Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

28 feb 2014

“Vi mucha más verdad en el teatro que en Derecho”................................................... Elsa García de Blas

La actriz dirige el primer máster universitario de interpretación.

 

Serna cree que los actores deben ser universitarios. / Uly Martín

Los jóvenes imberbes que le piden consejo ignoran que la mujer que tienen enfrente rodó con Saura, Camus o Almodóvar, y que hasta apareció en la mítica Falcon Crest
. También, seguramente, que integra el selecto club de la Academia de Hollywood (es una de los cinco actores españoles que son miembros). Pero ahí está aconsejándoles Assumpta Serna (Barcelona, 1957), en el modesto estand que su fundación, First Team, tiene en Aula, la feria de educación que se ha celebrado estos días en Madrid, donde ha promocionado el primer máster universitario en interpretación cinematográfica.
 “Aquí estoy, como decimos los catalanes, arremangada”, sonríe. Y vuelve a los imberbes que sueñan con actuar.
Hay un impulso que mueve a esta actriz con más de un centenar de papeles a sus espaldas en 20 países y que se aprecia en cómo habla de lo que hace
. Desprende un compromiso profundo con su profesión, que se ha propuesto prestigiar.
 Tiene que ver, desliza, con que sus padres insistieran en que estudiara Derecho porque aquello de subirse a un escenario no era serio
. “Pero vi mucha más verdad en el teatro”, defiende.
 Esa verdad “tiene que revalorizarse”, insiste.
 Y ahí anda poniendo todo su empeño: los actores, cree, deben ser universitarios.
 Con el posgrado que ha puesto en marcha con la Universidad Rey Juan Carlos —que comienza este próximo mes de marzo— trata de superar, además, un déficit en la formación de los actores sobre la que se escribió en El trabajo del actor de cine:
 “Que no se les enseña a actuar para la pequeña ventana del cine, sino solo para la grande del teatro”.
 Y hay mucha diferencia. “La palabra es la unidad más pequeña en teatro, mientras que en el cine es el pensamiento”, explica antes de meter mano, también arremangada, a la hamburguesa de pinta regular que ha pedido en la cafetería de la feria.
¿Y de actuar, cómo anda? Desde que terminó de rodar la coproducción francoalemana de Los Borgia —“de las mejores cosas que he hecho últimamente”, dice— está esperando un papel.
 Hace tiempo que no le ofrecen nada en España.
 ¿Pasa factura saltar el charco? “Me lo pregunto mucho... Quizás hay demasiado respeto, doy miedo. Alguien que a lo mejor puede discutir cosas…”, reflexiona, y encuentra otro motivo:
 “Mario Camus me dijo una vez: ‘¡Cuando escribas un libro nunca más te van a llamar!”.
Eso le pesa, pero también la falta de apoyo que ha notado cuando ha salido fuera.
 Lo recuerda y entonces se le humedecen los ojos: “En 1988 hice una retrospectiva de cine español en Nueva York, y luego fui con los franceses... Aquello no tenía nada que ver, ellos sí que saben vender su cine”.
 Y añade con resignación: “El país no te respalda”.
En la conversación ha hablado muchas veces en plural —“pensamos” esto, “creemos” lo otro— porque comparte con su marido, el también actor Scott Cleverdon, la vida y la dirección de la fundación
. Él escocés y ella catalana, no queda otra que preguntarles cómo van en casa de soberanismo: “Él dice que no podemos opinar, porque llevamos mucho tiempo fuera”.
 Al final, se arranca: “Me da miedo que una nación, al hacerse pequeña, se empequeñezca”.

La madre de cristal................................................ Ángel Luis Sucasas

El cineasta Hans-Christian Schmid indaga en la familia de clase media en su película más personal: '¿Qué nos queda?'

 

Corinna Harfouch interpreta a la madre bipolar de '¿Qué nos queda?'.

Gitte es una madre y esposa de cristal.
 Al menos lo es para su familia; para su marido Günter y para sus dos hijos: Marko y Jakob
. Ser maníaco depresiva y bipolar hace que la traten como si siempre estuviera a punto de caer y hacerse añicos.
 Y por esa actitud le ocultan sus secretos y dramas, creyendo que fingir (mentir) es lo mejor que pueden hacer.
Esta situación, que conoce "muy de cerca", es la que el director alemán Hans-Christian Schmid ha elegido como leitmotif de ¿Qué nos queda?, su sexta película y su tercera colaboración en tándem con el guionista Bernd Lange:
 "Esta vez queríamos contar algo más personal.
Nuestro anterior filme juntos, La tormenta [2009], nos exigió un año de investigación, mucho trabajo exterior, de comprender y estudiar algo que no conocíamos
. No tuvimos espacio para desarrollar los personajes, porque el motor de la historia era el argumento, no sus protagonistas.
 Ahora queríamos hablar desde el interior, de nuestras experiencias personales, y construir un retrato veraz de una familia de clase media".
Christian-Schmid y Lange son ya en sí una pequeña familia cinematográfica.
 Conectaron desde su primera colaboración, en Réquiem (2006), un filme también centrado en los problemas psicológicos: el agotamiento emocional de una joven epiléptica.
 Para ¿Qué nos queda? el dúo optó por un proceso creativo muy estrecho en la primera fase y más independiente en la segunda:
"Nos juntamos durante una intensa semana para preparar la historia entre los dos.
 Teníamos claro que necesitábamos contar los problemas de una familia acomodada, ahora que las oportunidades de los hijos para superar o igualar el nivel de vida de sus padres son tan escasas".
 Pero después de esa semana, Schmid dejó a solas con la pluma a Lange y se limitó a revisar y proponer cambios a cada nuevo borrador del libreto.
El cineasta Hans-Christian Schmid en el rodaje de '¿Qué nos queda?'.
Ya en el plató, Schmid tenía muy claro de qué iba su película, qué la haría funcionar o fracasar:
 "La clave era conseguir que la troupe de intérpretes se sintiera como una familia".
 Para conseguirlo, el cineasta dedicó todo su esfuerzo y atención a la dirección de actores, una faceta para él más importante que repensar el encuadre, movimiento de cámara o iluminación.
 "Llevo tres filmes trabajando con un director de fotografía polaco [Bogumil Godfrejow] y le digo cosas como
: 'Por favor, ilumina para que los actores se puedan mover sin problemas y no te metas mucho en el medio' [ríe].
 Pero él se lo toma bien. Entiende perfectamente qué tipo de cine estamos haciendo"
. Un cine que se rueda a cámara en mano y sin marcas, abierto a la improvisación.
Cartel de la sexta película de Hans-Christian Schmid, '¿Qué nos queda?'.
Trabajar con el reparto es para este realizador alemán una cuestión más de instinto que de alquimia: "No hay reglas. Cada actor necesita algo distinto.
 Los hay que quieren hablar contigo después de cada escena.
 Los hay que te piden material para investigar
. Y también los que te dicen: 'No, no quiero copiar a nadie
. Quiero hacer mi propia versión del personaje".
 En ¿Qué nos queda? la tarea se complicaba por el minimalismo narrativo y la necesidad de lograr que todas las piezas de la familia, desde el nihilista Marko hasta el responsable y sobreprotector Zowie, encajaran:
 "Fue un casting complicado. Partí de Marko y luego fui añadiendo piezas: quién podía ser su madre, quién podía ser su padre
. Y luego tuve que encontrar el terreno común para que todos se entendieran y actuaran con naturalidad".
Aunque los cineastas suelen poner los ojos en blanco ante la pregunta, ¿Cuál es tu escena favorita?, Hans Christian-Schmid tiene una en ¿Qué nos queda?
. Al piano, Marko, el hijo escritor, tocando para su hijo. De pronto la abuela y madre, Gitte, aparece y comienza a cantar con el pianista. Günter, el abuelo, que leía en el sofá se levanta; y el dúo se convierte en trío.
 "Un día entero para rodarla.
 Improvisando. Comienza con humor, muy dulce
. Y de pronto vemos que Gunther y Gitte están a punto de llorar y se abrazan.
 Creo que ahí logramos resumir la película". La canción acaba con estos versos, cantados a dúo por la pareja que lleva tantas décadas casada y ve cómo su matrimonio ensancha sus grietas:
 "Si solo callaras, sería hermoso.
Pero te abandonas. Te abandonas".

¡Salta con Philippe Halsman!

El retratista judío fotografió a decenas de celebridades para la revista 'Life'

Una exposición en Suiza muestra 300 fotos del hombre que logró hacer saltar a Marilyn Monroe

Las imágenes se recogen en un libro que ha salido a la venta esta semana.

Marilyn Monroe. / PHILIPPE HALSMAN

Philippe Halsman fue acusado con 22 años de matar a su propio padre.
 Sucedió durante una excursión que ambos, nacidos en Letonia, realizaron a los Alpes austriacos para practicar montañismo, una de sus actividades favoritas.
 A final de la jornada, el padre yacía muerto en el suelo y nadie dudó en acusar al joven judío
. Corría el año 1928 y los humos antisemitas ya empezaban a atufar el corazón de Europa, por lo que la pantomima de juicio y la injusta condena a dos años de prisión que le impusieron fue para muchos uno de los primeros síntomas de la enfermedad racista que asolaría después el continente.
El caso Halsman, por aquellas estudiante de ingeniería en Dresde, despertó una solidaridad sin precedentes entre la intelectualidad judía.
 Albert Einstein desde Berlín, Sigmund Freud desde Viena y Thomas Mann en Munich fueron algunos de los que denunciaron la injusticia, advirtiendo que aquello era solo la punta del iceberg de un odio racial que iba in crecendo.
 “Aquella experiencia le hizo replantearse hacia dónde quería enfocar su vida. Se decidió por París y se convirtió en uno de los fotógrafos más relevantes del siglo XX”, explica Anne Lacoste, comisaria de la exposición Etonné-moi! (¡Asómbrame!) en el Musée de L'Elysée de Lausanne (Suiza) que reúne hasta el 11 de mayo más de 300 piezas del artista de Riga en un intento por indagar en su cuidado proceso creativo.
 Las imágenes se recogen en un libro que el 24 de febrero lanza la editorial Prestel Publishing.
El creador de la saltologíalos retratos de celebrities, políticos e intelectuales en pleno vuelo–, de 101 portadas de la revista Life o de las imágenes más icónicas de Salvador Dalí, decidió dar carpetazo a aquel episodio, del que nunca volvería a hablar demasiado
. Lo consiguió con una cámara, su fina ironía, un humor mordaz, amplísimos conocimientos técnicos y, quizá lo más importante, una admirable capacidad a lo largo de toda su carrera para adaptarse a nuevos lugares, medios y formas narrativas.
Retrato de Philippe Halsman de Jean Cocteau. / PHILIPPE HALSMAN
Halsman vivió en París durante los años treinta, aprovechando un nuevo tipo de soporte que se tornaría esencial para la fotografía: las revistas.
 En la capital francesa, influenciado por el movimiento surrealista, experimentó con la manipulación de los negativos y arrancó las series de imágenes duplicadas y sobreexposiciones que desarrollaría a lo largo de toda su trayectoria
. En aquellos años, las fotografías a personalidades de toda índole entrenaron el ojo de uno de los mejores retratistas de la historia.
 Sin embargo, el tiburón antisemita andaba al acecho y el estallido de la Segunda Guerra Mundial le obligó a emigrar a Nueva York ayudado por uno de los espontáneos amigos que le surgieron durante sus dos años de prisión: Albert Einstein.
 Años después, el científico sería elegido por la revista TIME como Personaje del Siglo XX y quedó inmortalizado para siempre en su retrato más recordado y reproducido, firmado por Philippe Halsman.
 Se cumplía así, como ocurrió con muchas otras de sus instantáneas, una de las ansias del creador y que él mismo explicó en varias ocasiones: “Intento captar la esencia de los sujetos de forma sincera y sin artificios.
 Mi aspiración es crear un retrato que perdure en la historia como la imagen que defina a esa persona, para que, cuando la gente recuerde a una gran figura del pasado, lo que vea sea una fotografía creada por mi cámara y mi ojo”.
En Nueva York tocó volver a readaptarse a otra cultura iconográfica que huía de los artificios y las distorsiones de la imagen a los que estaba acostumbrado.
 En EEUU se exigía precisión y perfección y Halsman, un tipo con recursos, lo entendió a la primera.
“Su adaptabilidad es una de sus mayores virtudes. Él conocía muy bien el mercado y enseguida vio que en América no podía hacer las fotografías que hacía en París.
 Su imagen para la campaña publicitaria de pintalabios de Elizabeth Arden (con la modelo Connie Ford posando ante una bandera americana), fue todo un éxito y demuestra que entendió muy rápido el mensaje”, explica Anne Lacoste
. Para Lacoste, lo que diferencia a Halsman del resto de fotógrafos de posguerra es su afán por aportar a su trabajo una carga artística y el hecho de que inventara un nuevo formato editorial.
 “Fue el primero en publicar un libro de fotos con las imágenes a página en The Frenchman, su bestseller con la entrevista visual, sólo a través de gestos, que le hizo al cómico francés Fernandel.
 Lo mismo hizo después con el volumen dedicado al bigote de Dalí”.
 También introdujo el concepto de copyright y fue el primero en proteger los derechos de los fotógrafos frente a las publicaciones.
Hitchcock según Halsman / PHILIPPE HALSMAN
Pero antes de todo esto, por la cámara de Halsman pasaron las más grandes personalidades de la época como Alfred Hitchcock, una desconocida Grace Kelly, los Kennedy, Anjelica Huston enterrada en flores, Martha Graham, Andy Warhol o Rita Hayworth, a la que colocó tomando un batido en una de sus primeras portada para Life.
Fue en esta revista de y para fotógrafos donde Halsman obtuvo carta blanca para poder mostrar su visión de la realidad y viajar con encargos como el de buscar a las mujeres más elegantes del mundo. En otra misión sobre jóvenes promesas de Hollywood conoció a una novata Marilyn Monroe y quedó inmediatamente cautivado por la rubia, a la que volvería a retratar en varias ocasiones más.
Marilyn fue de las pocas que rehusó saltar para él.
 Demasiada exposición para una mujer escondida detrás de un mito. Sí lo hizo cinco años después, donde incluso brincó de la mano del fotógrafo.
 La famosa serie Jumpology (saltología) surgió como método para seguir excavando en su aproximación psicológica del retrato, hacer caer a golpe de botes la máscara que todo el mundo lleva pegada al rostro.
 Al final de cada sesión, Halsman pedía al retratado que saltara para él.
Casi nadie se negó y gracias a eso podemos ver hoy el elegante brinco de los duques de Windsor, el recatado de Richard Nixon o el eufórico de Brigitte Bardot.
Cuando el cine y televisión comenzaron a tomarle terreno a las revistas como soporte de la publicidad y la promoción cinematográfica en las que se había especializado, Halsman no se achantó, como otros, y agarró el reto con entusiasmo
. Su llamamiento a incentivar la creatividad en la fotografía para asegurar así su permanencia se materializó en la realización de secuencias de fotos, en nuevos efectos con el color y, en 1961, en su asociación con varias figuras como Richard Avedon e Irvin Penn, para abrió el Famous Photographers School, donde impartían seminarios sobre el medio y su relación con el mercado.
 “La fotografía es la forma de arte más joven. Todo intento de ampliar sus fronteras es importante y debe fomentarse”, reivindicaba el letón.
Pese a su éxito como retratista, el autor mantuvo viva su otra faceta, la artística, la más personal y en la que se permitía seguir agitando la mirada
. Es el caso, por ejemplo, de los retratos que realizó a Jean Cocteau en 1949 con dos cabezas, tres piernas u ocho manos
. “Ningún escritor es acusado de escribir lo que está en su imaginación.
Ningún fotógrafo debería ser acusado cuando, en vez de captar la realidad, intenta mostrar cosas que sólo ha visto en su imaginación”, reivindicaba en sus múltiples clases magistrales.
Horizontes que agrandaba con colaboraciones como la que mantuvo durante décadas con Salvador Dalí, al que fotografió por primera vez en 1941 y por última en 1978.
 A ambos les unía su interés por el psicoanálisis, la ironía, el humor y la conciencia del valor de los medios de masas
. Con el creador catalán formaría una simbiosis artística única que mantuvo viva la pequeña parcela de locura que el fotógrafo se preocupó de proteger toda su vida.
 “En mi trabajo serio me esfuerzo por alcanzar la esencia de las cosas y objetivos que puede que sean inalcanzables. Por otro lado, me atrae lo cómico y una vena infantil me lleva a tener todo tipo de comportamientos frívolos”
. Reflexiones de un hombre que asombró al mundo pero al que el mundo jamás pudo pillar por sorpresa.

 

Lo que nos pasa..................................................................... Juan José Millás

Deberíamos hacer cola por la mañana, a la espera de que abrieran los quioscos, para conocer el escándalo del día.

 

En una época de paro, explotación y supresión de derechos laborales, los sindicatos de clase deberían gozar de un protagonismo del que huyen como de la peste
. En una época de políticas de extrema derecha, con atentados gravísimos a las libertades individuales (la ley del aborto, verbi gratia), los partidos de izquierda deberían brillar como el neón en las encuestas de intención de voto.
 En una época de mentiras públicas diarias, lanzadas a granel en los telediarios, en las emisoras de radio y hasta en el Congreso de los Diputados, la verdad debería declararse Patrimonio de la Humanidad o ser objeto al menos de los cuidados de las especies en extinción.
 En una época en la que la monarquía se falta el respeto a sí misma cada martes y cada jueves, la República debería constituir una aspiración moral de proporciones ciclópeas
. En una época en la que se contempla pasivamente cómo un grupo de inmigrantes se ahoga intentando alcanzar la orilla o, peor aún, se contribuye a que mueran con disparos de pelotas de goma, los que se llaman a sí mismos defensores de la vida deberían incinerarse a lo bonzo ante el Ministerio del Interior para poner en evidencia el cinismo gubernamental.
 En una época en la que los bancos roban a sus clientes, en la que a los políticos se les descubren cuentas en Suiza un día sí y otro también, en la que los enfermos agonizan y mueren en los pasillos de los hospitales, en la que el peso de la carga fiscal cae sobre las clases medias y bajas, y en la que se amnistía a los defraudadores de gran tonelaje, el periodismo de denuncia debería conocer uno de sus momentos de gloria: deberíamos hacer cola por la mañana, a la espera de que abrieran los quioscos, para conocer el escándalo del día.
¿Qué ocurre entonces?
No sé, quizá, que la obsesión por lo que nos pasa, nos impide averiguar lo que pasa.