Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

27 ene 2014

Del Blog de Paco Nadal

Los 10 mejores atardeceres de España

Por: Paco Nadal
Es Vedrá

Pocos momentos generan tantos buenos sentimientos como un atardecer. El ocaso es la puerta que nos comunica con la paz interior, el colofón de un gran día o el presagio de una noche llena de misterios; un momento para disfrutar a solas o en buena compañía. Atardeceres bellos hay muchos, pero estos serían mis diez lugares favoritos de España para ver ponerse el sol y reconciliarse con el ser humano y la naturaleza:

Mirador San Nicolás
1. La Alhambra desde el mirador de San Nicolás (Granada)
Toda lista de puestas de sol mágicas en la península debería empezar por el espectáculo de los muros rojizos de la Alhambra realzados por el ocaso y vistos desde el mirador de San Nicolás, una placita abalconada en la parte alta del Albaycín. La altura apropiada y el encuadre perfecto para disfrutar del palacio musulmán cara a cara. A Bill Clinton lo llevaron allí en su primera visita a España y exclamó extasiado: “Es la puesta de sol más bonita que he visto en mi vida”.

Las Médulas atardecer
2. Las Médulas (León)
Uno de los paisajes más sorprendentes de León: unas antiguas minas de oro romanas donde la acción combinada del hombre y de la naturaleza ha creado un paisaje irreal de pináculos y montañas rojizas tapizadas por un extenso bosque de castaños. Se aconseja ir al atardecer, cuando los últimos rayos del sol se acuestan sobre las arcillas encarnadas e incendian el escenario.

Gallocanta
3. Laguna de Gallocanta (Zaragoza / Teruel)
Gallocanta es una de las mayores manchas de agua del interior de la Península Ibérica, una de las joyas de la red de humedales españoles. Cada temporada, hacia noviembre, miles de grullas invaden los cielos de Gallocanta en un espectáculo único, donde el claqueo de hasta 30.000 animales juntos ensordece los campos. La silueta de esa nube de pájaros recortada sobre el lienzo tornasolado que las últimas luces del día provoca en la superficie de la laguna es un espectáculo de la naturaleza.

Atardecer Mar Menor
4. El Mar Menor (Murcia)
Esta laguna salada de la ribera murciana es el único lugar del Mediterráneo donde se puede ver meterse el sol por el mar. Sus atardeceres son sublimes, una orgia de colores magnificada por la placidez de las aguas calmas de la laguna. Uno de los mejores puntos para disfrutar el ocaso en el Mar Menor es desde las marismas del final de La Manga, junto al humedal de las Encañizadas.

Caños de Meca
 5. Caños de Meca y el faro de Trafalgar (Cádiz)
Caños es el enclave costero más atípico, romántico y natural de la costa gaditana. Al atardecer, docenas de veraneantes y viajeros se reúnen en la playa o en alguna terraza para beber té verde con hierbabuena mientras un sol rojizo e incandescente apaga sus ardores tras la silueta afilada del faro de Trafalgar, el mismo frente al cual un 21 de octubre de 1805 el almirante inglés Nelson mandaba al fondo del océano lo que quedaba de la otrora poderosa flota franco española.

Atardecer en Ronda
6. Ronda (Málaga)
Pocas ciudades gozan de un emplazamiento tan soberbio como esta, partida por la cicatriz de un tajo en la roca y cosida después por dos puentes del mismo color que la montaña, como grapas de piedra que evitan que la ciudad nueva y la vieja se separen. Pero si hay un momento sublime en Ronda es el del atardecer, visto desde el fondo del tajo, cuando el puente y todo el casco viejo quedan bajo el embrujo de unas luces anaranjadas que recuerdan vagamente a la de las viejas antorchas y transportan al viajero al siglo XVIII.

Monrepos
7. Puerto del Monrepós (Huesca)
El Monrepós es un puerto prepirenaico en la carretera que va de Huesca a Sabiñánigo, que por su situación ha sido tradicionalmente el mejor balcón panorámico de la cordillera de los Pirineos. Desde lo alto se divisa en días claros toda la cresta pirenaica; al atardecer y si las cumbres están nevadas, la visión es de las que no se olvida (lástima que las actuales obras de la autovía dificultan parar de momento en ese punto).

Atardecer en Finisterre
8. Finisterre (A Coruña)
Es el fin del continente europeo, el finis terrae, el lugar donde la tierra acababa hasta el descubrimiento de América. Fisterra es un lugar lleno de magia al que aún continúan llegando peregrinos para quemar sus ropas en señal de renovación. Sentarse en las rocas junto al faro mientras el sol desaparece por el Atlántico es la mejor manera de tomar conciencia de la inmensidad de los océanos.

Es Vedrá 2
9. Es Vedrá (Ibiza)
Este gigantesco pináculo de piedra que emerge del mar como si de la erupción incontrolada de un volcán se tratara es el islote más fotogénico de los que rodean la isla de Ibiza. Fue un lugar de culto y adoración para los primeros pobladores de las islas Baleares y aún hoy, visto desde Cala d’Hort durante el atardecer, más que a una isla asemeja a un gigantesco altar colocado por algún Dios en medio del Mare Nostrum.

Atardecer en Orchilla
10. Faro de Orchilla (El Hierro)
Atardeceres de un disco rojo acostándose sobre el mar hay muchos, pero ninguno con la carga de emoción y lejanía como el que se ve desde esta punta occidental de la isla canaria de El Hierro, la última tierra conocida que veían los descubridores del Renacimiento y la primera que observaban los que llegaban de América en barco.

Nota: como siempre en este blog, si escribo de un lugar es porque lo he visto y comprobado personalmente. No es una lista sacada de Google, son los 10 mejores atardeceres que he disfrutado en España, ¿cuáles serían los tuyos?

Entre el ridículo y la mansedumbre.....................................................Javier Marías

¿Servimos de algo o somos efectivamente ridículos? ¿Deberíamos continuar o guardar silencio?

Esos políticos, que desde luego no nos hacen caso, preferirían que desapareciésemos.

Algunos lectores saben que cada dos por tres me pregunto qué diablos llevo haciendo tanto tiempo en esta última página de El País Semanal. 
 Pero hay dos fechas al año en que de veras me planteo dejarla: una es cuando acaba el “curso” en julio y me tomo mi asueto de agosto; la otra es enero, por aquello de los buenos propósitos. 
Entre los míos siempre se cuenta, durante unos días y en forma de duda, el de callarme de una vez.
 Y a cada enero la tentación es más fuerte, aunque sólo sea por la acumulación del cansancio (a los once años aquí hay que sumar los ocho anteriores en que también escribí cada domingo en otro lugar; luego diecinueve en total)
. Además, ya lo decía hace poco la carta publicada de un lector tan amable que incluso me llamaba “Don Javier”: “… es como si predicase en el desierto; parece que nadie le hace el menor caso …”
 Bueno, sería pretencioso aspirar a lo contrario, supongo, pero la constatación lo lleva a uno a preguntarse –y a extender la pregunta a todos los demás escritores y columnistas–: “¿Qué pretendemos, entonces? ¿Distraer, acompañar en la indignación, consolar, halagar, desahogarnos, amargar el desayuno a algunos políticos, financieros, empresarios, jueces?”
Tampoco ayudan a proseguir las declaraciones que leo de un novelista que aprecio, el cual, interrogado por el papel de los intelectuales ante las actuales crisis, responde: “No tienen ningún papel. Es ridículo pensar que sí, que pueden influir en nada.
 Seamos sinceros: el poder es poder porque no cuenta con nadie.
 Por tanto, todo el que desde un lateral intente influir es ridículo.
 El escritor libre, el que no está relacionado con una opción política, no influye”. Y remata así: “Lo que digo es que, si el alcalde dice que hay que hacer el puente, el puente se hace. Digan lo que digan los intelectuales”
. En esto último no me cabe duda de que lo asiste la razón, y aún habría que añadir: “Digan lo que digan los ciudadanos”
. Esa es la manera en que se ejerce normalmente el poder en España en la actualidad –puro caciquismo–, y más si se posee mayoría absoluta.
 ¿O no salta a la vista que es la forma de gobernar del PP, de CiU, del PNV, del PSOE, con distintos grados? ¿No es evidente que Rajoy se dijo, al ganar las elecciones:
 “Dispongo de cuatro años para hacer lo que me dé la gana.
 No me importa incumplir mis promesas y engañar, me trae sin cuidado a quién dañe y a cuántos, el perjuicio irreversible que cause a mi país
. Voy a poner España a mi gusto y al de los míos, en contra de la opinión de los médicos, los profesores, estudiantes y rectores, los jueces y fiscales, los pensionistas, los trabajadores, las clases medias, los pequeños empresarios, los artistas, los científicos, los investigadores, los parados, los dependientes, las mujeres y no digamos los intelectuales.
 Ya se me ocurrirá un nuevo fraude, cuando toque volver a votar”?
Respecto a las otras afirmaciones de ese novelista, uno no quiere pensarlo, pero no puede evitar pensarlo un poco, de refilón: ¿acaso no suenan a autojustificación?
 Puesto que es ridículo creer que desempeñamos algún papel, lo es también pronunciarse, acusar a los corruptos y a los sin escrúpulos y a los dañinos, denunciar los abusos y las injusticias y las canalladas, tratar de abrir los ojos a quienes los tienen cerrados, procurar que la gente repare en lo que se le ha pasado por alto, argumentar contra las arbitrariedades, señalar las prácticas dictatoriales ejercidas en democracia (las hay, y de ellas vengo hablando hace meses), protestar contra las nuevas leyes que privan de derechos y libertades, advertir del deslizamiento hacia formas despóticas de gobernar.
 Lo aconsejable –y también lo más cómodo– es no caer en ese ridículo, o bien dejar de ser “escritor libre” y ponerse al servicio de “una opción política” determinada. 
Es decir, convertirse en peón, alfil o torre de un partido, única vía para “influir”. No por intelectual, se entiende, sino por infiltrado: por formar parte del aparato y del engranaje.
¿Servimos de algo o somos efectivamente ridículos? ¿Deberíamos continuar o guardar silencio? Son dudas reales, no retóricas, ojo: no descarto que ese reputado novelista esté en lo cierto.
 Claro que luego hay otros a los que, para realzarse, les conviene faltar a la verdad y asegurar que ninguno de sus colegas ha estado a la altura.
 Si hablamos caemos en el ridículo, y si no, nos portamos como cobardes e incurrimos en mansedumbre. Yo carezco de respuesta a este dilema, y además sería parte interesada.
 Admito que tal vez no influimos y que nuestros pataleos son estériles
. Pero de una cosa estoy seguro: ay si ni siquiera existiésemos, si nadie dijera nunca nada, si no incomodáramos e hiciéramos rabiar un poco a los políticos que nos acogotan y que además quieren aplausos
. La única prueba que veo de nuestra no absoluta inutilidad es que esos políticos, que desde luego no nos hacen caso y se encogen de hombros ante nuestros griteríos, preferirían a buen seguro que desapareciésemo
s. Que no llamáramos la atención de quienes se molestan en leernos, ni los hiciéramos pensar, o mirar lo que pasa desde otro punto de vista del impuesto por los gobernantes, todos los días, con las televisiones a sus pies.
 Que no señaláramos sus abusos y sus imbecilidades, su cinismo y su desfachatez, sus razonamientos grotescos que ya no tratan ni de adecentar.
 Ay si además de ocurrir cuanto ocurre, uno abriera los periódicos y no se encontrara en ellos más que asentimiento e indiferencia y silencio, solamente por temor al ridículo.
elpaissemanal@elpais.es

 

El presidente Hollande hace pública su ruptura con Trierweiler.....Total.....ya está tocado por hacer las cosas engañando....


Hollande y Trierweiler el pasado 16 de octubre en un funeral. / CHARLES PLATIAU (Reuters)
Pues mira que es feo Hollande.
C’est fini. 
El presidente francés, François Hollande, ha comunicado esta tarde a la Agencia France Presse de forma oficial que su “vida en común” con la periodista Valérie Trierweiler ha terminado.
 Hollande, de 59 años, pone así un punto y aparte al folletón amoroso que ha copado la atención mediática y popular en las últimas semanas, después de que la revista Closer descubriera su relación amorosa con la actriz Julie Gayet, de 41 años, al publicar unas fotos del presidente llegando en moto a un apartamento cercano al Elíseo.
Según publicó esta mañana Le Journal du Dimanche, el jefe del Estado francés se reunió el jueves con Trierweiler, que fue primero su amante y luego su compañera estable durante varios años, para pactar “los detalles de su separación”.
Hollande, que sigue siendo soltero y tiene cuatro hijos con su primera pareja, Ségolène Royal, evitó dar explicaciones sobre el asunto en su conferencia de prensa del 14 de enero, pero prometió que aclararía su situación personal antes del viaje oficial a Estados Unidos del 11 de febrero, viaje al que en principio iba a acudir Trierweiler.
A raíz de la publicación de la noticia del romance, Trierweiler, de 49 años y madre de tres hijos, sufrió una “crisis de fatiga nerviosa” y pasó ocho días ingresada en el hospital de La Pitié. 
Luego se refugió en la residencia oficial de La Lanterne, en Versalles.
El acuerdo alcanzado por la pareja, afirmó esta mañana el Journal du Dimanche, contempla que, en un primer momento, Trierweiler se quede a vivir en el piso que la pareja presidencial compartía en el distrito XV de París.
La ex primera dama se desplazará este domingo a Bombay (India) con una delegación de la ONG Acción contra el Hambre
. Lo hará ya a título personal, como simple ciudadana.
 El desplazamiento había generado controversia por el papel que debía jugar Trierweiler, y dudas sobre su financiación. La ONG aclaró que el viaje de la ex primera dama lo sufragan diferentes patrocinadores privados.
El vodevil ha relanzado en Francia el debate sobre los límites entre vida privada y vida pública del jefe del Estado, y sobre el estatuto de sus parejas.
 Una encuesta publicada por Le Parisien’ estima que el 54% de los franceses no quieren que haya first lady, y desaprueban que la República destine a las parejas de los presidentes un estatuto oficial y recursos económicos.

La RAE se sube a las tablas

José Luis Gómez ingresa en la Academia con un canto al oficio del cómico y con un vivo recuerdo a Francisco Ayala, a quien sustituye en el sillón Z.

El actor José Luis Gómez a su llegada al acto de ingreso en la Real Academia Española. / Santi Burgos

La verdad escénica, el veneno del teatro, “purgador, sanador, catártico”, cruzó ayer las sólidas puertas de la RAE para poner al servicio de la lengua el oficio de los cómicos. José Luis Gómez leyó su discurso de ingreso,
 Breviario de teatro para espectadores activos,contestado por el académico Juan Luis Cebrián, ante un público que escuchó su canto de amor a ese “formidable juego simbólico”, el teatro.
 Una lectura pausada y ceremoniosa, a la altura de un actor imbuido de una misión: llevar su oficio a la casa de las palabras
. Citando a Peter Brook o Stanislavsky, entre otros maestros, desgranó la esencia de su trabajo: su belleza (“Es como la mano en el guante, separada pero inseparable; el papel alimenta cada una de las células del actor, pero no lo aprisiona; en el interior del papel es libre y altamente consciente”); sus contradicciones (“El actor lidia con caracteres de lobo y con caracteres de cordero: en realidad ambas energías, la del lobo y la del cordero, están en todos ellos, como lo están en nosotros mismos”) y su eterna paradoja (“¿Quién es el autor de las palabras que están en el aire y que se quedan en el cuerpo para constituirse con ellas?
 La esencia del actor se constituye en esta paradoja y este la asume dentro de su cuerpo para constituir la verdad espiritual de su mundo.
 El actor sabe que las palabras que utiliza no son suyas, pero en momentos de gracia lo olvida y cree profundamente que lo son”).
 Pero quizá el momento más emocionante fue cuando José Luis Gómez volvió a tocar el timbre de la casa de Francisco Ayala, el escritor al que ahora sucede en el sillón Z de la RAE y cuya viuda, Caroline Richmond, se encontraba entre el público.
 La figura del autor de Recuerdos y olvidos planeó ayer con esa fuerte intensidad de las cuentas no saldadas.
 “Al abrirme ustedes las puertas de esta casa, y darme la oportunidad de sentarme en el mismo sillón que ocupó don Francisco Ayala, he podido, siquiera sea en mi imaginación, pulsar de nuevo el timbre y traspasar el umbral de su casa, aquel inolvidable tercero derecha de la calle del Marqués de Cubas, número 6, cuya puerta una vez dejé que se cerrara”.
 En 1975 Gómez (que ya había logrado la colaboración de otro académico, Camilo José Cela, para la traducción del francés de La resistible ascensión de Arturo Ui, de Bertolt Brecht) fue a casa de Ayala buscando el mismo resultado para traducir del alemán un Woyzeck de Büchner
. Ayala le trató con máxima amabilidad y elegancia y accedió a la traducción, pero, aunque estaba escrita en un español modélico, no funcionaba para el teatro y el actor decidió embarcarse él mismo en la tarea y no utilizar la traducción de “don Francisco”.
 Viajó a América Latina con la obra, pero al volver a España decidió no estrenarlo, insatisfecho con su propia traducción y con el resquemor por su falta hacia el viejo escritor.
“Así se cerró una puerta, por mi propia cortedad, a la que ya no me atreví a llamar en los años siguientes
. A lo sumo acerqué la mano al timbre, pero no me atreví a pulsarlo”.
Esta confesión inédita la escucharon, entre académicos y amigos, muchos de los suyos: actores como Aitana Sánchez-Gijón, Núria Espert, Julia Gutiérrez Caba, Carmen Machi, José Sacristán o Pilar Bardem o autores como Sanchis Sinisterra.
 Todos lo arroparon desde su entrada en el salón de actos de la mano del traductor Miguel Sáenz y la novelista Carme Riera.
 Ante ellos, Cebrián dio la bienvenida al actor: “Bienvenido sea en su condición de intérprete de la lengua, y como auténtico creador en el más genuino y original sentido del término: el que define a quien da la vida”.
 Una vida que Gómez decidió dar allí mismo al Sordo de Triana de Valle-Inclán, un trozo “grandioso y poco conocido” del teatro español que usó para cerrar su discurso y cuyo lamento traspasó los centenarios muros de mármol, poco acostumbrados a los fuegos de un cómico.