Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

28 feb 2016

Cómo llevarse con la suegra................................................................... Helena Vidal-Folch

No siempre es fácil explicar a la madre de nuestra pareja las cosas que nos molestan de ella.

 Hace falta pensar bien qué se quiere decir y convertir la queja en una petición.

 

 Monógrafo Estudio
Esta semana descubrí en el calendario que existe un día de la suegra.
 Es el 26 de octubre. Me asombró, lo reconozco.
Y es que, si bien muchas madres políticas llevan a cabo una labor social y familiar valiosísima, la verdad es que suelo escuchar en la consulta más motivos de queja que de celebración.
Así que si usted es uno de los que, en vez de tarta, ese día sacan un matasuegras, probablemente le interese lo que viene a continuación.
Si el problema no es la madre de su pareja, sino que simplemente quiere remendar alguna relación mediante un intercambio de conversaciones, preste también atención.
Lo primero que hay que tener en cuenta para abordar este asunto es saber que este tipo de conversaciones deben prepararse muy bien.
 ¿A que cuando va a exponer algo en público toma unas notas y organiza sus ideas? Haga lo mismo con esa charla pendiente (o conveniente) y así tomará conciencia de lo que se quiere transmitir y conseguir.
 Pero es verdad que si cogemos una lupa para ver de cerca cómo solemos hablar, descubriremos muchas de las causas que generan malestar en nosotros mismos y en nuestro entorno.
Para conectar con las madres políticas hay que mostrarles nuestros miedos
Empecemos con un ejemplo.
 Imagine que doña Lola es la madre de su pareja y que suele dar caramelos a su hijo al recogerlo de la escuela.
 Usted le agradece su gran apoyo para criar al pequeño, pero teme acabar pagando cara esa costumbre, y más aún con sus antecedentes diabéticos.
 Esto es solo la punta del iceberg. La mayoría de nosotros, ante tal situación repetitiva, se dirigiría a su pareja diciendo
: “Estoy harto. Parece que tu madre lo haga a propósito. Le da chucherías a Pedrín a pesar de que le he dicho mil veces que lo tiene prohibido”
. Pero este sería un mal comienzo si de verdad queremos que la suegra nos entienda.
 La frase suena a queja.
 Si deseamos buenos resultados, hay que empezar por distinguir entre queja y petición.
 Cuando nos quejamos, solemos hacerlo ante terceros buscando apoyos o simpatías, pero en realidad nos genera más rencor y no suele resolver el conflicto
La petición es algo distinto porque, si se ­formula bien, puede ahorrar muchos disgustos.
Eso sí, suele ser más compleja porque expone más nuestras carencias y vulnerabilidades.
 Volvamos al ejemplo anterior y preparemos una conversación productiva siguiendo los cuatro pasos que desarrolla el psicólogo americano Marshall B. Rosenberg en su libro Comunicación no violenta: un lenguaje de vida.
Primer paso: observación. Rosenberg nos anima a poner sobre la mesa lo que vemos.
 Pero tiene truco: se trata de una ­observación sin evaluación
. Para ello hay que quitarse el traje de enjuiciadores profesionales y contar a secas lo que se ha visto. En el caso que mencionamos antes, habría que soltarle a la suegra una frase como esta:
“Lola, le has dado caramelos a Pedrín todos los días de esta semana”.
 Pero ¿qué pasa con nuestra opinión?
En este punto de la conversación no sirve.
 Si soltamos una fresca del estilo
: ­“Parece que tu madre lo haga a propósito”, mostramos únicamente nuestra perspectiva de la realidad.
El hecho de manifestar lo que creemos en esta fase no nos va a acercar a la madre política, sino todo lo contrario.
 Además, es importante que por juicios entendamos también cualquier generalización.
 No vale un “siempre” le das caramelos o un “nunca” haces lo que te pido.
 Son palabras que boicotearán desde el inicio nuestro intento de acercamiento. Seamos, pues, concisos.
Segundo: sentimientos. ¿Cómo se siente con lo que observa? ¿Ha dicho abiertamente que está preocupado por lo que revelan las últimas analíticas de su hijo?
No. La suegra probablemente lo intuya, pero, si queremos que nos haga caso, seamos claros.
 Este paso y el siguiente son probablemente los que más cuestan porque implican hablar de uno mismo y no de la mala de Lola.
 Lo que habitualmente se hace es omitir esta fase porque o no se sabe identificar lo que nos pasa, o no queremos que se sepa
. Craso error. Este es el escalón que más nos acercará al objetivo. Si muestra lo que siente, permitirá que al otro le sea más fácil entender su negativa a darle glucosa al niño y así evitará que se lo tome como algo personal.
El problema es que no todos sabemos expresarnos
. Parece fácil, pero sin práctica no lo es. “Pasé 21 años en instituciones educativas estadounidenses y no recuerdo que nadie, durante todos estos años, me haya preguntado cómo me sentía
. Simplemente no se consideraba que los sentimientos fueran importantes.
 Lo que se valoraba en estos lugares era la manera correcta de pensar.
 Se nos educa para orientarnos hacia los demás más que para estar en contacto con nosotros mismos”, explica Rosenberg.

Afortunadamente, parece que los tiempos están cambiando y la educación emocional empieza a hacerse un hueco en las aulas para quedarse, según ponen de manifiesto proyectos educativos como Emocionario. Di lo que sientes, ideado por Cristina Núñez Pereira y Rafael Romero.
 Volviendo a nuestro ejemplo, y teniendo en cuenta este segundo punto, se puede manifestar:
 “Lola, le has dado caramelos a Pedrín todos los días de esta semana. Desde su última revisión médica, y tras las advertencias del doctor, tengo mucho miedo a que su salud empeore”.
Tercero: necesidades. Los sentimientos y emociones negativos surgen a raíz de necesidades no satisfechas.
 Y en esto tampoco estamos bien formados.
 Como apunta Rosenberg, no se nos ha educado para pensar en qué es lo que nos falta. ¿Cómo indagamos entonces en este universo desconocido? 
Un buen punto de partida es formular una frase tipo: “Me siento… Porque yo…”. De esta forma nos hacemos responsables de nuestros sentimientos
. En el caso de la suegra, habría que añadir: “Cuando veo que le das caramelos a Pedrín, me asusto porque pienso que podría pasarle algo y necesito estar segura de que hacemos todo lo posible para que tenga buena salud”. Cuarto: petición. Llegamos al final.
 Hemos analizado lo que ocurre poniendo el foco en usted y la lupa en cómo va a decírselo a Lola. Falta expresar la petición
. Procure encontrar un momento adecuado para los dos, evite una conversación de pasillo y busque un lugar propicio para generar el contexto que mejor ayude. Formule la sugerencia en positivo, con un lenguaje concreto que no dé pie a interpretaciones.
Incluya lo que hemos descubierto en los pasos anteriores y evitará así que la petición se interprete como una exigencia.
“Lola, le has dado caramelos a Pedrín todos los días de esta semana.
Desde su última revisión médica, y tras las advertencias del doctor, tengo mucho miedo a que su salud empeore
. Estoy asustado porque pienso que podría pasarle algo y necesito estar seguro de que hacemos todo lo posible para que tenga buena salud.
 Por todo esto, te pido que no le compres más dulces al niño”. Probablemente esta nueva forma de hablar ponga de manifiesto un “yo” desconocido para nuestro interlocutor.
 Mostrarle nuestros miedos le hará conectar de forma auténtica con nosotros y seguramente ahora nos preste atención
. Este puede ser el inicio de una relación empática
. ¿Le parece un ejercicio complicado?
 Le animo a que lo pruebe y se entrene.
 Llegará un día en que sus automatismos ­serán productivos.

.

¿Se puede elegir cuidar?...................................................................... Carolina del Olmo

La atención a los hijos y a los padres ancianos es una experiencia humana que resulta arriesgado sortear.

Una de la serie de fotografías tomadas por Sara Naomi Lewkowicz que ha sido premiadas en el World Press Photo 2016.
La sociología siempre se encuentra en esa compleja tesitura de intentar hallar una explicación común para unas prácticas sociales que, bien miradas, no son más que la suma de un montón de prácticas individuales.
Y estas, como es natural, pueden explicarse por causas muy diversas
. Es como si en física tuviéramos que reconocer que, aunque las manzanas tienden a caer de los árboles al suelo por la ley de la gravedad, algunas lo hacen por otros motivos, e incluso las hay que no caen.
 Esta peculiaridad de las “ciencias” humanas se convierte, en todo lo que atañe a la maternidad/paternidad, en un motivo constante de bronca y malos entendidos
. Vaya, pues, por delante que cualquier decisión individual en materia de reproducción me parece perfectamente válida.
Por lo demás, es posible que a nuestro medio ambiente ideológico, lastrado por fuertes inercias patriarcales, le venga bien una reivindicación de la no maternidad libremente elegida.
 Pero buena parte del movimiento childfree puede explicarse poniéndolo en relación no solo con las grandes ventajas de nuestra época —libertad de elección de itinerarios vitales—, sino también con algunos de sus peores defectos.
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Uno de los principales problemas de nuestra sociedad es su desprecio de todo lo que tiene que ver con la vulnerabilidad humana.
Una vulnerabilidad particularmente notoria en la infancia, la vejez y la discapacidad.
 Hemos construido nuestra vida en común alrededor del mito del adulto autónomo y fuerte que busca maximizar sus opciones a lo largo de una trayectoria vital reducida a una serie de intercambios, entendidos a semejanza de los mercantiles
. Elijo mi estilo de vestir igual que elijo a mis amigos, mi trabajo (supuestamente) y si tengo o no tengo hijos
. Y si elijo comportarme de manera altruista y cuidar de mi prójimo lo hago precisamente así, como elección, no como expresión de un compromiso al que estoy obligada por formar parte de una red de reciprocidad e interdependencia que me ha permitido, entre otras cosas, llegar a adulta
. Nos dejamos engañar por el espejismo de la autonomía y la independencia y no vemos que si estamos aquí eligiendo ser así o asá es porque nos han cuidado, y mucho.
 Venimos al mundo como seres desvalidos totalmente dependientes, y seguimos siendo vulnerables y dependientes en mayor o menor grado a lo largo de toda nuestra vida.

Entre las experiencias básicas de socialización y desarrollo de niños y jóvenes se contó, durante milenios, la de cuidar, no solo la de ser cuidado.
 Hoy día, en cambio, la mayoría de las personas —especialmente las de clase media o alta entre las que triunfa el estilo de vida childfree— llegan a adultas sin haber cuidado de nadie, en lo que es posiblemente una singularidad histórica sin precedentes.
 Tal vez por eso tanta gente experimenta la maternidad/paternidad como una brecha vital profunda.
 Y por eso hay cada vez más gente que considera el cuidado una opción, algo que puede elegirse o evitarse, cuando seguramente sea una experiencia humana fundamental que, como mínimo, es arriesgado intentar sortear.
Mariarosa Dalla Costa hablaba del amargo descubrimiento de aquellas mujeres que en los años setenta tomaron la decisión de no tener hijos con el objeto de salvaguardar su autonomía y luego se encontraron con que no podían obviar el cuidado de sus padres ancianos
. Durante demasiado tiempo el cuidado ha sido destino y obligación para las mujeres: sin duda, ha llegado el momento de repartirlo (entre sexos y clases) y dotarlo del apoyo y la institucionalización social que tanto necesita.
 Pero eso no significa que no deba ser ya asunto nuestro, ni tampoco que su asunción deba ser necesariamente amarga
. Ojalá los childfree actuales se ahorren el descubrimiento del que hablaba Dalla Costa, pero espero que sea porque entre todos hayamos sido capaces de construir una sociedad que ponga el cuidado en el centro de sus preocupaciones, y no porque se hayan “liberado” también de ese otro “lastre”.
Carolina del Olmo es ensayista, autora de ¿Dónde está mi tribu? Maternidad y crianza en una sociedad individualista.

 

27 feb 2016

Leonardo DiCaprio, ha llegado tu hora en los Oscar.................................................... Gregorio Belinchón

El actor puede ganar por fin su ansiado Oscar tras cuatro candidaturas infructuosas

La historia la contó así George Clooney en 2013: pachanga de baloncesto en Cabo San Lucas, la ciudad turística de la California mexicana.
 A un lado Clooney y sus amigos
. Años y años de jugar juntos al baloncesto. 
No son el actor y otros, sino que George es uno más.
 Al otro, Leonardo DiCaprio y su corte.
 Aquí sí hay clases: el séquito se comporta como tal. Leo es el más grande, Leo es el mejor. 
El partido empieza y la paliza que le mete el equipo de Clooney al de DiCaprio es de órdago.
 Algo que no se refleja en cómo se comportan los amigos de DiCaprio, que siguen como si ganaran de calle liderados por una estrella rutilante. 
“La discrepancia entre el partido y cómo hablaban ellos del partido me hizo pensar sobre la importancia de que en tu vida haya alguien que te diga las cosas como son.
 Y no estoy seguro de que cerca de Leo haya alguien así”.
Esta noche Leonardo DiCaprio (Hollywood, 1974) compite por sexta vez por el Oscar: cinco como actor y otra más como coproductor de El lobo de Wall Street.
  Se lo mereció en 2005, cuando encarnó con crudeza a Howard Hughes, el multimillonario que terminó encerrado loco en un hotel de Las Vegas en The Aviator. 
En aquella edición se lo arrebató Jamie Foxx por Ray. Antes había competido por ¿A quién ama Gilbert Grape? (1994) —uno de sus pocos papeles secundarios—, y posteriormente volvió con Diamantes de sangre y El lobo de Wall Street. 
 La Academia ha disfrutado durante décadas haciéndole feos: a lo anterior se suma, por ejemplo, que no lo nominaran con Titanic.
En realidad, de DiCaprio solo habla con cariño Kate Winslet, su compañera en la superproducción de James Cameron y en Revolutionary Road, y con respeto sus directores, cineastas de renombre como Martin Scorsese, Clint Eastwood, Christopher Nolan, Baz Luhrmann y ahora Alejandro González Iñárritu, su director en El renacido. 
 Si alguien con quien se puede comparar es con el futbolista Cristiano Ronaldo: el actor es bueno, buenísimo, pero en cambio no es muy querido por el gran público y no ayuda a ello algunos de sus gestos, como su mirada de asco y desprecio a Lady Gaga en los últimos Globos de Oro. 



Leonardo DiCaprio, ha llegado tu hora en los Oscar

El actor puede ganar por fin su ansiado Oscar tras cuatro candidaturas infructuosas

La historia la contó así George Clooney en 2013: pachanga de baloncesto en Cabo San Lucas, la ciudad turística de la California mexicana. A un lado Clooney y sus amigos. Años y años de jugar juntos al baloncesto. No son el actor y otros, sino que George es uno más. Al otro, Leonardo DiCaprio y su corte. Aquí sí hay clases: el séquito se comporta como tal. Leo es el más grande, Leo es el mejor. El partido empieza y la paliza que le mete el equipo de Clooney al de DiCaprio es de órdago. Algo que no se refleja en cómo se comportan los amigos de DiCaprio, que siguen como si ganaran de calle liderados por una estrella rutilante. “La discrepancia entre el partido y cómo hablaban ellos del partido me hizo pensar sobre la importancia de que en tu vida haya alguien que te diga las cosas como son. Y no estoy seguro de que cerca de Leo haya alguien así”.
Esta noche Leonardo DiCaprio (Hollywood, 1974) compite por sexta vez por el Oscar: cinco como actor y otra más como coproductor de El lobo de Wall Street. Se lo mereció en 2005, cuando encarnó con crudeza a Howard Hughes, el multimillonario que terminó encerrado loco en un hotel de Las Vegas en The Aviator. En aquella edición se lo arrebató Jamie Foxx por Ray. Antes había competido por ¿A quién ama Gilbert Grape? (1994) —uno de sus pocos papeles secundarios—, y posteriormente volvió con Diamantes de sangre y El lobo de Wall Street. La Academia ha disfrutado durante décadas haciéndole feos: a lo anterior se suma, por ejemplo, que no lo nominaran con Titanic. En realidad, de DiCaprio solo habla con cariño Kate Winslet, su compañera en la superproducción de James Cameron y en Revolutionary Road, y con respeto sus directores, cineastas de renombre como Martin Scorsese, Clint Eastwood, Christopher Nolan, Baz Luhrmann y ahora Alejandro González Iñárritu, su director en El renacido. Si alguien con quien se puede comparar es con el futbolista Cristiano Ronaldo: el actor es bueno, buenísimo, pero en cambio no es muy querido por el gran público y no ayuda a ello algunos de sus gestos, como su mirada de asco y desprecio a Lady Gaga en los últimos Globos de Oro.
En realidad, ha habido estrellas que han tenido que esperar más años para ganar el Oscar (Al Pacino, Paul Newman) y algunas nunca lo obtuvieron: Barbara Stanwick, Greta Garbo, Kirk Douglas —le dieron uno honorífico—, Cary Grant… De los actuales, Tom Cruise, Johnny Depp, Liam Neeson, Gary Oldman, Ian McKellen, Glenn Close o Ralph Fiennes nunca han agradecido la estatuilla de Hollywood porque nunca se la han llevado. Así que DiCaprio no está solo en el club de “Intérpretes que no te creerías que nunca han ganado el Oscar”.
El estadounidense no ha hecho más de 30 películas; en sus inicios sí trabajó en diversas series de televisión como Rosanne, Los problemas crecen, La nueva Lassie o ¡Dulce hogar… a veces!
  Hoy ya no tiene ni necesidad ni prisa.
 Más interesado se muestra por todo lo que concierne al medio ambiente: a través de sus mensajes avisando del cambio climático, y de los documentales producidos por su empresa Appian Way.
 Él mismo ha hablado ante la ONU o participado en la COP21, la conferencia que en diciembre reunió en París a los gobernantes mundiales para lograr un acuerdo que parara la destrucción de la Tierra.
 En cualquier entrevista, DiCaprio aprovecha para colar un mensaje ecológico, y suena a auténtico.
Tanto como su pasión por las rubias de medidas de pasarela. Como le soltaron Tina Fey y Amy Poehler en unos Globos de Oro:
“Y ahora, como vagina de supermodelo, demos una calurosa bienvenida a Leonardo DiCaprio”.
 La lista es larga: Bridget Hall, Naomi Campbell, Kristen Zang, Amber Valleta, Bijou Phillips, Gisele Bündchen, Eva Herzigova, Bar Refaeli, Erin Heatherton, Toni Garrn, Kelly Rohrbach…
 Eso sí, ya no es el fiestero de finales de los noventa.
 Y el rodaje de El renacido fue todo excepto una fiesta, con condiciones infernales de frío y riesgo de hipotermias.
Cuando esta noche Julianne Moore abra el sobre y anuncie que DiCaprio ha ganado el Oscar, habrá movilizaciones en varias ciudades españoles para celebrarlo, se acabará el cachondeo con el videojuego Red Carpet Trampage que escenifica en formato arcade (los videojuegos clásicos de la década de los ochenta) el camino del actor para conseguir la estatuilla. Probablemente, se hará justicia
. Y sobre todo, habrá un resoplido de alivio del mismo DiCaprio: adiós a la maldición.

 

(Continuación de Boris y Hillary)

Siempre he querido conocer Nevada, porque en The Women, esa gran comedia de George Cukor, es el sitio donde tienes que residir dos meses para conseguir un divorcio rápido. 
Pero ahora me gusta más.
 Días después Hillary volvió a escribirme, solicitando otros 19 dólares extra para ayudarla a vencer en Carolina del Sur y acercarse así a lo que llaman el Supermartes. 
 Esta vez me escribió: “Quiero saber que estás conmigo.
 Solo te cuesta 19 dólares y demostrarme que estás en esta pelea conmigo”.
Entonces decidí escribir sobre ello en esta columna. 
¿Qué hago? De aquí a junio estaré pagándole a Hillary 19 dólares por semana. 
Y, al final, no puedo ni votar por ella. 
Pero sí quiero que sea presidenta.
 Tengo la sensación de que pese a que este sistema de recaudación es muy transparente, igual te crea una falsa cercanía con una persona que puede llegar a ser muy encantadora pero muy poderosa.
 Pero cuando eres presidente es difícil que tengas amistades reales. 
Además, sinceramente, no quiero dejar de recibir sus e-mails.
Porque el mundo que va a encontrar Hillary si es elegida es como para tener amigos, aunque sean imaginarios.
 La libra esterlina se hunde por “miedo al Brexit
. La radio alerta de que no hay suficientes reservas de vacunas para enfrentar una epidemia de zika. El enfrentamiento entre Chiquetete y Raquel Bollo Dorado es brutal.
 Y Belén Esteban pone en duda su propia biografía. 
Resulta todo tan amenazante que podría ser un gran error no asegurarle a Hillary esos 19 dólares que me solicita todas las semanas.Como dice Rajoy: “Lo más urgente ahora es esperar”.
 
“Hola, Boris, soy Hillary”.