Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

23 feb 2011

Gadafi, el tirano más cínico

El líder libio ha unido excentricidad y pragmatismo durante sus 40 años en el poder pasando de financiar al terrorismo a reconciliarse con Occidente .
Calificar a Muamar el Gadafi de dictador excéntrico sería empequeñecer al personaje. Primero, porque no solo cumple hasta el último precepto del manual del buen tirano (41 años en el poder, conversión de Libia en una finca familiar, pretensiones dinásticas, culto a la personalidad, represión minuciosa de la disidencia), sino que aporta un toque exquisitamente cínico al oficio: acusa a los libios de todos los males del país, ya que, dice, en 1977 él les entregó el poder absoluto a través de la jamahiriya, un sistema político de su invención traducible como república de las masas; si las cosas no funcionan, es culpa de ellos.




Cuatro décadas de poder absoluto

Gadafi lanza al Ejército contra el pueblo

Medio centenar de personas protestan contra Gadafi ante la Embajada de Libia

Gadafi desmiente los rumores sobre su exilio

"Aquí todo lo que se ven son señales de guerra"

"Gadafi está solo y quiere quemar la tierra libia antes de irse"

"Todo lo que se ven son señales de guerra"

Espada del Islam, hijo y sucesor del dictador

Los diplomáticos libios dan la espalda a Gadafi

Gadafi: "Yo no me voy a ir con esta situación; moriré como un mártir"

Los soldados de la zona oriental retiran su apoyo a Gadafi

El ministro del Interior libio dimite y se une a las protestas


Era un simple capitán de 27 años cuando alcanzó el poder con un golpe

Segundo, porque Gadafi es más que excéntrico.
 Hace cosas como viajar con su famosa falange de amazonas supuestamente vírgenes y con sus camellos, o lucir un vestuario singularmente exclusivo, pero además carece de límites cuando intenta expresar un punto de vista o desea permitirse un capricho: es capaz de irrumpir en una reunión de la Liga Árabe y ponerse a orinar en la sala, o de comparecer en un acto oficial maquillado como una Barbie y con zapatos de tacón.



Hablar de un "dictador excéntrico", aunque fuera en términos superlativos, seguiría empequeñeciendo al personaje.
Gadafi es también un dirigente astuto y pragmático, que supo abandonar a tiempo el papel de azote de Occidente y máximo financiador del terrorismo mundial para convertirse en un estadista elogiado en Washington y las capitales europeas.
 Un diplomático francés le definió como "un kamikaze que jamás pierde el control". Un diplomático estadounidense le definió como "inteligente y reflexivo, bajo una apariencia estúpida".



A los hombres suele conocérseles por su infancia y su juventud.
Muamar el Gadafi nació el 7 de junio de 1942 en un campamento beduino cercano al puerto libio de Sirte.
Entonces, el país se llamaba aún Noráfrica Italiana.
 La guerra, cuyo fin supuso la caída del imperio de Mussolini, dejó tras sí un territorio desértico y arruinado, plagado de minas, del que nadie quería hacerse responsable.
Se decidió entregárselo a un rey, Idris, más o menos complaciente con las potencias vencedoras. El niño Gadafi fue un beduino despreciado por sus compañeros de clase. El joven Gadafi, militar de academia, absorbió el sentimiento que más unía a la sociedad libia, un anticolonialismo furioso, y tomó como ídolos al Che Guevara y al presidente egipcio Gamal Abdel Nasser.



El 1 de septiembre de 1969, cuando participó en el golpe de Estado contra la monarquía, Gadafi no era nadie en la jerarquía militar: un simple capitán del Cuerpo de Señales, sin armas a su disposición.
Pero era alguien entre sus compañeros, unos cuantos oficiales que nombraron presidente a un tipo carismático de solo 27 años.



En Libia acababan de descubrirse gigantescas reservas de un petróleo de excelente calidad, lo cual permitió a Gadafi establecer un régimen basado en los servicios sociales gratuitos (el nivel educativo y la esperanza de vida son hoy de los más altos en África), en el código moral islámico y en el nacionalismo panarabista.
Imitando a Mao, otro de sus modelos, publicó entre 1972 y 1975 los tres tomos del Libro Verde, en el que expuso los principios teóricos de la jamahiriya, un sistema asambleario que definía como "democracia perfecta". Tan perfecta, según Gadafi, que el presidente y jefe supremo de las Fuerzas Armadas no requería un rango superior al de coronel, dado que en una sociedad como la libia, cuyo poder era ejercido directamente por el pueblo, carecían de sentido las jerarquías tradicionales.



Imposible detallar aquí su actividad diplomática
. Conviene recordar que intentó fusionar Libia con Egipto, Siria, Túnez y Sudán, que invadió Chad, que respaldó a los tres tiranos más sangrientos del África poscolonial (Bokassa en el Imperio Centroafricano, Idi Amin en Uganda, Mobutu en Zaire), que financió sin discriminaciones ideológicas a cualquier grupo guerrillero o terrorista que le pidiera dinero (solo exigía que el grupo en cuestión se definiera como "anticolonialista" o "antiimperialista"), y que participó en casos de terrorismo de Estado en el extranjero como la destrucción de dos aviones de pasajeros (UTA en 1986, Pan Am en 1988) o de una discoteca en Berlín (1986).



Es posible que su responsabilidad en esas matanzas no fuera tanta como la atribuida y que algo tuvieran que ver los servicios secretos sirios e iraníes.
Pero Gadafi prefirió asumirla por completo y pagar el precio del perdón.
El que fue gran aliado de Moscú descubrió, tras la caída de la Unión Soviética, que entre el odiado imperialismo estadounidense y el peligroso integrismo islámico debía elegir un mal menor, el que le permitiera mantenerse como "líder fraternal" de la revolución libia.



Había soportado en 1986 un bombardeo ordenado por Ronald Reagan en el que murió su hija adoptiva Ana, de cuatro años.
Aun así, eligió la reconciliación. Pagó indemnizaciones, ofreció contratos petrolíferos, renunció a combatir el neocolonialismo, se sumó a la "guerra contra el terrorismo" de George W. Bush y en 2008 acabó siendo invitado por Barack Obama a la cumbre del G-8. Incluso propuso que israelíes y palestinos hicieran la paz compartiendo un país llamado Isratina; cuando vio que no le hacían caso, afirmó que israelíes y palestinos eran "idiotas".

Vestidas para el Oscar

.El Instituto de Moda y Diseño de Los Ángeles cuenta en sus instalaciones con la exposición más extensa de trajes de Oscar jamás exhibida: un centenar de modelos de unas 20 películas recientes lucidos por las cinco candidatas al Oscar a mejor vestuario. Pero poco importan estos modelos cuando el premio al mejor vestido se decide el próximo domingo fuera del teatro Kodak de Los Ángeles.





¿Acaso serán las curvas de una embarazadísima Natalie Portman las ganadoras del honor de ser la mejor vestida en la alfombra roja o será una Anne Hathaway quien se lleve el gato al agua sin siquiera estar propuesta?
 La pugna está abierta a todos porque, en cuestión de Oscar, lo único que importa es el honor de convertirse en la actriz mejor vestida del año.
Un detalle que no se le escapa a las grandes casas francesas de alta costura que anuncian sus nuevas colecciones pocos días antes de las candidaturas al Oscar para que las futuras candidatas tengan donde escoger.



Su indumentaria es el secreto mejor guardado.
 Un secreto que supera su reserva al hablar de novios o hasta de hijos como es el caso de Natalie Portman, la favorita al Oscar a mejor actriz, que muestra orgullosa su barriga de embarazada por las galas de premios pero se calla muy mucho el nombre del diseñador de su vestido. Portman tiene un acuerdo con Dior, lo que puede inclinar la balanza a favor de un modelo de John Galliano a la hora del vestir.



Su rival a la estatuilla, Annette Bening, prefiere jugar dentro de la industria, y de la gran dama del cine se espera que repita su jugada en los Globos de Oro y vuelva a vestir un modelo de Tom Ford.
 Para algo el modista también es director de cine y presentará esta semana su nueva colección de moda durante la inauguración de su boutique en Rodeo Drive de Beverly Hills, en Los Ángeles.



Claro, que de quien más se espera es de Hathaway.
 Su pedigrí en los Oscar es inexistente, pero su presencia el próximo domingo en la gala como presentadora, labor que compartirá con James Franco, la hace merecedora de numerosos cambios de vestuario durante la velada, un lujo del que se encargará la estilista Rachel Zoe aunque a la actriz le costará caro.
Porque los vestidos serán gratis, con las grandes casas de moda deseosas de mostrar lo último de sus colecciones en la pasarela más vista del mundo, pero los sueldos de estas estilistas llegan a ser astronómicos.

Filósofo de Madrid, torero de Hamburgo

Emilio Lledó repasa su "autobiografía intelectual" en la Fundación Juan March .
.Una tarde de principios de los años cincuenta, en Heidelberg, el filósofo alemán Hans-Georg Gadamer invitó a varios alumnos a su casa.
El objetivo era estudiar con ellos en el llamado Círculo Aristotélico y, de paso, presentarles a su maestro. Entre aquellos alumnos estaba Emilio Lledó. El maestro era Martin Heidegger. A Lledó -que por entonces era, como casi todos sus condiscípulos, antiheideggeriano- le impresionó lo "poco alemán", por "bajito", que era el pensador: "Parecía todo menos el autor de Ser y tiempo".
Eso sí, también le impresionó que se supiera de memoria a Aristóteles y a Kant.






Al final de la sesión, se marcharon a tomar cerveza a la orilla del Neckar y Lledó, pese a las bromas que solía gastar sobre la especulatiorrea de su ilustre acompañante, hizo todo lo posible por sentarse a lado de Heidegger.
Cuando este detectó que aquel era extranjero le preguntó quién era. La respuesta fue: "Un filósofo de Madrid". Más de medio siglo después de aquel encuentro, Emilio Lledó recuerda todavía que, al escuchar sus propias palabras, le sonaron como si hubiera dicho: "Un torero de Hamburgo".
Por eso recurrió a lo que él mismo llama su "pedigrí" de pensador español y añadió: "Como Ortega". Un punto a favor. Heidegger lo conocía y habló de él muy positivamente. En busca de más pedigrí, Lledó echó mano de un autor del que en Madrid se ponderaba su cercanía a Heidegger en el tiempo que pasó en Alemania: "Como Zubiri". Y Heidegger: "No lo conozco".



Emilio Lledó -sevillano, mejor, trianero de 83 años- recordó ayer aquella tarde en Heidelberg. Lo hizo durante una conversación con Manuel Cruz dentro del ciclo de la Fundación Juan March de Madrid Autobiografía intelectual, una serie por la que han pasado ya figuras como Ana María Matute, Luis de Pablo o Agustín García Calvo. "¿Qué es un sabio?
Alguien que no solo piensa lo que pasa, sino, sobre todo, lo piensa bien, alguien que nunca olvida que caducan antes las malas respuestas que las buenas preguntas". Con estas palabras presentó Manuel Cruz a Emilio Lledó para abrir una charla que hizo buena otra de sus definiciones de sabio: "Alguien que se entusiasma con el pensamiento y que, precisamente por ello, hacer pensar a quienes le escuchan".



Quienes escucharon ayer al pensador entusiasta fueron todos los que abarrotaron un salón de actos en el que él fue detectando a varios de sus discípulos y a alguno de sus maestros.
 Entre estos últimos estaba Francisco Rodríguez Adrados, cuya presencia le sirvió a su antiguo alumno para recordar los años en los que los estudios de Filología Clásica le proporcionaron el oxígeno que le permitió soportar el olor a cerrado de la facultad de Filosofía durante la posguerra.
 Cuando el olor se hizo insoportable, y una vez licenciado, Lledó se marchó a Heidelberg.



La sabiduría llega en autobús



Antes de recordar el magisterio de Rodríguez Adrados, hoy compañero suyo en la Real Academia Española, el autor de El silencio de la escritura, Premio Nacional de Ensayo en 1992, recordó a otro Francisco, don Francisco, el maestro de su escuela en Vicálvaro.
Su padre, militar, había sido trasladado a ese pueblo que ha terminando siendo, "merced a la zarpa de las inmobiliarias", un barrio de Madrid. Allí llegaba cada mañana, en uno de los autobuses de la compañía Dones, aquel inolvidable don Francisco, formado en los principios de la Institución Libre de Enseñanza.
Los chavales iban a esperarle a la plaza y caminaban de su mano a la escuela. Lledó recuerda todavía la voz de su maestro cuando, al terminar de leer dos páginas del Quijote, decía: "Sugerencias de la lectura". En esas cuatro palabras de su infancia simbolizó el filósofo los más altos principios educativos: "Dejarse sugerir por algo. El aprendizaje de la libertad".



Como "niño de la guerra", Lledó lamentó que la contienda de 1936 se llevara por delante aquel espíritu. De ahí que, con el tiempo, los estímulos tuviera que buscarlos fuera del "asignaturismo" que regía las clases.
 Y ahí, en las afueras del sistema académico, estaba el Aula Nueva en la que brillaban las clases de un joven profesor llamado Julián Marías que, también él, un día quiso presentarle a su maestro: José Ortega y Gasset. Ortega fumaba mucho -"no sé si esto se puede decir ahora"- y ofreció tabaco. Lledó rehusó la oferta. En Alemania, para ahorrar, se había acostumbrado a fumar en pipa. Vino entonces la apostilla de Ortega: "Usted, Lledó, no fuma por razones económicas sino por razones líricas".



Geografía vital



Si la geografía vital de Emilio Lledó tuvo primero en Heidelberg y luego -"ya sesentón"- en Berlín, sus estaciones alemanas, las estaciones españolas se llaman Valladolid, La Laguna, Barcelona y Madrid.
Esas son, con el pueblo sevillano de su abuela paterna, las patrias de un hombre que no se siente apátrida sino multipátrido -"no sé si esa palabra la permite la RAE"- y que, porque "no podía resistirlo más", se marchó de España sin pensar si lo que iba a estudiar le serviría para ganarse la vida: "Pensarlo es la forma más terrible perderla".
 Por eso Lledó dice que le subleva el utilitarismo de la enseñanza actual: "Dejemos que a los 20 años los estudiantes se emocionen con la filosofía o con la química orgánica.
 Ya se ganará la vida".
A él, dijo, aquella mínima inconsciencia le dio buenos frutos: "Menos en un momento feroz de mi vida, he sido un hombre afortunado".



Para ganarse la vida sin perderla, Emilio Lledó fue saltando de universidad en universidad y de oposición en oposición: "Si echo cuentas compruebo que hice seis con seis ejercicios cada una: ¡36!".
 Y a partir de programas que iban casi de Tales de Mileto a Michel Foucault.
 Contraste crudo con el sistema alemán de semestres monográficos: "Cuando se lo conté a Gadamer me dijo: "A mí me habrían suspendido".



El autor de El surco del tiempo dijo ayer que "somos memoria" y que a las cicatrices de la carne -añadió mirándose una cicatriz en la mano derecha- se suman las cicatrices mentales: "Por eso es importante que durante la educación no nos metan en la cabeza frases hechas".
También dijo que a la memoria va pegado el olvido como los temas pensados se pegan los temas por pensar.
 De estos quiso hablar Manuel Cruz con su maestro al final de una conversación que duró media hora más de lo previsto sin que en la sala se oyera una mosca.
Cuando Cruz le preguntó por qué había escrito más sobre la amistad que sobre el amor, Emilio Lledó titubeó por primera vez en hora y media y dijo: "Yo he vivido el amor y es difícil..." Luego añadió: "Los dos grandes ámbitos que hacen humanos a los seres humanos son el lenguaje y el amor. Al contrario que el primero, el segundo no tiene código.
 La política y al justicia son precisamente la lucha por ese código que la sensibilidad no tiene".
Fui alumna suya en la Universidad de La Laguna t hay libros que dedica a sus alumnos de ese lugar, le seguimos porque él nos hizo amar el saber, el precio de opinar, tenía una llave poderosa para abrir nuestro intelecto :La Filosofia, siepre siempre lo recordaré porque me hizo amar esa asignatura que es la llave para entender otras.

El Día de la vergüenza

El Día de la vergüenza




Hoy escribo este post como una rebelión interna hacia el morbo del pasado. Y es que hay regodeo morboso con el 23-F, y a estas alturas sabemos del asunto todo lo que podemos saber, deducimos lo evidente sumando dos y dos e ignoramos lo que seguramente ignoraremos siempre, que no debe ser mucho. El 23 de febrero de 1981 fue un día muy triste, pero más triste fue el 24, porque para sofocar aquella salida de madre se pactaron cosas que aún coletean. La democracia entonces en pañales ya nunca creció como debía, porque entre acuerdos inconfesables, olvidos calculados y maniobras de despiste, descafeinaron un momento precioso de nuestra historia.



Entiendo que una democracia tranquila y sosegada es menos espectacular que una dictadura estridente, y que una jornada normal de una sociedad democrática da menos titulares que un golpe de estado.
 La prueba la tenemos en las mil y una películas que se han hecho sobre el nazismo, con su parafernalia imperial y su gandilocuencia plástica.
Desfiles que hubiera cantado Rubén Darío, uniformes resplandecientes, símbolos y saludos que para sí hubiera querido Georges Lucas en La guerra de las galaxias.
Pero detrás de toda esa fascinación icónica hay una espantosa miseria moral que degrada y destruye al ser humano, incluso a quienes ejecutan ese enorme poder.
Por eso se vuelve una y otra vez sobre el 23-F, como en el reestreno de una película, de la que no sólo ignoramos el guión verdadero, sino el nombre de los productores asociados y gran parte de los protagonistas, que fueron eliminados en el montaje posterior.
 Nos queda un tricornio como emblema del diseño de vestuario, un bigote como trabajo de maquillaje, unos disparos al techo del Congreso como efectos especiales y poco más. El 23 de febrero debería designarse como Día de la vergüenza.



De Bardinia Texto de Emilio Gonzáles Déniz