Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

24 abr 2018

Por qué la psicosis te da miedo................. guillermo lahera forteza

El cambio en la percepción social sobre la depresión no se ha producido, ni de lejos, en un grupo de trastornos mentales que afectan al 3 % de la población: los psicóticos.

Una imagen de Janet Leigh en la secuencia de la ducha de la película 'Psicosis'.
Una imagen de Janet Leigh en la secuencia de la ducha de la película 'Psicosis'.
En el campo de la depresión las cosas están cambiando. Un programa de televisión de máxima audiencia abre su temporada con una abierta descripción del sufrimiento por el que pasan los pacientes depresivos; varios personajes queridos y admirados por el público reconocen haber transitado por ese infierno y haber salido adelante; un cómic sobre un perro negro se hace viral y ayuda a personas afectadas y a sus familiares
 La audacia y sensibilidad de periodistas, actores, escritores, dibujantes… lo están consiguiendo, y el mensaje ha calado: la depresión existe, afecta a mucha gente, genera un inmenso sufrimiento y una gran discapacidad, pero tiene tratamiento.
La audacia y sensibilidad de periodistas, actores, escritores, dibujantes… lo están consiguiendo, y el mensaje ha calado: la depresión existe, afecta a mucha gente, genera un inmenso sufrimiento y una gran discapacidad, pero tiene tratamiento. 
Este cambio en la percepción social del trastorno es histórico y puede significar un vuelco en la vivencia futura del paciente depresivo: tendrá menos reparo o vergüenza en expresar su dolencia, pedirá ayuda antes, el tratamiento -al ser más temprano- resultará más eficaz, y la persona integrará más fácilmente su trastorno dentro del amplio catálogo de experiencias humanas, en vez de considerarse secretamente alguien tarado y anómalo.

Pero este cambio no se ha producido, ni de lejos, en un grupo de trastornos mentales que afectan al 3% de la población y representan la tercera causa de discapacidad médica entre los 15 y los 44 años: los trastornos psicóticos.
 Para mucha gente ajena al campo médico o psicológico, la palabra psicosis evoca aún la aterradora silueta de un Anthony Perkins muy alto, con peluca de mujer y un cuchillo en la mano.
 Es decir, el miedo, el espanto, lo impredecible, lo siniestro. 
Se entiende que el paciente psicótico sea reticente a aceptar tener este trastorno, porque socialmente significa poco menos que encarnar las fuerzas de mal y del peligro.
Otro malentendido -en personas formadas e informadas en otros ámbitos, por otro lado- es utilizar como sinónimos palabras como psicótico, psicópata, esquizofrénico, psiquiátrico… 
La relevancia clínica y social de estos trastornos exige que clarifiquemos estos conceptos y combatamos los mitos y las tergiversaciones. 
A esto no contribuye el diccionario de la RAE que considera que psicosis, en su primera acepción, significa “enfermedad mental” (demasiado general), aunque luego especifica: “enfermedad mental caracterizada por delirios y alucinaciones, como la esquizofrenia o la paranoia”.

 Otras definiciones, como la del diccionario Webster´s hacen referencia a la “pérdida de contacto con la realidad” (el núcleo de la psicosis) y a la frecuente aparición de alucinaciones y delirios. Efectivamente, los trastornos psicóticos son un grupo de enfermedades que cursan con alucinaciones (es decir, percepciones sin objeto, falsas percepciones), delirios (creencias falsas mantenidas con una convicción total a pesar de la evidencia contraria o la argumentación lógica, que invaden y dominan al sujeto) y/o lo que llamamos desorganización del pensamiento, es decir, pérdida de la capacidad para estructurar las ideas, mantener una conexión significativa lógica entre ellas.
Esto se entiende mejor con un caso clínico, de los muchos que vemos en la consulta. F., un chico joven, de unos 18 años, por lo demás completamente normal, comienza, en el curso de unos meses, a cambiar su manera habitual de comportarse: deja de ir a clase, se sale del equipo de baloncesto, pasa mucho tiempo encerrado en su habitación, bien conectado a Internet o leyendo libros y revistas de temas singulares, en concreto sobre la vida extraterrestre y el más allá;
 fuma secretamente porros, porque -según él- es “lo único que le calma”; los padres le notan retraído, huidizo, irritable, “como cambiado”.
 Sus escasas conversaciones empiezan a girar invariablemente sobre asuntos “filosóficos”, abstractos, que los padres no llegan a entender. 
En su discurso, parece que todo lo que ocurre en el mundo hace referencia a él: la gente le mira por la calle, le hace gestos, los antiguos amigos le mandan mensajes indirectos a través de Internet o TV, los libros de su habitación le desvelan poco a poco un poderoso complot contra su persona.
 Un día confiesa a su asustada madre que escucha voces en su cabeza que le insultan y atormentan.
 Cada vez se siente más en peligro porque de todas partes le llegan mensajes amenazantes, y su sensación de soledad e indefensión es absoluta. No puede dormir, no puede comer ante el miedo a ser envenenado, no puede estudiar ni hacer deporte ni salir con sus amigos, cree ser grabado con cámaras de vídeo colocadas en su casa, se siente parte de una pesadilla espantosa de la que no puede salir y en la que no puede confiar en nadie.
 No considera estar enfermo, porque ¿cómo puede uno dudar de su representación de la realidad? Si oye voces (no las imagina, no las recuerda: las oye), si siente que le persiguen (no se imagina, no fantasea, no cree: lo siente, lo sabe), si todo esto le está pasando, ¿cómo va a ser esto una enfermedad, que vaya a mejorar con un tratamiento?
El caso es que F. tiene un episodio psicótico, y hay que estudiarlo, descartar causas médicas o tóxicas (el cannabis podría tener algo que ver, seguramente como desencadenante), evaluar el tipo de psicosis que tiene y tratarlo.
 Tratarlo significa fundamentalmente ofrecerle una ayuda, una confianza y una esperanza, transmitiéndole que esa pesadilla puede remitir.
 Tratar significa acompañarlo, garantizar su seguridad, favorecer su red de apoyo personal en este momento crítico.
 Y, junto a esto, de forma imprescindible, corregir el desequilibrio bioquímico que está favoreciendo estos síntomas tan aterradores. Afortunadamente tenemos herramientas farmacológicas para combatir eficazmente los delirios, las alucinaciones y la desorganización del pensamiento. Utilizaremos las dosis mínimas eficaces (no las mega-dosis de antaño) y durante los tiempos que marcan las guías Internacionales de práctica clínica, en la fase aguda y posteriormente, para prevenir recaídas, dado que la recurrencia en los trastornos psicóticos es muy alta.
 En la mayoría de casos como el de F., al cabo de unas semanas, el paciente estará mejor y podrá reiniciar, progresivamente y con ayuda, sus proyectos vitales.
 Algunos de estos trastornos psicóticos evolucionan a una esquizofrenia, enfermedad grave que cursa con recaídas y, entremedias, lo que llamamos síntomas negativos (desmotivación, apatía, aplanamiento afectivo…), pero otros tendrán una evolución distinta, hacia un curso más esporádico o benigno.
 En todos los casos será decisiva la ayuda familiar, social y profesional, y la participación activa del paciente en la gestión de su caso, con un solo objetivo: la recuperación funcional.

El abordaje de la psicosis es una asignatura pendiente de nuestra sociedad.
 Tenemos un déficit de inversión en asistencia e investigación de los trastornos psicóticos respecto a los países avanzados. 
Mientras en Reino Unido hay 15 psiquiatras por cada 100.000 habitantes (en Holanda 20 y en Noruega 29), en España hay ocho. Esta diferencia es aún más clamorosa en los psicólogos clínicos y enfermeros especialistas en salud mental.
 España invierte en salud mental 5,5 euros por cada 100 que destina al gasto total sanitario, una cifra inferior a la media de la UE, que alcanza los siete euros, lo que explica la falta de recursos y repercute en las personas con trastornos psicóticos.
 Algún partido político, digo yo, cogerá la bandera de la integración de las personas con trastornos mentales y quizá la situación pueda cambiar.
Pero para ello, antes es necesario que la psicosis salga del rincón oscuro del desconocimiento y el miedo.
 Que se conozcan estos trastornos, se sepa que la inmensa mayoría de los pacientes psicóticos no son violentos ni peligrosos (es evidente que merecen más nuestra empatía que nuestro miedo), que se sepa que además de sus síntomas tienen que soportar el rechazo y la discriminación.
 Que se difunda que estos trastornos tienen tratamiento efectivo (farmacológico y psicosocial), que es posible la integración y que la sociedad -como ha empezado a hacer con los pacientes depresivos-, algún día, se tomará en serio apoyar a chicos como F. y a sus familias.
Guillermo Lahera Forteza es psiquiatra, profesor de Psiquiatría y Psicología Médica en la Universidad de Alcalá e investigador adscrito al CIBERSAM.

 

El mito de Robin Hood: ¿qué fue de los bandidos sociales?

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Robin de los bosques, 1938. Imagen: Warner Bros.

«El robo es la restitución, la recuperación de la posesión
. En vez de encerrarme en una fábrica, como en un presidio; en vez de mendigar aquello a lo que tenía derecho, preferí sublevarme y combatir cara a cara a mis enemigos haciendo la guerra a los ricos atacando sus bienes…».
 Marius Jacob, el célebre ladrón anarquista francés, mira a los magistrados de la audiencia de Amiens que le juzgan y lee su alegato —Por qué he robado—, donde se autodefine como «un rebelde que vive del producto de sus robos».
 Es el mes de marzo de 1905 y Jacob se libra de la pena de muerte, pero a cambio pasará los siguientes veintidós años de su vida en un presidio de la Guayana Francesa.
 La justicia le acusa de haber perpetrado más de ciento cincuenta robos a iglesias, mansiones y hoteles, entre otros delitos, junto a los Trabajadores de la Noche, la banda de asaltantes libertarios que, con su audacia, ha traído de cabeza a la policía francesa desde 1897. 
Los hombres de Jacob se disfrazan de curas, oficiales del ejército o señores de alta alcurnia, tratan de no pegar un solo tiro y, después de cada golpe, dejan siempre un mensaje mordaz bajo la firma de Atila, el seudónimo de Jacob:
 «A Dios Todopoderoso, aquí están tus ladrones».
El mito de Robin Hood, el ladrón noble que roba a los ricos en beneficio de los pobres, se esparció por el mundo a partir del siglo XIV gracias a los poemas, baladas y relatos orales que mencionaban ya algunas hazañas del príncipe de los ladrones. Desde entonces, la imagen de los «bandidos buenos» ha llegado a gozar de atributos casi divinos. 
La cultura popular les dedicó canciones y relatos, poemas y proverbios, altares paganos y reinados simbólicos.
 Las leyendas de esos forajidos generosos nutrieron durante varios siglos el imaginario de los más desfavorecidos. 
Algunos abrazaron la revolución, otros impartieron su propia interpretación de la justicia social y hubo quienes se dejaron llevar por el gatillo fácil. 
¿Qué tienen en común Pancho Villa y Diego Corriente? ¿Malverde y Lampião? ¿Gaspard de Besse y Phoolan Devi? ¿Jesse James y Jules Bonnot? ¿El Gauchito Gil y Marius Jacob? ¿Salvatore Giuliano y Juraj Jánošík? Para Eric Hobsbawm, el historiador marxista que abordó el fenómeno en sus libros Rebeldes primitivos (1959) y Bandidos (1969), esos personajes y una legión más de almas rebeldes encarnan de una u otra manera el prototipo del «bandido social», como bautizó el ensayista británico a esos justicieros a los que el pueblo llano dotó de una aureola de misticismo e invulnerabilidad, las mismas cualidades que en su día se cantaron sobre el prodigioso arquero de los bosques de Sherwood.

Hobsbawm observó que las historias de esos bandoleros que robaban a los ricos y redistribuían la riqueza entre los pobres (o al menos lo pregonaban) se sucedían con características muy similares en diferentes rincones del mundo.
 Ese fenómeno universal se presentaba principalmente en las sociedades campesinas que se hallaban en la etapa de evolución entre la organización tribal y familiar y la sociedad capitalista industrial.
 «En las montañas y los bosques bandas de hombres fuera del alcance de la ley y la autoridad, violentos y armados, imponen su voluntad mediante la extorsión, el robo y otros procedimientos a sus víctimas. 
De esta manera, al desafiar a los que tienen o reivindican el poder, la ley y el control de los recursos, el bandolerismo desafía simultáneamente al orden económico, social y político.
 Este es el significado histórico del bandolerismo en las sociedades con divisiones de clase y estados (…) La esencia de los bandoleros sociales es que son campesinos fuera de la ley, a los que el señor y el Estado consideran criminales, pero que permanecen dentro de la sociedad campesina y son considerados por su gente como héroes, paladines, vengadores, luchadores por la justicia, a veces incluso líderes de la liberación, y en cualquier caso como personas a las que admirar, ayudar y apoyar», sostiene Hobsbawm en la cuarta edición de Bandidos (1999).
 Pese a circunscribir el bandolerismo social al ámbito rural, el pensador marxista, cuya primera edición de ese ensayo recibió algunas críticas de otros historiadores por no haber definido con más nitidez el marco político en el que se desarrolla el fenómeno, dedica varias páginas de su obra a otros proscritos que no actuaron estrictamente en el mundo rural, como los expropiadores anarquistas del siglo XX.

Ese forajido que levanta su espada o empuña el mosquetón contra los abusos y en nombre de la justicia social posee ciertos rasgos que lo hacen fácilmente identificable, bien se trate de un cosaco de las estepas rusas, un dacoit de la India o un bandolero andaluz. Hobsbawm detectó varios  atributos a la hora de perfilar la imagen de un bandido social.
 En el ADN de todo ladrón noble que se precie debe ser visible, como un tatuaje en la piel, el apotegma que da sentido al mito de Robin Hood: «robar al rico para dar al pobre». 
El bandido bueno suele traspasar los márgenes de la ley al ser víctima de una injusticia.
 Esa afrenta le otorgará el salvoconducto para no ser considerado un criminal por el pueblo.
 El ladrón generoso no mata si no es en defensa propia (una máxima que no todos cumplirán a rajatabla), se siente invulnerable y cuando cae suele deberse a una traición. 

¿Era esa la imagen del arquero de Sherwood? Alejandro Dumas le hizo hablar así en Robin Hood el proscrito:
 «Soy lo que la gente llama un bandido, un ladrón, ¡de acuerdo! Pero, aunque desvalijo a los ricos, no tomo nada de los pobres. Detesto la violencia, no derramo nunca sangre; amo a mi patria, y la tiranía me resulta odiosa». 
Los trovadores del siglo XIV ya cantaban las hazañas de ese Robin Hood real o imaginario. 
 William Langland, autor del poema alegórico Piers Plowman (1377), cita al príncipe de los bandidos por boca del sacerdote Sloth: «Conozco rimas de Robin Hood». 
Es la primera mención en un manuscrito al proscrito del condado de Nottingham que se enfrenta a los caballeros normandos y al clero. 
Las proezas del ladrón generoso se siguen leyendo y cantando en el siglo XV. 
Muchos años después, en 1795, el anticuario inglés Joseph Ritson dio a conocer una recopilación de baladas sobre Robin Hood que despertarían con el paso del tiempo el interés de historiadores, literatos, poetas y cineastas.
Pero todo ese fervor historiográfico y literario sobre el forajido de los bosques de Sherwood no ha logrado revelar si hubo un Robin Hood de carne y hueso. 
Su leyenda se nutrió sin duda de otros personajes, como Hereward the Wake (el Proscrito), el hijo de un noble sajón asesinado por los normandos que se alzó en armas contra el rey Guillermo el Conquistador en el siglo XI.
 Fue el historiador Joseph Hunter quien a mediados del siglo XIX investigó más a fondo sobre la figura del héroe sajón en los archivos de York, y llegó a la conclusión de que existió un tal Robert Hood nacido en 1290 que acabaría sublevándose contra Eduardo II de Inglaterra y asaltando a los comerciantes que transitaban por el bosque de Sherwood.
 Las correrías de Hood terminarían con una promesa de fidelidad al rey. 
No obstante, durante los siglos XIII y XIV y hasta la aparición de las primeras baladas en el siglo XV fueron varios los proscritos identificados como Robin Hood, todos ellos insurrectos contra los normandos.
 Ese Robin Hood individual o colectivo, enfrentado a los poderosos y defensor de los humildes, fue sublimado por el folclore medieval. Su leyenda ha pervivido a lo largo de los siglos como una corriente de agua subterránea, aflorando aquí y allá. 
Hombres que nunca oyeron hablar del príncipe de los ladrones retomaron su legado cada vez que se alzaron en armas contra la injusticia social.
Un hombre toca el busto de San Jesús Malverde, Culiacán, 2011. Fotografía: Cordon.
Algunos de los sucesores de Robin Hood se convirtieron en verdaderos santos laicos a los que todavía hoy siguen venerando miles de fieles. 
Y, al igual que ocurre con el primer ladrón noble, en sus biografías conviven hechos reales con otros surgidos de la imaginación popular.
 Es el caso de Jesús Malverde (Jesús Juárez Mazo), el bandido de Sinaloa, al que han rendido tributo todos los narcotraficantes de ese estado mexicano en el que aún se cantan corridos sobre sus supuestas hazañas.
 Considerado un ladrón generoso y ajusticiado en 1909, a Malverde le adoraban esas clases populares de las que más tarde surgirían los grandes capos de los cárteles sinoalenses. 
A su capilla, erigida en la ciudad de Culiacán, solían acudir campesinos de las sierras, pescadores y obreros.
 Hasta que llegaron los narcos y empezaron a ofrendar sus AK-47 mientras rezaban una plegaria para que sus cargamentos de droga llegaran sin problemas a su destino, al norte del río Bravo.

 En el otro extremo de América Latina, el culto piadoso le corresponde a otro salteador de caminos de agrandado corazón, el Gauchito Gil (Antonio Mamerto Gil Núñez), jefe de una banda de bandoleros de la provincia de Corrientes.
 Cada 8 de enero, decenas de miles de fieles acuden a la localidad correntina de Mercedes para pedirle que interceda por ellos.
 Hay cientos de versiones sobre las aventuras del más célebre de los «gauchos milagrosos». 
La mayoría, apócrifas.
 Cuentan que el Gauchito Gil, devoto de San La Muerte, tenía poderes sobrehumanos para desviar las balas enemigas, ahí es nada. Pero tuvo el final trágico de casi todos los malevos.
 Le colgaron de un algarrobo boca abajo y le degollaron. Su primer «milagro» fue ayudar a su verdugo, a quien antes de morir solo le reclamó que rezara por él.
 La leyenda cuenta que el verdugo le hizo caso y su hijo, aquejado de una grave enfermedad, se curó.
 Desde entonces el Gauchito Gil no ha parado de recibir peticiones. Lleva ciento cuarenta años en el asunto.


Intriga en la Universidad de Alcalá: ¿Vendrá Cifuentes? ¡Y vino!

La presidenta de la Comunidad acude a la entrega del Premio Cervantes a Sergio Ramírez y busca su foto del día con Rajoy y los reyes.

Cifuentes junto a Rajoy en Alcalá de Henares. En vídeo, el reencuentro de ambos políticos.
Aunque Sergio Ramírez no es un experto en novela negra, la entrega de su Premio Cervantes este lunes en Alcalá de Henares estuvo plagada de suspense.
 Podríamos decir intrigas, pero suena fuerte. La primera se resolvió al final del acto. ¿Entonaría Íñigo Méndez de Vigo, el ministro de Educación y Cultura, el himno de la universidad con tanta pasión como el de la legión? Ya saben: “¡Soy el noooooovio de la muerteeeeeee…!”.
 Pues sí. 
Quizás sin tanto brío, pero lo hizo en un perfecto latín, al lado de su jefe, un Mariano Rajoy, que no parecía tener el cuerpo para tonadillas.
Cifuentes cada vez se parece más a una Ardilla, pero consumida al máximo. A "Jeta" no le gana nadie.
Que no quiero mi master....no no María Cristina me quiere gobernar .....y va la tia y logra hacerse una foto con Rajoy y los Reyes nuestros.....en fin....Rajoy no le dirá que se vaya porque nunca dice nada esperará a que caiga por demasíado madura o podrida...¿No les suena eso a AGUANTA LUIS AGUANTA!!! y ya se sabe lo que pasó con la cara B....ahora será la cara "C".
Lo pudieron presenciar todos.
 La familia del premiado: Tulita Guerrero, su mujer, sus tres hijos y ocho nietos, que tenían difícil celebrar una alegría tan grande con las noticias revueltas que llegaban de Nicaragua. 
Pero Ramírez apuntó alto en su discurso y se lo dedicó a las víctimas de su país, de entrada.
 Luego convocó consigo a Cervantes y a Rubén Darío para hablar de su concepción de la literatura: esa crónica constante de los obstáculos que nos salen al paso con el humor y la melancolía como herramientas y el rigor del lenguaje junto a la rebeldía, como fin.
 “Una conspiración permanente contra las verdades absolutas”, dijo.

Y relativo parecía todo por el patio de la Universidad de Alcalá en una mañana plagada de interrogantes.
 Las cualidades para el canto de Méndez de Vigo, muy ufano, además, como Fernando Benzo, secretario de Estado de Cultura, del recién aprobado real decreto para unir al teatro Real con el de la Zarzuela, no pasaron de McGufin a lo Hitchcock. 
El auténtico meollo de la trama lo protagonizó Cristina Cifuentes. La presidenta de la Comunidad de Madrid entró en el paraninfo con su coleta rubia –la de hacerse la buena, según ella misma confiesa- y el paso firme. 
Horas antes, radios, diarios y televisiones se preguntaban: ¿Acudirá? Pues ahí estaba ella. ¡En la universidad! “Por fin asiste”, coreaban algunos. “¿Qué hace aquí?”, se preguntaban otros.
 “Tendrá morro”, exclamaban los más. 
Su aparición recordaba a aquellas novelas decimonónicas en que con torería, desprecio por el que dirán y esgrimiendo sonrisas como navajas, los personajes de armas tomar no se esconden.

Pero la razón de su asistencia no se debía sólo al acto.
 A la salida, en mitad del cóctel, marcó a Rajoy sin que el presidente se mostrara muy cálido con ella. 
Los dos próximos, pero cada uno en su corrillo.
 Sí intercambió algunas palabras con los reyes antes de que se marcharan y cuando estos dejaron de departir como anfitriones con la familia del premiado. 
Todos pendientes de sus movimientos, eso sí. 
Tanto editores, como escritoras –acompañaron a Ramírez muchas mujeres colegas como Nélida Piñón, Gioconda Belli o Rosa Montero-, algunos altos cargos y docentes, no dejaban de comentar el caso.

Méndez de Vigo mantuvo algún otro frente. 
Aprovechó el discurso para volver a airear su proyecto del Español Global, que quiere incluir bajo el paraguas de la Marca España. 
Ha sido una iniciativa que ha provocado urticaria en los embajadores latinoamericanos y entre las autoridades expertas del idioma, sobre todo en la Real Academia Española (RAE).
 Su mención invitaba a pensar que el ministro anda en eso de mantenerla y no enmendarla.
 Los más críticos con el proyecto, entre ellos el director de la RAE, Darío Villanueva y el impulsor de la política panhispánica, Víctor García de la Concha, estaban presentes. 
“¿Tanto le cuesta pronunciar la palabra panhispanismo cuando se refiere a la iniciativa?”, preguntamos al ministro.
 Para limar asperezas y sumar voluntades, vamos. “¿Por qué?”, respondió él. Pues, nada… Lo que siga, para otro capítulo.


 

 

23 abr 2018

escritoras recomiendan libros escritos por mujeres

Hoy, como cada 23 de abril, se entrega el Premio Cervantes.
 En sus cuarenta y tres ediciones solo cuatro mujeres han ganado el galardón más importante de las letras hispanas: María Zambrano, Dulce María Loynaz, Ana María Matute y Elena Poniatowska. 
Los premios han sido reflejo de la realidad que ha tocado vivir a las escritoras durante décadas.
 Invisibilizadas, escondidas tras seudónimos, obligadas a reducir su vocación literaria al terreno de la afición. 
Solo a partir del siglo XX las autoras ascendieron al Olimpo literario. 
 Por todas esas mujeres de letras que remaron a contracorriente hasta lograrlo Librotea plantea este 23 de abril un ejercicio de sororidad: diez escritoras recomiendan diez libros escritos por otras diez autoras.
 Una estantería para conjugar en femenino el Día del Libro.

Jane Bowles, de soltera Jane Auer, fue mucho más que la mujer de Paul Bowles
. Escritora y dramaturga plasmó su sensibilidad en obras como Dos damas muy serias, la propuesta de Cristina Fallarás para este 23 de abril.
 Jenn Díaz  recomienda la lectura de El peligro de la historia única, de Chimamanda Ngozi Adichie, para desmontar simplificaciones.

LIBROS RECOMENDADOS DE Librotea

La poeta María Sánchez escoge Refugio, de Terry Tempest Williams, un canto sincero a la vida. 
Una vida que puede escaparse en el transcurso de una cena.
 Ese es el punto de partida de Noches Azules, de Joan Didion, el libro elegido por Laura Ferrero.
 Luna Miguel recuerda que sobre la enfermedad escribió Joyce Mansour en Islas flotantes.


Gabriela Ybarra selecciona un libro de poesía, Saltaré sobre el fuego, de Wislawa Szymborska. 
Dice Ybarra que la Nobel polaca escribe desde la humildad.
  De la poesía al relato de la mano de Aixa de la Cruz, que propone el último libro de María Fernanda Ampuero, Pelea de gallos. Elvira Navarro apuesta por una voz joven, la de Rosa María Moncayo Cazorla en su primera novela, Dog café.

Alguien bajo los párpados, de Cristina Sánchez-Andrade, pone luz sobre aspectos de la vida de las mujeres poco tratados en la literatura, asegura la escritora Laura Freixas.
 Y Conjunto vacío, de la mexicana Verónica Gerber, es la elección de Silvia Nanclares.