Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

1 nov 2014

La matanza de Vitoria, un suceso que aceleró el fin del franquismo


Protestas en el primer aniversario de la matanza de Vitoria. / EFE

La decisión de la juez argentina María Servini de Cubría de solicitar la extradición del exministro Rodolfo Martín Villa por la matanza del 3 de marzo de Vitoria ha devuelto a la actualidad uno de los sucesos del tardofranquismo que, en opinión de los historiadores, aceleró el final de la dictadura. Junto a Martín Villa, la magistrada también ha pedido a España que le permita interrogar en Buenos Aires a otro ministro del régimen: José Utrera Molina, suegro del exministro de Justicia Alberto Ruiz-Gallardón, y otros 18 cargos franquistas.
La juez pide la detención de Martín Villa por "la represión de la concentración de trabajadores en Vitoria el 3 de marzo de 1976 en la que fueron asesinados Pedro Martínez Ocio, Francisco Aznar Clemente, Romualdo Barroso Chaparro, José Castillo García y Bienvenido Pereda Moral, y en la que hubo más de cien heridos, muchos de ellos por armas de fuego".
 La policía cargó contra una asamblea de trabajadores en una iglesia de Vitoria. Los hechos que investiga la juez Servini se produjeron varios meses después de la muerte de Franco y pocas semanas antes del nacimiento de EL PAÍS.
Al cumplirse el año de la muerte de cinco obreros durante una jornada de huelga general en Vitoria, un multitudinario funeral y concentraciones en la capital alavesa revivieron la tensión de un episodio que, según los expertos, aceleró el final definitivo del régimen franquista.
Esta es la crónica publicada en el periódico el 4 de marzo de 1977.
Página de EL PAÍS con el primer aniversario del 3 de marzo.
Tras varios meses de huelga en demanda de aumentos salariales, el 3 de marzo era jornada de paro general en Vitoria, una ciudad donde se había creado un movimiento asambleario que preocupaba al Gobierno, temeroso de que pudiera extenderse a otras regiones de España.
En la iglesia del barrio obrero de Zaramaga, miles de trabajadores se reunieron en asamblea. Afuera se congrearon muchos más y, en medio, se situó un centenar de agentes de la Policía Armada. Entonces sucedió lo incompresible.
 Por la emisora de radio que comunicaba a los grises con el centro de mando, alguien dio la orden de gasear con bombas lacrimógenas el interior de la iglesia. "Si desalojan por las buenas, vale; si no, a palo limpio. Sacarlos como sea", se escucha antes de la oirse la orden que precipitó la matanza: "Gasear la iglesia. Cambio".

La iglesia sólo había una salida, la puerta principal. Ni ventanas ni terraza
. Cuando empezaron a salir a borbotones para no morir asfixiados, la policía les tiroteó.
 "Que manden fuerza aquí, que hemos tirado más de 2.000 tiros. Cambio", se escucha en las grabaciones.
Las cintas de las emisoras policiales muestran que lo sucedido fue más que una intervención desafortunada.
 "Ya tenemos dos camiones de munición, ¿eh? O sea que a actuar a mansalva, y a limpiar, nosotros que tenemos las armas; a mansalva y sin duelo de ninguna clase".
 Por la manera en que relataron los hechos los agentes participantes, fue una victoria militar sin precedentes contra trabajadores desarmados:
 "En Salinas [plaza Martín de Salinas] hemos contribuido a la paliza más grande de la historia. Cambio.", reportaba por la radio un policía.
La versión oficial, recogida en la sentencia de un tribunal militar, es que la policía hizo uso de la "legítima defensa para responder a una agresión de los trabajadores"
. La justicia militar reconoció que se trataba de "homicidios", pero archivó el caso al no encontrar culpables. Las víctimas, sin embargo, siguen exigiendo justicia, para lo que han acabado recurriendo a los tribunales argentinos.
Por su parte, la magistrada imputa a Utrera Molina "el haber convalidado con su firma la sentencia de muerte de Salvador Puig Antich", ejecutado a garrote vil el 2 de marzo de 1974, a los 23 años, y recuerda que los hechos "son sancionables con las penas de reclusión o prisión perpetua".

entrevista » Cara a cara con Diane Keaton................................................. Joseba Elola


Diane Keaton, a sus 68 años, tiene tres estrenos pendientes. Entre otras, será una de las voces de la secuela de 'Buscando a Nemo'. / Ruven Afanador

Suena el inolvidable Love theme de Nino Rota, melodía inconfundible de El Padrino. Marlon Brando, en la piel de Don Vito, baila, magnífico, con Talia Shire, en el papel de su hija, en la legendaria escena de la gran boda a la siciliana.
 Se está gestando una de las más memorables secuencias de la historia del cine.
En medio de esa prodigiosa concentración de talento en el set, una joven actriz californiana con su traje largo y peluca rubia de más de cuatro kilos se pregunta qué demonios hace una chica como ella en un lugar como ese.
Su nombre artístico: Diane Keaton.
 Tiene entonces 25 años. Y recuerda esos días de leyenda en la habitación de un hotel de Los Ángeles
. La luz entra con fuerza por la ventana, son las tres y media de la tarde. “Y yo, mientras, pensando: ‘No comprendo esta película, no sé de qué va; no sé qué hago aquí. No la vi hasta 15 años más tarde. No quería verla.
– ¿Por qué?
– No me quería ver… ¡¿Qué locura, no?! Es que estoy medio loca.
 No tenía interés en verla. No conseguí ningún trabajo a raíz de hacerla, no cambió mi carrera. No sé cuál fue mi problema con ella, ¿debería verla?
– Bueno, muchos la consideran una de las mejores películas de la historia…
– ¡Qué te parece! Pues la volveré a ver”.
Woody Allen tiene razón. Soy una fuente de problemas. Soy demasiado sensible. Me siento herida con facilidad”
Este intercambio de preguntas y respuestas podría encajar en alguno de los diálogos que Woody Allen escribió para ella.
 Pero, no; esto no es ficción. Keaton, de 68 años, habla de la obra magna de Francis Ford Coppola con esa espontaneidad, y ese aire despistado que tanto le gusta cultivar, y un punto excéntrico marca de la casa.
Sus rarezas, dice, le vienen de familia. Keaton se dispersa en sus respuestas, salta de una cosa a otra, toma un camino, circula, cambia de carril, regresa, vuela. Tiene vis cómica, y la cultiva. Se expresa con palabras atropelladas y se para en seco. Al más puro estilo Annie Hall.
En su repertorio humorístico ocupa un lugar de privilegio la autocrítica despiadada.
 Le encanta desmitificar.
Las reflexiones sobre su papel en la historia del cine le traen al fresco. Ahondando en El Padrino, de hecho, recuerda que gran parte del equipo estaba bebido cuando se rodó la escena de la boda. “Servían bebidas de verdad, algo que luego nunca volvieron a hacer”. Eso sí, cuando cita a Brando, el mundo se para.
Así describe el baile del maestro. “Magnífico. Todos estábamos boquiabiertos”.
La actriz californiana a la que Woody Allen inmortalizó como Annie Hall sigue bien activa. No todas sus compañeras de generación pueden decir lo mismo
. A sus 68 años, Diane Hall (así se llama en realidad) acaba de publicar su segundo libro de memorias, Let’s just say it wasn’t pretty (Digamos simplemente que no fue guapo, título extraído de una frase de su madre en alusión a Dean Martin), una reflexión sobre la belleza que pronto se convierte en relato abierto de las inseguridades físicas de una mujer que se movió en un mundo que entroniza a las bien parecidas.
Retrato de Keaton al principio de su carrera. / Album
Además de su intensa actividad como fotógrafa y compradora y diseñadora de hogares –es devota de la arquitectura–, tiene dos películas pendientes de estreno.
Una comedia que protagoniza junto a Morgan Freeman, Life itself. Y un relato de amor, con tintes de comedia, entre un abuelo solitario y cascarrabias (Michael Douglas ) y su vecina, una mujer dulce que por las noches canta estándares de jazz en pequeños bares de Connecticut. Su título: Así nos va (se estrena en España el 10 de octubre). “Es una película sobre segundas oportunidades”, dice, “esas que llegan cuando menos las esperas”. Se muestra encantada de haber podido cantar en esta película, como ya hizo en Annie Hall. Y se oirá su voz, también, en Buscando a Dory, la secuela de Buscando a Nemo, prevista para finales de 2016.
Keaton se parece mucho a Annie Hall. Woody Allen escribió el papel inspirándose en ella tras años de relación. El personaje de esa chica ansiosa que, cuando se pone nerviosa se trabuca, vacila y recurre a su ya célebre “la di da di da” para escurrir el bulto, fue construido en torno a la personalidad de Keaton. “De mis defectos he hecho virtudes”, afirma la actriz. “El guion que escribió Woody de esa mujer ansiosa…, eso es convertir un defecto en virtud. De algún modo, eso me dio una oportunidad”.
Su madre corroboró el parecido entre la actriz y el personaje el día en que acudió a la proyección de Annie Hall. “Solo vi a Diane”, relata en una carta que Keaton recoge en las memorias que publicó en 2011, Ahora y siempre (Lumen). “Annie con la cámara en mano, masticando chicle, la falta de seguridad en sí misma; Diane en estado puro”, escribió su madre, Dorothy, cuyo apellido de soltera, Keaton, adoptó su hija como nombre artístico.
Allen, por su lado, adoptó el apellido real de Keaton, Hall, para bautizar al personaje. La actriz, además, le transfirió su look. El prolífico director neoyorquino le dio libertad. Le pidió que se soltara en los diálogos, que se olvidara de las marcas –las señales que en el suelo delimitan los movimientos de los actores–. Y le dijo que se vistiera como quisiera. Así nació esa imagen setentera de pantalones anchos, chaleco, corbata y sombrero que la actriz compuso observando a las mujeres del Soho neoyorquino. Un look que la actriz convirtió en su estilo. El mismo que viste y calza en esta soleada tarde californiana: elegante pantalón negro, camisa blanca con el cuello levantado y gafas de carey.
Diane Keaton junto a Woody Allen en 'Annie Hall', por la que recibió el Oscar. / corbis
Keaton sostiene que se lo debe casi todo a su gran amigo y mentor Woody Allen, uno de los hombres de su vida, su padrino cinematográfico.
 Trabajaron juntos en siete largometrajes. Sobre seis de ellos, los que rodó en los setenta –desde Sueños de un seductor (1972) a Manhattan (1979)–, cimentó su carrera
. Recuerda perfectamente el día en que vio a Allen por primera vez en aquel enorme y desierto teatro de Broadway. Fue en el casting de la obra de teatro, y luego película, Sueños de un seductor
 . Acudió por recomendación de su profesor de arte dramático en Orange, el condado californiano en que se crió. Su profesor era amigo de Joe Hardy, que iba a dirigir en Broadway el montaje escrito por ese cómico neurótico que tanto éxito estaba teniendo en televisión; un jovenzuelo llamado Woody Allen.
Ella acudió sin saber si Allen estaría en la audición. “¡Pero estaba ahí!”, recuerda. Ella subió al escenario. “Sabía quién era porque con mi familia solíamos verle en la tele en el show de Johnny Carson. ¡Era tan gracioso, tan mono! ¡Esa expresión usé en aquel entonces! Me subí al escenario con él y pensé: ‘Es bajito”.
Keaton se ríe. Recuerda que Allen estaba tan nervioso como ella leyendo el texto de la obra. Así empezó todo. “Woody Allen no habría salido conmigo de no ser porque hicimos esa obra juntos durante nueve meses.
 Es una de esas personas que es difícil llegar a conocer; no deja que la gente acceda a él fácilmente; pero como estaba allí todo el tiempo, lo conseguí. Obviamente, fue un flechazo, hello, da, tenía sentido del humor, nos reíamos mucho”.
– Allen llegó a decir que vivir con usted era como caminar sobre cáscaras de huevo.
– Sí. Soy demasiado sensible. Soy una fuente de problemas, creo que lo soy; me siento herida con facilidad. Tiene razón.
– Usted se describe a sí misma como un bicho raro y suele decir que no hace las cosas como los demás…
– Sí, tengo algo de bicho raro. Todos los miembros de mi familia lo son. Mis hermanas son inusuales. Somos un poco raros.
– ¿Cómo describiría esa rareza?
– Diría que no somos muy sociales, nos quedamos un poco al margen. Es una pena porque, a medida que te haces mayor, te das cuenta de que es fundamental socializar y mantener buenas amistades. Casi siempre estamos un poco aislados.
Una instantánea de su próximo filme, 'Así nos va', con Michael Douglas.
– ¿Por qué?
– Porque somos muy sensibles, vamos abrumados por la vida, un poco asustados, somos gente ansiosa…, pero no en plan mal.
Sus rarezas fueron materia prima para Allen. “Él es un gran imitador y escritor. Los papeles que ha escrito para mujeres son extraordinarios
. Personajes muy fuertes. Lo consigue porque escucha; y eso le hace único
. ¿Cuántas mujeres han ganado el Oscar gracias a él? Dianne Weist, Cate Blanchett, Mia [Farrow], nominada varias veces; Mira Sorvino…”.
Y ella. Ella, también. Diane Keaton recibió su Oscar a la mejor actriz por Annie Hall en 1977. Subió al escenario con una larga falda y un fular, saltándose todas las convenciones del glamour y la alfombra roja. Quedaba así sellado el símbolo de esa mujer liberada e intelectual que inspiró a toda una generación.
Keaton se llevó su Oscar por un trabajo de comedia, algo poco habitual
. A partir de ese momento, saludó cada una de las décadas siguientes con una nueva nominación, aunque sin llevarse la estatuilla. En los ochenta, por Rojos (1981), película de Warren Beatty sobre el periodista John Reed; en los noventa por La habitación de Marvin (1996), donde unió su talento al de su admirada Meryl Streep y al de un Leo DiCaprio en tiempos mozos, y en el nuevo siglo por Cuando menos te lo esperas (2004), junto a Jack Nicholson, con la que puso fin a unos duros años de sequía.
Cuando ganó el Oscar, subió al escenario con una larga falda y un fular, saltándose las convenciones de la alfombra roja
Keaton recuerda que el rodaje de Rojos fue larguísimo. Beatty era entonces su pareja. Es uno de los hombres más tenaces que ha conocido.
 “Creo que le tenía envidia. Era el príncipe de Hollywood. Un tipo brillante que manipulaba maravillosamente a la gente para seducirla”, explica.
Pacino, Coppola, De Niro, Nicholson. Hay figuras clave en la carrera de Keaton con las que trabajó en los setenta y ochenta, y con las que se vuelve a cruzar veinte años más tarde. En 1990 se reencuentra con Coppola y Pacino para rodar la tercera parte de El Padrino, donde su personaje, Kay, demuestra que es capaz de ser tan malvada como su marido, Michael Corleone. Con su amigo Jack Nicholson rueda Rojos y se reencuentra en 2003 con Cuando menos te lo esperas. Con De Niro, tras El Padrino, vuelve a coincidir en La gran boda (2013).
Lo mismo ocurre con Allen. En 1993 vuelve a ponerse a sus órdenes para rodar Misterioso asesinato en Manhattan; la actriz ha construido gran parte de su carrera sobre la comedia. Ya se lo dijo Allen cuando daba sus primeros pasos.
“Si eres graciosa, tendrás una carrera larga”. Larga está siendo. Ella recuerda que entonces se preguntó: “¿O sea que seré capaz de seguir trabajando cuando tenga 40 o 45 años?”. Así nos va, el largometraje que está punto de estrenar, la vuelve a colocar en ese terreno en el que se siente tan cómoda; esta vez, junto a Michael Douglas, con el que no había trabajado nunca.
 Dice que si por algo la recordará es por el mensaje que envía en una de las secuencias, cuando su personaje, Leah, tras cantar, se dirige a la audiencia y dice: “Seguir cantando a estas alturas y soñando con el amor es suficiente para mí”.
 Eso se lleva de esta película.
“No siempre puedes tener el amor como tú quieres; pero puedes soñar con él; puedes seguir cantando, expresarte, seguir vivo en este mundo”.
– Usted habla de sus rarezas. ¿Tiene esto que ver con eso que dice de que llegó tarde a muchas cosas en la vida, entre otras, a la maternidad –adoptó a los 50 a su hija Dexter, que ahora tiene 18 años; y poco después a su hijo Duke–?
Keaton entre Jack Nicholson (izquierda) y Warren Beatty (entonces su pareja) en 'Rojos' (1981).
– Sí, por supuesto.
Los hombres para los que no fui material de matrimonio, las decisiones que tomé a lo largo de mi vida siendo soltera…
 Recuerdo cuando era pequeña y decía: ‘Mira esa solterona, nunca llegó a casarse’. Un día, en la escuela secundaria, un chico llamado Dale Finney, creo que ese era su nombre, dijo: ‘Algún día vas a ser una buena esposa para un hombre’.
 Y recuerdo que pensé: ‘¿Quiero yo eso? No creo que quiera que mi papel en la vida sea el de una buena esposa’.
– Pero ha tenido relaciones muy fuertes.
– Sí, y creí que eso es lo que quería; pero en realidad no lo deseaba. Supone demasiado compromiso. Fui muy inmadura, o incapaz de asumir mi papel de un modo más amable.
Keaton dice que su expareja Warren Beatty eligió muy bien a la hora de casarse, que forma buen tándem con la actriz Annette Bening. “
¡Uno no puede casarse solo porque está enamorado!
 Hay que pensar si uno puede funcionar con esa otra persona en el día a día; cada cual, aceptando su papel, para bien y para mal
. Pero yo nunca me pude adaptar cuando estuve enamorada.
 Así que fui inteligente: mejor no casarme a tener que hacer frente a uno de esos horribles divorcios…”.
De sus exparejas, con el único que mantiene una relación de amistad es con Woody Allen. Por encima de todo.
 Cuando el cineasta fue acusado de abusos sexuales por su hija adoptiva, Dylan Farrow, Keaton salió en defensa del realizador neoyorquino
. La criticaron duramente por ello. Preguntada por la cuestión, se reafirma en sus palabras: “No tengo nada más que decir, es mi amigo y yo le creo
. Pero ese escándalo ya es una cuestión pasada, ¿no cree?”.
Keaton es una mujer con fuerte apego familiar. El mayor amor de su vida, ha dicho en repetidas ocasiones, fue su madre.
 “La echo mucho de menos”, asegura, “no entiendo la vida sin ella; echo de menos ser la hija”.
La pequeña Diane Hall se crio en una familia de cuatro hermanos (tres de ellas chicas)
. Su padre, Jack Hall, ingeniero de caminos y agente inmobiliario, siempre andaba corrigiendo esas expresiones tan marca de la casa que ella popularizó con su personaje de Annie Hall; esos “ah”, “bueno”, “ehh”, “estoo”
. Esas expresiones de duda exasperaban a su progenitor.
Keaton en 1978, recibiendo el Oscar a la mejor actriz. / Mary Evans (Acionline)
Su madre, Dorothy, ejerció gran influencia sobre su hija. Era aficionada a la fotografía, tocaba el piano, cantaba con un trío vocal, fue declarada Mistress Los Angeles, en un concurso de televisión destinado a elegir al ama de casa perfecta. “Creo que a ella le hubiera gustado ser intérprete”
. En su vida adulta, Keaton ha desarrollado facetas clave de sus padres. Incansable usuaria de Instagram, ha editado cuatro libros de fotografía.
También le gusta escribir.
 Ha blogueado para Huffington Post; ha vendido más de 225.000 copias de Ahora y siempre, su primer libro de memorias
. Y es autora de dos libros de arquitectura y diseño
. Otra de sus pasiones. Forma parte del equipo directivo de Los Angeles Conservancy, organización que trata de preservar el legado arquitectónico de la ciudad.
 Y es una redomada compradora de casas que rediseña y luego pone a la venta.
 Una de ellas, una especie de hacienda deconstruida, llegó hasta la portada de la revista Architectural Digest en 2003. Allí la vio la cantante Madonna. Decidió comprársela.
Esta faceta es una evolución del oficio de su padre. “Solo que él compraba sabiamente”, comenta. “Yo compro el sueño.
El invertía en la casa más fea de la calle, que era la que más se revalorizaba al poco; yo, en cambio, compraba una de Lloyd Wright porque era de Lloyd Wright.
 Él era un hombre práctico; yo, no”.
Pero a estas alturas tiene muy claro lo que desea:
“Ser una persona moderadamente buena. Si consigo eso, será suficiente”.

La soledad de un seductor........................................................ Antonio Lorca


José María Manzanares a hombros del matador Enrique Ponce / Chema Moya (EFE)

"Josemari ha muerto de soledad; no abandonado, pero sí solo e infeliz".
Esta es la sincera y dolida reflexión de uno de los pocos amigos cercanos que tuvo el torero en los últimos tiempos.
José María Dols Abellán (Manzanares para la gloria taurina) fue encontrado sin vida el pasado martes en una habitación de su finca extremeña, donde vivía desde hace años apartado del mundo. Allí, solo el hombre, entre toros, campos de maíz y sus recuerdos, acabó de manera inesperada una existencia jalonada de muchas luces y algunas sombras, de reconocimientos y duras críticas, de conocidos circunstanciales y seguidores veleidosos, de largas fiestas y mujeres guapas, de lances arrogantes y alguna bravuconada, de amigos y enemigos íntimos, de destellos de felicidad y largas noches de tristeza…
Allí, en la finca extremeña, acabó, sobre todo, un torero privilegiado, nacido para la gloria, un creador de belleza, referencia fundamental de la compostura, el gusto, la calidad y el sabor torero; un hombre atractivo, dotado de una gran elegancia y un natural poder de seducción; un consumado artista, indolente, también, inconstante, conformista y de escasa ambición.
Quizá por eso, la huella de su toreo ha sido menos profunda de lo que pudo haber sido a pesar de tantos ditirambos impúdicos como han derramado estos días sus propios compañeros, que han competido a la hora de encontrar adjetivos tan sonrojantes como irreales.
“Era raro como todos los toreros —añade su amigo—, tenía un temperamento fuerte, mantenía una difícil relación con su familia y pasaba los días en su finca apartado de todo y de todos, sin ilusiones”.
“Josemari era un bohemio —señala un admirador de muchos años—, buena persona, muy puro, amigo de sus amigos, respetuoso con sus compañeros y con una afición desmedida”.
Vivió la vida a tope.
 Y convertido ya en personaje famoso fue el objeto de deseo de las bellezas patrias y foráneas
José María Manzanares nació en Alicante el 14 de abril de 1953, hijo de Pepe Manzanares, un enfermo de los toros que dejó sus tareas en el puerto para probar suerte como novillero y ganarse, finalmente, el sustento como banderillero.
 Él fue quien inoculó a su hijo el veneno de la torería, y a los tres años ya toreaba de salón
. Pronto se descubrió que las fibras del chaval eran especiales y en el incipiente aficionado afloró la elegancia clásica con la que ha entrado en la leyenda.
Acababa de cumplir los 18 años cuando tomó una alternativa de lujo en su Alicante natal de manos de dos grandes figuras: Luis Miguel Dominguín como padrino, y Santiago Martín El Viti como testigo.
 Era el 24 de junio de 1971.
Comenzaba ese día una carrera larga, que se extendería hasta el 1 de mayo de 2006, cuando la tarde de la presentación como novillero de un juvenil Cayetano en la Maestranza sevillana decidió romper el guion previsto y robarle el protagonismo al muchacho al decidir en un acto de rabia cortarse la coleta
. Enfadado por el mal juego de sus toros, llamó a su hijo quien, tijera en mano, le desprendió el añadido y puso fin, definitivamente, a su trayectoria.
Fueron 35 años de presencia casi continuada en los ruedos; muchas temporadas —retiradas efímeras y vueltas ilusionantes incluidas— que vinieron a corroborar la clase innata del torero, su corto compromiso con la fiesta y consigo mismo y un carácter díscolo que le provocó no pocos contratiempos.
Figura indiscutible durante muchos años, imprescindible en todas las ferias importantes de España y América, José María Manzanares se convirtió por derecho propio en la referencia del clasicismo taurino. Triunfó en Las Ventas, pero un sector de la plaza lo convirtió en blanco constante de ataques feroces; quizá por eso, lo adoptó Sevilla, a la que deleitó con detalles de su calidad, aunque nunca llegó a traspasar la puerta de la gloria.
 Y mientras muchos aficionados se sentían arrobados por sus sublimes instantes de creación artística, algunos críticos exigentes denunciaban su actitud conformista y ventajista ante los toros.
El diestro José María Manzanares, durante su faena con la muleta en La Maestranza de Sevilla, mayo 2005. / EFE
Se casó en 1977 con Yeyes Samper, con la que tuvo cuatro hijos, dos chicas, Ana María y Yeyes, y dos chicos, José María, matador de toros, y Manuel, rejoneador.
 Vivió la vida a tope, celebró los éxitos —sobre todo, en América— con generosidad y sin prisas, y convertido ya en personaje famoso y con dinero, fue el objeto de deseo de bellezas patrias y foráneas.
Un supuesto romance con una guapa oficial fue el detonante de su divorcio, y, también, de su particular destierro a tierras extremeñas.
 Comenzó, además, una etapa difícil con sus vástagos, que no superaron la separación de sus padres, y un grave desencuentro con José María, por serias discrepancias sobre la gestión de su carrera como matador de toros.
 Y algo más hubo porque el padre no estuvo presente en la boda de su hijo torero.

¿Fue José María un mujeriego? “Josemari quería mucho a su mujer y siempre se ha preocupado por sus hijos; especialmente, por Ana María, que sufre un problema de salud”, responde el amigo cercano.
Pero… “No hay torero bueno al que no le gusten las mujeres…”.
Atrás quedaron sus peleas con un crítico salmantino que lo zahirió y despreció con maldita saña, su enfrentamiento con El Soro en el ruedo de Valencia por un quite a destiempo, y sus gestos arrogantes con algunos presidentes que lo sancionaron por actitudes o decisiones inapropiadas.
 Sin duda, era José María Manzanares un hombre apasionado, aunque no son pocos los que opinan que lo fue más en la calle que en el ruedo.
Admiró a Antonio Ordóñez, visitó muy poco las enfermerías, le gustaba hablar de campo y de toros, le encantaba el flamenco y se atrevía a bailar cuando la ocasión lo requería. Había fumado mucho, pero presumía de ser un atleta, y retaba a sus amigos a igualar los mil abdominales que, aseguraba, hacía cada día.
Genio y figura hasta que se encerró en el campo y la soledad fue su compañía. En Extremadura, con sus angustias a cuestas, abandonado por él mismo, murió un artista seductor, aquejado, como todos, de grietas en su alma, pero tocado por la genialidad, aunque él nunca estuviera dispuesto a desarrollar todo su conocimiento.

Olghina, el amor adolescente del rey Juan Carlos......................................................... Javier Martín


Olghina De Robilant, en Ravello, en el año 1945. / / Dufoto / foto scala, florence, copyright 2014

Era jovencísimo y ya tenía un cuerpo atlético y unos movimientos muy hábiles. Juanito acercó su mejilla a la mía.
 Estaba ardiendo. Sus labios se detuvieron en mi oreja y yo me eché un poco hacia atrás. ‘Guapa’, susurró”.
La condesa Olghina di Robilant narra en su libro Sangre Azul (1991) el encuentro con su Juanito en una noche veraniega de 1956.
 Él tenía 18 años, ella, 22. Ahora la serie de Telecinco El Rey trae a colación aquel primer amor del que sería Juan Carlos I, rey de España.
“Surgió un flechazo entre compañeros de mesa
. Me enamoré como una colegiala. Era una relación alegre, simpática, sin pretensiones, sin compromisos, así que no éramos fieles”, ha recordado ahora la condesa en conversación con EL PAÍS, apunto de cumplir los 80 años.
“Yo no conocí al Rey.
Conocí a un muchacho, que los amigos llamábamos Juanito.
 Era bromista, alegre y juvenil. Su padre, don Juan de Borbón, y el entonces Caudillo Franco le habían prohibido que se casara con una chica que no fuera de la familia real.
 Fundamentalmente, él estaba unido con la mujer más guapa de las casas reales europeas, María Gabriela de Saboya, pero luego también se lo prohibieron”.
Lo de las bodas reales siempre es un problema; por eso, dos años antes del flechazo Olghina-Juanito, en 1954, la reina Federica de Grecia fletó el barco del amor, el Agamemnon.
 Eran tiempos duros para las monarquías europeas entre exilios y falta de recursos para viajes y fastos.
 Gracias al dispendio de los reyes de Grecia y del armador griego Eugene Eugenides casi un centenar de miembros de las casas reales europeas con vástagos en edad de merecer se fueron 11 días de crucero.
“Estas cabezas coronadas — actuales, jubiladas y aspirantes—”, diría The New York Times, “príncipes y princesas; duques y duquesas y numerosos nobles de las páginas del almanaque del Gotha, han decidido, lógicamente, que en estos tiempos democráticos, ellos y sus familias tienen el mismo derecho a unas vacaciones que el hombre común”.
“No fue un gran fusil, y menos yo. Debe haber mejorado para cazar elefantes”.
A Juanito le pilló el crucero en plena efervescencia (16 años) y le supo a poco
. “Siempre teníamos a los padres encima”, cuentan las crónicas de Associated Press. “Me hubiera gustado que hubiera durado un mes”, declaró el rey Pablo de Grecia, el anfitrión.
 “Pero no podía imaginar que esto fuera tan terriblemente caro”
. La reina Federica iba a lo suyo: “Solo Dios sabe qué ocurrirá, pero yo espero que algo surja”.
A Juan Carlos le dio tiempo de hacerle ojitos a Sofía, una chica griega de su misma edad, primogénita de los paganos del crucero, y a María Gabriela de Saboya
. La semillita quedó plantada. A los seis meses, dos de los viajeros, María Pía de Saboya y Alejandro de Yugoslavia, contraían matrimonio.
 Sofía y Juan Carlos tardaron ocho años.
Cuando se bajaron del barco, los que reinaban, como los griegos, se fueron a sus países, y el resto para Portugal.
 En los años cincuenta se daba una patada en Estoril y brotaba un exrey o un exaspirante: los Saboya de Italia, los condes de París, Miguel de Rumania, Simeón de Bulgaria, los Braganza de Portugal, los Karadjordjevic yugoslavos, los archiduques de Austria, más los Borbones de España....
Y a su alrededor la corte, como Olghina di Rubilant, que había acabado sus estudios de Bellas Artes en Venecia.
En una cena de todos ellos en la cercana playa del Guincho coincidieron Juanito y Olghina. Era el verano del 56. Cada vez que intentaba llevarse el tenedor a los labios, Juanito le daba con el codo. Bailaron y algo más.
Poco después Juanito se fue a la mili. “Me envió fotos de uniforme”, escribió en su blog Olgopinions, en junio, coincidiendo con el día de su abdicación.
“Me escribía que en el buque escuela dormía abrazado a una almohada, pensando que era yo, y que se cayó de la hamaca, y así volvió a su realidad”.
Esa tierna correspondencia la publicó, en 1988, el semanario Interviú. “..
.Y por eso quiero decirte que cuando yo digo una cosa”, escribía Juan Carlos, “como la tarde del mantel blanco, ‘te quiero’, era y es la verdad. ...
Yo por mí, años y años podría seguir queriéndote, pero no sería yo, sería mi subconsciente, pues a mí —no mi cuerpo sino mi alma—, me tira seguir de pe a pa los pasos de mi padre y no traicionarle nunca (...). No me negarás que yo te dije que me debía a España y que nunca podríamos realizar ese sueño...”.

En otra carta, le cuenta su relación con María Gabriela de Saboya. “Sabes que estoy enamorado de tí como de ninguna otra chica hasta hoy. Pero sabes también que, por desgracia, no puedo casarme contigo.
 Debiendo, por tanto, escoger, creo que Gabriela es la más conveniente”.
“Nunca estuvimos comprometidos”, reconoce Olghina a este periódico, “pero nos mantuvimos en contacto hasta 1960.
 Nos escribíamos cartas y coincidíamos en viajes y fiestas. La prensa se ha referido a menudo a nuestra relación como algo más que una amistad y yo nunca lo he negado”.
“Sobre todo conocí a Juanito durante fines de semana cazando la perdiz o, en invierno, patos y gansos.
No fue un gran fusil, y menos yo, que amaba y amo los animales. Debe haber mejorado para cazar elefantes...”.
La vida de Olghina era, cuando menos, revuelta.
 En 1958, es decir, mientras se carteaba con Juan Carlos, fue la protagonista del escándalo de Rugantino.
 En la discoteca romana celebraba su 25º cumpleaños con Pasolini, Rosellini y afamados playboys entre los invitados; una bailarina turca se quedó en top less y el desmadre —entonces el listón del escándalo estaba bajito—, lo recreó Fellini en la Dolce Vita (1960).
Con 25 años, Olghina se convertía en madre soltera para escándalo de la familia y, especialmente, de su madre, que no paró hasta conseguir la custodia de su nieta Paola
. Nunca ha revelado el nombre del padre, aunque en 1989 el semanario Oggi publicó declaraciones suyas asegurando que era el Rey de España. Olghina lo desmintió.
Periodista aún en activo, a la condesa Olghina le gusta que la actual reina sea colega de profesión.
 De su marido, del hijo de Juan Carlos, el rey Felipe VI, nada sabe. “Nunca conocí a su hijo”, declara a este diario.
 “Por los periódicos y la televisión creo que es un hombre joven y guapo, que lo está haciendo bien en el papel del soberano”.