad vivía separada del resto, en otra parte.
 Yo llegué en 1967 y tenía una hija. Estaba tan aislada, algo que siempre pasa cuando tienes hijos pequeños. Era una ciudad muy difícil de penetrar.
Vivía en un barrio antiguo con señoras mayores de clase alta. Un día que estaba amargada pensé que aquello era como una máquina del tiempo, era como 1890, un lugar con reglas y guantes blancos.
 De ahí surgió la primera novela que escribí situada aquí”, recuerda.
Nunca había hablado por teléfono hasta que salí de allí”, dice sobre la comunidad cuáquera en la que se crió
Esbelta y elegante, esta mañana viste un jersey gris de cuello vuelto, pantalones de pinzas y lleva el pelo recogido en un moño, sus ojos claros están enmarcados por un flequillo.
 El salón con chimenea, amplios sofás de terciopelo azul y alfombras persas se abre al jardín, y mientras prepara una taza de té, se muestra como una conversadora deferente, curiosa y algo tímida.
 Tyler habla de su trabajo como novelista asumiendo que su profesión es como cualquier otra, fuese esta la carpintería o la conducción de autobuses
. Queda claro que ella odiaría darse importancia por ello y Tyler es respetuosamente militante en esto. “Me parece que hay cosas que están fuera de lugar. ¿Por qué a alguien que ha escrito un libro le invitan a dar un discurso?
No hay relación entre estas dos cosas. O ¿le piden que imparta una clase? Yo, no sabría cómo
. Creo que todo esto forma parte de un sistema raro”, reflexiona. No, ella no tenía intención de ser escritora, aunque siempre tuvo debilidad por las historias realistas, que aún lee y disfruta con pasión, “como si comiera chocolate”
. De niña le entusiasmaban aquellas que hablaban de las chicas que habían conquistado el salvaje Oeste en caravanas. “Me enfadaba mucho si mi madre trataba de leerme un cuento de hadas, porque pensaba ¿cómo de tonta te crees que soy?”, recuerda con una discreta sonrisa.
Dice que ha intentado una vez al menos cada cosa.
 Dio una charla, presentó un libro, impartió una clase, ha concedido alguna rara entrevista en los últimos años y una vez también hizo de entrevistadora con Eudora Welty, la escritora sureña a quien más ha admirado. Leyó uno de sus cuentos a los 14 años y aquello revolucionó su idea de lo que era la literatura.
“Tenía esta frase sobre cómo una chica era tan lenta que se podía pasar todo el día mirando cómo la ele se desliza en la ce en la etiqueta de una Coca-Cola.
Me dije, yo conozco a esta chica. Crecí en el Sur, trabajé un verano en una plantación de tabaco.
 La idea de que pudieras escribir sobre alguien así fue un gran descubrimiento, algo emocionante. Welty quería a sus personajes y les respetaba. ¿Has visto sus fotos?
Es imposible no fiarse de ella”, comenta. En su lista de una vez en la vida, también hay dos antologías de escritores sureños.
 Cuenta que cuando era joven sentía que el Sur era una cultura de narración, con un gozo particular en la recreación de los personajes y sus historias.
Hija de un químico pacifista y una ama de casa, la mayor de cuatro hermanos, Tyler se crió en una comunidad cuáquera en Carolina del Norte. Quizá por eso no teme al silencio, rasgo que ha definido buena parte de su carrera. “No soy religiosa pero esto me ha influido muchísimo, probablemente más de lo que yo misma creo. Estas comunidades estaban muy aisladas, en medio de la naturaleza, y esto te enseña a sentirte fuera. Nunca había hablado por teléfono hasta que salí de allí. Pero esto de ser un extraño es algo muy útil para un escritor, porque miras al mundo con distancia y te sorprende un poco más que a los demás”, apunta. “Además, me ayudó a tener ese sentido de receptividad, esa actitud de que me siento callada y dejo que la historia llegue cuando quiera”.
Ser un extraño es muy útil para un escritor: miras al mundo con distancia y te sorprende un poco más que a los demás”
Tyler escribe a mano, pasa el texto a ordenador y se graba leyendo para repasar la transcripción.
 Cuenta que le gusta trabajar por las mañanas los días laborables después de dar un paseo.
Piensa que es importante comparecer ante el escritorio, aunque se tenga un mal día. Colgado en la pared conserva un poema que “trata sobre irse a dormir”, pero a ella le sirve para recordarle que debe poner la mente en blanco para que llegue algo que no se atreve a llamar inspiración.
 “En la escritura tienes que permitirte ser un plato vacío, listo para ser llenado”, asegura.
La cocina es uno de sus temas favoritos, una metáfora en la que la escritora encuentra algo que va estrechamente ligado al carácter de las personas, como en el caso de su querido Ezra, su personaje favorito de Reunión en el restaurante nostalgia.
A medida que avanza la conversación asoma la imaginación desbordante que se esconde tras esta ordenada dama.
 Cuenta que cuando se esfuerza por armar una trama, recurre a una caja con tarjetones que ha ido anotando.
 “A veces son apuntes tipo ¿qué pasaría si? Cosas que se me han ocurrido al ver a una pareja por la calle y pensar que no pegan y preguntarme cómo sería si ella esto, y él lo otro”, explica.
 Las tarjetas quedan almacenadas hasta que Tyler rebusca entre ellas, elige unas cuantas y comienza a preguntarse cómo podría juntarlas
. “En ese momento mis personajes empiezan a despertarse y cobrar vida en mi cabeza, empiezan a decir frases”, asegura. ¿La imaginación es una herramienta útil para ir por la vida?
“Sí, te mantiene atento e interesado incluso si estás parado haciendo cola en la oficina de Correos.
Ves cosas que pasan e intentas comprender qué está por debajo”, dice.
Graduada en la Universidad de Duke y en Columbia, donde se especializó en Filología Rusa (“en aquellos años era la cosa más descabellada que uno podía hacer y me advirtieron de que podía tener al FBI controlándome, cosa que acabó por convencerme”), Tyler afirma que entró en la literatura gracias a profesores que la animaron a mandar cuentos a las revistas, que fueron publicados.
También le dijeron que debía arrancar una novela, porque solo los escritores que tienen alguna triunfan con cuentos. “Me metí en esto sin saber lo que hacía. Ni siquiera me gustan, veamos, mis primeras cinco novelas, porque no era consciente del proceso”, confiesa.
PREGUNTA. ¿Cómo ha evolucionado su trabajo como escritora?
RESPUESTA. Cuando era joven intentaba eso de “déjame que te cuente cómo me siento o qué pienso sobre esto o lo otro”, pero es muy arrogante pensar que tienes algo que decir.
 Las cosas cambiaron cuando descubrí que escribir una novela es la manera de vivir la vida de otra persona. Se trataba menos de ponerme yo por delante y más de entrar en otra gente.
Empezó a ser realmente divertido. Sentía, y siento ahora a los 71 años, que hay algo adictivo en todo esto. No puedo ni pensar en renunciar a ello.
P. Philip Roth ha anunciado que lo deja.
Es más duro ser hombre. Un narrador masculino está más constreñido. Las mujeres pueden hablar de cómo se sienten”
R. Me puse muy triste cuando me enteré. También dijo que había escrito en su ordenador algo tipo: no más lucha. A lo mejor él no lo pasaba tan bien. ¿Sabes? Apostaría a que saca otro libro en cualquier caso, después de un tiempo dirá que lo echa de menos.
P. Ha guardado las distancias con el mundo literario y la prensa. ¿Por qué?
R. Parece que si hablo sobre mi escritura luego durante un tiempo no puedo escribir.
 Me vuelvo más consciente. Es el beso de la muerte. Sé que suena raro, pero es como si cuando hablara de ello hubiera un hada o un elfo de la escritura que se esconde en un calcetín y dice ya no voy a hacerlo más.
P. ¿Pensar demasiado agota el truco?
R. Es como si vieras los frenos chirriando detrás de la escena y dices “¡oh, en el fondo esto es tan artificial!”. Hay este dicho de los ciempiés que cuando piensan qué pie va antes se tropiezan. Es autoprotección. Cuando escribo, en los primeros borradores intento olvidar que alguien lo va a leer. No quiero tener a mis lectores cerca.
P. ¿Ellos le escriben?
R. Recibo cartas y ha habido gente que ha estado en contacto, pero no tantos. Baltimore es muy privado y los escritores no son estrellas de cine. Teóricamente me gusta saber de mis lectores, pero si me dicen lo que piensan aunque sea positivo, me perturba. Incluso las reseñas positivas me hacen daño porque me hacen pensar en lo que hago.
P. ¿Como lectora tampoco mira las reseñas de otros libros?
R. Las leo, pero lo que odio es que hoy en día te cuentan todo el argumento. ¿No es una locura?
P. Es verdad que los escritores no son estrellas de Hollywood, pero sí han tenido durante años ese grado de celebridad en Estados Unidos.
R. Sí, tipo Norman Mailer.
También Dickens, pero eso era otra época.
 Quizá aún sea el caso con algunos jóvenes. Hay algo cómodo en convertirte en un escritor mayor; no soy tan importante y esto relaja. No espero que la gente se muera por conocerme.
Si hablo sobre mi escritura durante un tiempo no puedo escribir. Me vuelvo más consciente. Es el beso de la muerte
P. Hay tensión en sus libros entre unas vidas muy convencionales y unos personajes muy excéntricos. ¿Se necesita un orden formal para gente soñadora?
R. No sé. Se trata de Baltimore más bien, una ciudad muy convencional con un férreo sistema de clase, y gente que piensa que sabe cómo deben ser las cosas, pero a la vez es un lugar excéntrico, fíjate en John Waters. Esto ha permeado en mis libros. También creo que toda persona a la que mires suficientemente cerca tendrá un punto raro.
P. Las excentricidades en sus novelas están a menudo ligadas a dinámicas familiares. ¿También en su vida?
R. Sí, me pasa con mis hermanos. Me fascinan las familias, su idioma particular, los sobrentendidos, que ni siquiera tienen que ser comentados, cosas pequeñas. Están llenas de esos matices.
 La otra cosa que me gusta como novelista es que están casi forzadas a seguir unidas.
P. Nunca enfatiza las historias duras por las que atraviesan sus personajes. Parece que evita el drama. ¿Es parte de su estilo realista?
R. Una respuesta es que evito la confrontación. Puede que sea una forma de resistencia, no me gusta demasiada sangre o excitación. Otra respuesta es que siento que a la larga, particularmente en las familias, estas cosas acaban quedando sordas después de un tiempo. Cuando echas la vista atrás a un largo periodo esos picos y valles han quedado suavizados, son simples cuestas.
P. En este libro una vez más usa una primera persona masculina. ¿Los hombres tienen un ritmo distinto que las mujeres?
R. Me educaron para pensar que no había ninguna diferencia y creo que eso es un error. Son muy distintos, piensan de manera diferente
. Como novelista siento que una voz narrativa masculina está más constreñida, es más fácil narrar desde el punto de vista de una mujer porque ellas pueden hablar de cómo se sienten. Pero me gustan los hombres y todos los que han estado en mi vida desde que nací han sido muy buenos. Mi padre, mi abuelo, mis tres hermanos, mi marido, eran buena gente.
P. A Aaron el protagonista le lleva tiempo darse cuenta de las cosas. ¿Un rasgo muy masculino?
R. ¡Oh, sí, completamente! Es como si les faltase práctica.
 Recuerdo leer esto de que mientras los niños están perfeccionando su swing con el bate de béisbol, las niñas están en la clase porque una de ellas está llorando porque han herido sus sentimientos y todas intentan arreglarlo. Así que no es ninguna sorpresa que ellas de mayores solucionen mejor estas cosas. En cambio los hombres reaccionan con un “¿Qué? No entiendo nada”.
El té hace tiempo que se terminó y han pasado cerca de tres horas.
 En la despedida resulta inevitable preguntar con algo de culpa qué hará mañana.
“Fingiré que la entrevista no ha ocurrido”, dice con cómica vergüenza.

 

“Hemos vivido una burbuja literaria”


Diego Doncel.

Su contacto con el mundo universitario y juvenil en sus tareas de docente le ha permitido palpar la realidad de la calle y afirmar que “a pesar de los bajos índices de lectura que existen en España", dice Diego Doncel, "ahora los jóvenes tienen más interés por la cultura que hace 15 años".
 "Si uno se pasa por la FNAC, la Casa del Libro, el Museo del Prado o el Thyssen lo puede constatar”. Diego Doncel (Malpartida, Cáceres, 1964) , narrador y poeta extremeño, publica Amantes en el tiempo de la infamia (Siruela), premio Café Gijón de Novela, y no tiene reparos en afirmar que durante los últimos años “hemos vivido una burbuja literaria porque primaba el balance económico de la industria editorial aunque no fuese una buena obra, a los buenos trabajos que venden menos”.
Doncel considera que la época de nuevos ricos que hemos vivido, arrastrados hacía un consumismo brutal ha llevado a la sociedad a apostar por “una literatura de baja calidad. Se ha editado mucha basura y lo peor es que ha creado un lector que aprecia el libro de entretenimiento pero no el de pensamiento o reflexión, que no por ello tiene que ser aburrido”.
En Amantes en el tiempo de la infamia narra una historia de amor que comienza en el verano de 1938 entre una bailarina de la Ópera de París, que viaja a Italia para investigar sobre la muerte de su padre -un científico importante, que sospecha que ha sido asesinado-, y un joven investigador, que participa de los proyectos médicos de la Alemania que gobernó Hitler y bajo cuyo mandato se cometieron las mayores atrocidades contra el ser humano en la II Guerra Mundial.
 El encuentro entre ambos personajes se produce en Italia; Marie, primera bailarina del Ballet de la Ópera de París está de vacaciones, y Robert, además de su trabajo quiere demostrar que es un buen soldado del Tercer Reich.
“En esta novela hay intriga, espionaje y sobre todo hay una profunda reflexión sobre el valor de las ideas, el bien y el mal y la gestión de la culpa.
 En la historia que he querido contar he mezclado amor con crueldad y el resultado para mí ha sido muy satisfactorio”, puntualiza el escritor
. Diego Doncel empezó a escribir esta obra en 2008 cuando se trasladó a vivir a Madrid
. La comenzó a escribir, reconoce, “no sabiendo muy bien cómo enfocarla, pero sí quería reflejar a través de una historia los sentimientos que me producía estar en una ciudad que veía crecer de manera desmesurada y cómo los bancos se aprovechan de esa situación y de todo lo que hay detrás de todo ello”.
Con Amantes en el tiempo de la infamia el autor ha tratado de indagar en “cómo dos personas sufren los avatares de la historia, cómo la padecen y cómo se enfrentan a ella. Y cómo la mentira puede afectar a los personajes y a todo lo que envuelve su entorno”. "Una mentira que está en la base de todas las relaciones personales de los protagonistas, y en la política.
 En cómo muchas veces se construye la sociedad de hoy a base de las mentiras del ayer", asegura Doncel. Y para explicarlo establece un paralelismo entre la Alemania de 1938, cuando el país se encontraba en bancarrota y Hitler saqueó Europa, y el momento actual en el que la mayoría de los países que conforman la Unión Europea están padeciendo una crisis económica brutal.
Diego Doncel define su novela como “una especie de caja grande que va abriéndose en otras muchas cajas pequeñas, formando un puzle, plagado de imágenes y que busca lectores"
. Considera que es muy cinematográfica, y lleva al lector a recorrer los más inquietantes escenarios de la II Guerra Mundial desde el Berlín nazi, el París anterior a la ocupación y el norte de África.
Doncel fue premio Adonais por su poemario El único umbral en 1990 y es autor también, entre otras obras, de Una sombra que pasa, En ningún paraíso o Porno ficción.
 El jurado del Premio Café Gijón 2012, dotado con 20.000 euros, seleccionó la obra de Diego Doncel entre 985 originales que se presentaron a concurso. Sus integrantes destacaron que el autor “resuelve de forma eficaz y muy apasionante el desarrollo de la novela que se sustenta en una historia de amor sacudida por las turbulencias de la primera mitad del siglo XX”
. La escritora y exdirectora de la Biblioteca Nacional Rosa Regás fue la presidenta del jurado, que estuvo formado también por José María Guelbenzu, Mercedes Mommany, Antonio Colinas y Marcos Giralt Torrente.