Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

28 mar 2017

Familia en transición............................... José-Carlos Mainer

Martínez de Pisón nos deja otra excelente novela, 'Derecho natural', sobre el deterioro de las relaciones en un hogar.

 

Ignacio Martínez de Pisón.
Las novelas de Ignacio Martínez de Pisón suelen tratar de familias: es decir, de la coerción del grupo y de las resistencias (o los pactos) de los individuos que lo componen, o del deterioro del conjunto y del paralelo esfuerzo de alguno de sus miembros por salvarlo.
 La última de sus narraciones, La buena reputación, de proporciones y andadura tan tolstoianas, se acercaba al primer modelo.
 Carreteras secundarias y Dientes de leche, como la presente novela, Derecho natural, andan más cerca del segundo.
Pero esta nueva novela está narrada en primera persona y la implicación del protagonista con lo que cuenta es mayor: Ángel Ortega es quien persevera fiel pero enfadado ante un padre que aparece y desaparece de la escena familiar, como el histrión egoísta, sentimental e ­inútil que es; Ángel es quien sostiene a su madre, Luisa, tan pronto crédula como sorprendentemente llena de recursos y rencores; es quien vela por un hermano cleptómano y por dos hermanas que sobreviven como pueden en esta familia de orates.
 Y todavía halla capacidad de sacrificio para proteger a un primer amor de preado­lescente, Irene, que nunca ha sido correspondido y naufragó en los vericuetos de la heroína.
 La vida es compleja y, como cavila en una ocasión, es que “la vida cambia el sentido del relato, depende de dónde le pongas fin. ¿Cómo se resume una vida?”. 

Corren los años setenta y ochenta, en Barcelona y en Madrid, y no son casuales ni el título de la novela, que apela a la vieja disciplina del derecho natural, que dio sentido universal a la norma moral, ni el hecho de que Ángel curse la carrera de leyes y forme parte de un departamento universitario de Filosofía del Derecho. 
Ha vivido un tiempo en que los ideales del derecho tenían poco que ver con el ejercicio de la justicia y en la que también los individuos esquivaban la responsabilidad de sus actos.
 No es el caso de Ángel —que tiene más o menos la edad de su inventor— porque jamás elude nada y siempre está al pie del sobresalto: es el hombre que se hace cargo de la debilidad de todos y que comprende incluso que la estrambótica historia de sus padres “había sido una historia de amor anómala, intrincada, tortuosa, pero historia de amor al fin y al cabo”.
Como siempre, una novela de Martínez de Pisón se apoya en un universo de referencias materiales cargadas de emotividad. 
A la galería de automóviles de otras novelas —el Citroën Tiburón de Carreteras secundarias o el Simca 1200 de El tiempo de las mujeres — hay que añadir ahora la furgoneta Siata, que una empresa hispanoitaliana montaba sobre los bastidores del modesto Seat 600. 
A tantas músicas pegadizas, el Romancillo de mayo que Joan Manuel Serrat hizo sobre un poema de Miguel Hernández y que la familia Ortega ha convertido en signo de identidad doméstica. Como sucede con tantos otros objetos icónicos: aquellas cámaras fotográficas Werlisa, por ejemplo, que tenían un nombre extranjero pero fueron el orgullo de la industria de Vic.
 También abundan los trabajos inverosímiles y los negocios pintorescos que casi nunca dan para vivir: pocos lo son tanto como los que componen el currículo de Ángel Ortega, padre: actor en spaghetti-westerns y en películas de miedo, guionista frustrado, agente de colocación de artistas y, aunque lo sepamos desde las primeras y maestras páginas de esta novela, imitador del cantante Demis Roussos, bajo el seudónimo delator de Big Demis.
Bajo toda la novela parece filtrarse la melodía dulzona y la voz cálida del cantante, cuyas carnes copiosas coronaban unos cabellos de nazareno y cobijaba aquella suerte de hopa de sumo sacerdote de la cursilería. 
En el epílogo de Derecho natural, el verdadero cantante se nos aparece y su imitador disfruta —poco antes de morir— la posibilidad de cantar a dúo con él.
 A vueltas del humor —que alguna vez recuerda los efectos del cine mudo— y de la piedad más sobria, entre el afecto por sus personajes y la responsabilidad de quien está escribiendo un trozo de la historia suya y de muchos otros, Ignacio Martínez de Pisón nos ha dejado otra excelente novela. 

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